Por: Raúl Lugo.
www.raulugo.indignacion.org.mx
El proceso electoral está en su última etapa. Si a las campañas y su propaganda nos atuviéramos, casi todo el país respondería de manera unánime: ¡Gracias a Dios! El hartazgo de la gente de a pie debido a la sobreexposición de la partidocracia en carteles, espectaculares, lonas, papelería, gorras, camisetas, vasos, plumas, tazas y, por si fuera poco, en los medios de comunicación social, ha sido un común denominador. El dinero público que en eso se invierte rinde magros resultados, salvo, claro, el enriquecimiento de los dueños de los medios.
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El proceso electoral está en su última etapa. Si a las campañas y su propaganda nos atuviéramos, casi todo el país respondería de manera unánime: ¡Gracias a Dios! El hartazgo de la gente de a pie debido a la sobreexposición de la partidocracia en carteles, espectaculares, lonas, papelería, gorras, camisetas, vasos, plumas, tazas y, por si fuera poco, en los medios de comunicación social, ha sido un común denominador. El dinero público que en eso se invierte rinde magros resultados, salvo, claro, el enriquecimiento de los dueños de los medios.
Pienso que hay buenas y malas noticias
en el proceso que está concluyendo. La primera mala noticia es que está todavía
lejana la fecha en que el proceso electoral alcance aquella sublime descripción
de Ángeles Mastretta: “Acudir a unas elecciones pacíficas, votar por
quien mejor nos parezca y ser capaces de creer que ganó el que gane, no puede
ser eternamente un imposible. Sin embargo, cuántas veces tal simpleza ha
cruzado por nosotros como una fantasía que de seguro colinda con la magia”.
No sé cuántos años más nos
lleve superar la oferta de regalos a mansalva, las hordas partidistas
presionando a los votantes fuera de las casillas, la desconfianza en los
funcionarios electorales (‘segurito que ya los compraron’), la adhesión
partidista vista como seguro contra el empleo… Y eso para no hablar de los
obstáculos mayores: la imposición partidista de consejeros electorales a nivel
local y nacional, la impunidad del ‘partido’ verde… en fin, los agobios de esta
forma de democracia tan nuestra y tan necesitada de reconstrucción.
Otra mala noticia, sin duda, es la
presencia de elementos de violencia en la jornada electoral. No me refiero
solamente a las amenazas del crimen organizado que, según parece, quita y pone
candidatos de todos los partidos a su gusto. Me refiero, al menos en Yucatán, a
la aparición de fenómenos de violencia que, en Temax, han dejado dos personas
muertas y casas incendiadas. Puede ser que el encono político sea llevado hasta
extremos de linden con la amenaza de violencia; ya había sucedido… pero
¿personas portando pistolas de 9 milímetros y disparándolas contra sus
adversarios políticos? Ese me parece un dato nuevo y grave, al menos en
Yucatán.
Cualquier discusión sobre las elecciones
no puede dejar de notar el desamparo en el que se encuentran muchos ciudadanos
y ciudadanas en algunas regiones del país: expuestos a elegir entre
delincuentes y corruptos. Ninguna elección así merece el nombre de democrática.
Y tiene razón el centro de derechos humanos guerrerense ‘Tlachinollan’ al
advertir que no puede esperarse gran cosa de unas elecciones realizadas en
medio de una guerra. Y algunas regiones del país están en guerra.
Un rasgo positivo, no obstante, es la
copiosa votación que todavía se recibe en las urnas. Como empeñados en darle
una oportunidad a la democracia, miles de ciudadanos y ciudadanas van a votar a
pesar de todos estos pesares enlistados arriba. La democracia, esa señora tan mencionada
en los últimos meses, parece no servirles de gran cosa: los políticos se sirven
solamente a sí mismos, responden solamente a las órdenes de sus amos, venden el
país a pedazos, convierten todo el proceso electoral –comenzando por la
constitución de los órganos electorales ‘ciudadanos’– en un singular mercado… y
las personas siguen haciendo filas para votar. Acaso sea el signo de su
aferramiento a encontrar una salida pacífica a sus agobios, su terco deseo de conjurar
la violencia, su seguro de vida contra el caos… pero resulta que la democracia
electoral ya no parece capaz de garantizar ni siquiera eso. De cualquier
manera, no soy de los que piensan que votar sea una equivocación y celebro como
cosa positiva que haya tantos votantes (y votantas, que al menos en mi casilla,
eran abrumadora mayoría) y que, a pesar de las presiones, haya personas que sin
recibir pago alguno cuiden el actuar de los funcionarios y resguarden la
casilla mientras hacen el conteo final. Hay entre estas personas historias de
heroica resistencia y gracias a su empeño han quedado conjurados decenas de
tramposos a quienes se les ha frustrado su numerito.
Otra buena noticia, desde mi
perspectiva, es la creciente cantidad de votantes que deciden nulificar su
voto. No porque éste sea un medio de conseguir nada, sino como una simple manifestación
de protesta. No existe la obligación de votar por el ‘menos peor’. No sé mucho
de estrategias, pero me parece que la dignidad del voto nulo no es menor a la
dignidad del voto útil. Cuestión de elecciones. A pesar de todas las
discusiones abiertas sobre la conveniencia o no de anular el voto, concedo que
no termina de despejarse en todos la cuestión de si el voto nulo no habría
podido ser mejor utilizado. Pero si algún día encontráramos la manera de que la
votación nulificada tuviera un significado pragmático en los resultados, ese
día, estoy seguro, los anulistas podrían impedir el triunfo de uno que otro
desvergonzado de esos que compiten impunemente.El voto útil solo termina cambiando a unos desvergonzados por otros.
Y finalmente, Kumamoto y El Bronco, dos
sorpresas de distinto calibre, pero ambas botones de muestra de por dónde podría
caminar la superación del factor más desencantador de la democracia mexicana:
su secuestro a manos de los partidos políticos. Podrá Kumamoto ser un ‘yo soy 132’
en el poder y El Bronco un ex priísta converso gracias a su tragedia familiar,
pero ambos, sin juzgar ahora sus virtudes o defectos personales, que conozco
muy poco, son signo de que –como nos enseñan los mexicanos que cruzan la
frontera norte– siempre es posible encontrarle un hueco al muro, en este caso,
al muro del dominio de los partidos que ha sofocado los alientos de todas las
recientes reformas electorales.
Las y los zapatistas, expertos en el
trato con el poder porque lo han sufrido en carne propia, redujeron las
elecciones a su legítima dimensión cuando aconsejaron: voten o no voten, no
dejen de organizarse. Por el momento, las elecciones no son otra cosa que la
disputa del botín entre los de arriba. Sean del color que sean, ellos están
arriba, y para continuar ahí obedecen a los que de veras mandan, a los que están
todavía más arriba y no sujetan su poder a urna ninguna. Pero abajo hay vida fuera
y más allá de las elecciones. Y algún día, la vida que crece desde abajo,
terminará por darle otro significado al voto, a la urna, a la participación; el
significado que las y los zapatistas han sellado con su sangre y se proponen hacer
realidad en las Juntas de Buen Gobierno: “Aquí el pueblo manda y el gobierno
obedece”. Nunca se ha dicho algo tan alto de la democracia.
Ah. Se me olvidaba. El título. Dice un
medio de comunicación de esos de paga, que hubo brujería en Suma de Hidalgo antes
de la votación. Que en la puerta del Tendejón ‘La Flor’, frente a la clínica
del IMSS, apareció un vaso con flores amarillas y tierra colorada. No sé qué
augurios trataría de convocar ese sortilegio o qué pediría a cambio de esa ofrenda
el demandante. Pero el ingenioso comentario que la nota provocó en el whatsapp sería
de carcajada si no fuera porque apunta a
nuestra tragedia nacional: “No sé cómo clasificar esto en la compra, coacción y
brujería del voto. Pero es verídico, son urnas embrujadas: votas por cualquier
candidato y te gobiernan monstruos”.
Así que a organizarnos y a resistir. Que
para eso no se necesitan tiempos electorales.
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