26 de octubre de 2016

Ghetto librettos: un análisis del cómic populachero mexicano.

Por: Ricardo Vigueras Fernández (El Pobresor Gafapasta) / Tras las turquesas cortinas.


Cualquiera que haya buscado en México cómics autóctonos sabe que los más vendidos son estos pequeños tebeos de alrededor de cien páginas. Son cómics de calidad variable, una calidad que oscila entre lo absolutamente despreciable (malos dibujos, peores guiones) hasta lo relativamente apreciable (dibujos resueltos con velocidad, talento y fuerza; guiones llenos de chispa y de sátira social). En general, son despreciados por puritanos e intelectuales, pero son el maná cultural del “naco” (en México, ignorante de clase baja) y venden millones de ejemplares a la semana.


Yo los llamo “sensacionales” porque las series que he leído y que más gracia me han hecho eran las llamadas Sensacional: Sensacional de Mercados, Sensacional de Traileros, etc. En Estados Unidos, Daniel K. Raeburn propone el apelativo de “ghetto librettos”: los libritos del ghetto. El ghetto, todo hay que decirlo, es hoy día cerca de la mitad de los más de cien millones de mexicanos que, supuestamente, continúan viviendo en México.


Hubo un tiempo, ya lejano y olvidado por las nuevas generaciones, en que México era, después de Estados Unidos, el gran país productor de una cultura popular de América que exportaba cine y cómics al resto del continente. La historia del cómic mexicano es apasionante, pero ardua y prolija, y lo que es peor de todo: difícil de documentar. Hoy, gracias a los blogs, es posible comentar Adelita y Juan sin Miedo, Rolando Rabioso, Los Pardaillán o Chanoc. Gente de todas partes de América comparte digitalmente estos viejos tesoros de una cultura pintoresca y gentil hoy desaparecida. Si los tebeos representan el inconsciente colectivo de los pueblos, los ghetto librettos alumbran un inconsciente verdaderamente turbio.


Sexo, machismo, suciedad, violencia, albur (juegos de palabras), los sensacionales no respetan jerarquías ni ideología ninguna: todo es destruido en ellos, porque para el pueblo todo es absolutamente despreciable en un país secuestrado donde políticos y narcotraficantes juegan a la destrucción de la nación: los primeros con dados cargados sobre una población impotente; los segundos, jugando al juego del boliche humano con cabezas cortadas. Un ejemplo del éxito de estos cómics: el famoso Libro vaquero vende 800,000 ejemplares a la semana. Ochocientos mil. Las exportaciones a Estados Unidos son masivas, y entre los fans de esta clase de productos se cuenta, por ejemplo, el ajedrecista loco y genial Bobbie Fischer. Artistas de longeva tradición y prestigio como Sixto Valencia (Memín Pinguín) o Ángel Mora (Chanoc) no tienen más remedio que entrarle a la chamba a destajo (dibujando a veces 240 páginas semanales) para sobrevivir en un mercado autóctono tan popular e incomprensible para el resto del planeta como puede serlo el cine de Bollywood fuera de La India.


Desdeñados por todos, estos tebeos han sido recientemente estudiados y ¿reivindicados? en el último número de la revista norteamericana The Imp, que dedica a estos ghetto librettos un ejemplar de más de cien páginas que a estas alturas ya resulta imprescindible para comprender el fenómeno. Daniel K. Raeburn se ha lanzado como un poseso a comprar cientos, miles de estos cómics para llevar a cabo un estudio que, por su complejidad y calidad, trasciende el puro interés sociológico que podrían tener estos sensacionales para convertirlo en el testimonio de la presencia bárbara entre las ruinas de un imperio artístico y cultural como lo fue el cómic mexicano.


En sus muy documentadas páginas, Raeburn se burla de esos extranjeros que visten al estilo de Oaxaca, bailan salsa o viajan hasta Chiapas para tomarse una foto con los zapatistas. Para ellos es una forma de honrar la cultura pretérita e indígena. Para él, estos cursis romantizan México de una forma que debería avergonzarles, pero al pasar mucho tiempo en los mercados comprando estos tebeos, también Raeburn confiesa romantizar México de alguna manera. Oh, pero esos cursis nunca leerán estas historietas porque no son “mágicas”. Se burla de estos turistas que piensan que México es mágico y místico, cuando la realidad tan compleja de México es terriblemente real y poco tiene de mágico, mucho menos de místico. Para él estos sensacionales reflejan de modo hiperbólico lo que badulaques encorbatados no quieren ver ni reconocer de México, pero conducido hasta extremos delirantes.


Me gustan estos sensacionales, aunque sólo cuento con cuatro o cinco docenas de ellos. ¿Dónde está el problema? También en Italia existieron los pornofumetti en los años 70 (Lucifera, Hessa, Biancaneve y Maghella; el delicioso dibujante Leone Frollo...). Las portadas suelen ser magníficas a veces, esto resulta innegable. Los contenidos, muchas veces burbujeantes y pícaros, pero también a veces muy macabros como en la colección Presidio. Los invito a descubrir este subconsciente colectivo descargándose completamente gratis y de forma legal este estudio de la revista The Imp desde su página web. Y háganse un favor: no sólo miren los dibujitos, lean en inglés las más de cien páginas como he hecho yo. La experiencia merece la pena.

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