Retomemos. El pasado 3 de enero, Felipe Franco Pinochet se presentó públicamente con el uniforme de faena del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, en un hecho insólito para un mandatario mexicano que encaja más bien con una cierta estrategia mediática que tiene como otros rostros al mismo personaje vistiendo, por ejemplo, la playera de las Chivas.
Sin embargo, para algunas miradas, que el presidente de facto apareciera con vestimenta militar como el más reciente de los signos de un gobierno duro (pero no por ello fuerte) viene a dar cuenta de cómo el jefe del poder ejecutivo federal está secuestrado; la cuestión aquí es ¿de quién?
Éstas mismas miradas sugieren que son precisamente las Fuerzas Armadas quienes tienen como rehén al “presidente general” (dixit Julio Hernández López); nosotros, sin asegurar tampoco nada, preguntamos a nuestra vez: ¿no será que tanto las FFAA como su Comandante Supremo están raptadas por otros poderes? Y, para ir respondiéndonoslo, decimos que este ejercicio requerirá de nosotras y nosotros algo más serio que decirle al sucesor de Fox Felipe Franco Pinochet; aunque lo seguiremos haciendo, pues al fin y al cabo, si a quien se autonombra presidente legítimo las formas le parecen poco importantes y dice de su contrario que es apenas un “soldadito de chocolate”, nosotros bien podemos seguir sosteniendo nuestra tesis del nuevo-viejo carácter oculto en la forma de (mal) gobernar del nuevo inquilino de Los Pinos.
Permítasenos, pues, invitarles a hacer un breve recorrido a través de la mirada de un simple objetor de conciencia que seguramente pronto estará en las listas de Hacienda (y quizás también preso) porque no piensa pagar un solo centavo partido por la mitad a esta suerte de Juan sin tierra que exige impuestos de la plebeyada para alimentar a su guardia real, cada vez más mimada. Pero no nos desviemos, que el camino, aunque resumido, será largo.
Debido a su propia configuración como herederas de una guerra civil que la costumbre nos ha dado en llamar
Por ello no sorprende que algunos estudiosos en la materia enfatizaran que todavía hacia la década de los setenta y ochenta había muy poca participación política de las esferas castrenses. Sin embargo, un nuevo ingrediente se iría agregando e investigadores como José Luis Piñeiro comenzarán a observar que existe una correlación directamente proporcional entre la mayor participación de las FFAA en el escenario político y en tareas de contención social y el aumento de una asistencia militar estadounidense que ha estado presente de muchas formas por lo menos desde los años cincuenta.
1968, año axial, será el parteaguas para que las FFAA comiencen a incrementar su papel protagónico en la vida política nacional, participando más decididamente en una ecuación de seguridad nacional dictada desde los centros mundiales del poder político, económico y militar
Será durante los sexenios de José López Portillo y Miguel De
Ya en el salinismo, los juristas al servicio del Estado neoliberal –valga de nuevo el oxímoron- se encargarían de volver sinónimos conceptos como Seguridad Nacional y Seguridad Pública o Interior, de modo que la presencia del Ejército afuera de sus cuarteles pudiera legalizarse o, más aún, irse legitimando. El primer paso consistiría en modificar
A Ernesto Zedillo le tocaría impulsar las reformas constitucionales a los artículos 21º y 73º, fracción XXIII, que serían la piedra angular para que en octubre de 1995 el Senado aprobara
Al mismo tiempo, Zedillo también dispondría de más recursos para modernizar a las FFAA: mientras en 1995 el presupuesto militar significaba 10 mil 352 millones de pesos del total de egresos de ese año, en 1999 alcanzaría los 23 mil 200.5 millones, y para el año 2000, por propuesta de
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