José Ramón Enríquez
María Sten vino a México para su doctorado en
María Sten estudió letras francesas en
También en
Centenaria, María Sten falleció en
Quienes la tuvieron como maestra y quienes tuvimos el honor de ser en alguna forma sus interlocutores nunca podremos olvidarla. Anciana de una enorme viveza, entera, inteligente y siempre inquisitiva, hace sólo un par de años la encontré en Mérida. Era la misma de lustros antes cuando me preguntaba por qué no había viajado en mi dramaturgia al mundo mítico prehispánico como sí lo había hecho al mito griego. Aunque posteriormente en alguna obra sin estrenar quise jugar con el centro del universo phorhépecha, su pregunta aún resuena sin respuesta: ¿por miedo, por ignorancia, por respeto, por desprecio?
Pero es una pregunta a toda la dramaturgia mexicana. Con ella comienza precisamente su libro Cuando Orestes muere en Veracruz, editado por el Fondo de Cultura Económica: “Desde hace mucho, hechizada por la cultura mesoamericana, me he preguntado ¿por qué la dramaturgia mexicana se nutre tan poco de la mitología prehispánica? ¿Por qué el arte antiguo mexicano esencialmente religioso, la escultura y pintura, los frescos e ídolos, los templos y ciudades de los antiguos mexicanos, apenas afloraron en la imaginación del dramaturgo?”
En la bibliografía de María Sten, que cuenta con títulos imprescindibles como Historias extraordinarias de los códices mexicanos (Plaza y Janés) o Ponte a bailar tú que reinas (Era), este Cuando Orestes muere en Veracruz brilla con luz propia como análisis del mito, no sólo en el teatro sino en la vida de los pueblos. Por eso lleva como epígrafe esta frase tan demoledora como peligrosa de Nietzsche: “Toda cultura, si le falta el mito, pierde su fuerza natural, sana creadora…”
La mirada limpia, brillante, inquisitiva de la anciana que tan recientemente ha partido toca el corazón mismo de una mexicanidad presa en lo que la inteligencia insuperable de Roger Bartra ha definido como nuestra “jaula de la melancolía”: ajolotes que no podemos o no sabemos cómo o estamos condenados por los dioses a nunca convertirnos en salamandras.
Ningún capítulo del libro, que ahora recuerdo mientras la recuerdo a ella, tiene desperdicio pero, seguramente por la admiración que guardo hacia Sergio Magaña, el que más me interesa es el titulado “Cuando los dioses se van” y en el cual analiza la figura de Moctezuma tanto en Arthur Miller como en Magaña. En él cita las palabras que el dramaturgo pone en labios del último emperador azteca. O las palabras que el emperador pone en la pluma del mayor autor mexicano del Siglo XX. O las de uno y del otro, o las nuestras, que son respuesta a muchas preguntas, las que musitamos al creer que rezamos en nuestra jaula melancólica:
“El mundo está lleno de dioses… ¿Dónde vivirán sino es su sitio y su lugar? Y así nos avientan de un lado a otro como pequeñas cosas estupefactas. Y el poder de todas nuestras fuerzas que nos recrearon animándonos, es sólo un poco del reflejo de ellos. Sólo venimos a soñar y prestada es la salud y la belleza, pasajeras cosas intangibles… Atrás están ellos, ávidos, acechando con ojo inmóvil nuestro desmoronamiento…”
2 comentarios:
Este blog ha sido destripado por el tío Jack.
Cordialmente,
JACK EL DESTRIPABLOGS
http://jackeldestripablogs.blogspot.com/2007/02/uno-uno-todos-van-cayendo.html
Un saludo afectuoso José Ramón es un placer leerte y contemplar el rayo de cultura que desprendes , este blog esta completísimo
abrazos
Marina
Publicar un comentario