Honduras, pequeño país centroamericano de casi ocho millones de habitantes y que tiene las tasas más altas de pobreza e indigencia en América Latina (65 y 53 por ciento respectivamente) sufre hoy una de las crisis políticas más severa de su historia republicana, agravada en estos últimos días con el regreso del presidente Manuel Zelaya, tras 86 días de oprobioso destierro al que fue impuesto por el gobierno de facto de Roberto Micheletti y comparsa.
Si fue un golpe de estado o fue un “golpe de gobierno” el que derrocó a Zelaya no interesa tanto como si interesa saber que en estos momentos el pueblo hondureño viene siendo reprimido salvajemente, al estilo pinochetista, –incluso con las bombas lacrimógenas, vomitivas e irritantes que oportunamente le ha alcanzado nuestro “demócrata” presidente peruano Alan García Pérez- por el solo hecho de pedir la restitución de su presidente en el poder.
Si en el siglo pasado los derrocamientos de gobiernos legitimamente constituidos se planeaban en los cuarteles, hoy los golpes de estado se planifican desde las mismas instancias del poder civil del estado. En el caso concreto de Honduras el golpe se fraguó en el seno mismo del congreso y del poder judicial en coordinación con la iglesia y ese pequeño grupo de familias oligarcas (poder factico) que controlan todos los resortes del sistema económico-financiero y los medios de comunicación. Por supuesto que la ayuda estadounidense no ha estado ausente, pues, como se sabe, el avión que conducía al derrocado mandatario hizo escala en la base norteamericana de Palmerola como así lo ha señalado, recientemente, el general Douglas Fraser, jefe del Comando Sur de los EEUU.
Ciertamente, la situación política que hoy vive Honduras es sumamente complicada pero algo se tiene que hacer. ¿Qué hacer? A nuestro parecer, creemos que el camino de la negociación no es viable. Las intenciones de la ONU, de la OEA, o el “Acuerdo de San José” no conducen a una solución integral del problema. Los únicos actores que pueden determinar la resolución de esta crisis son los hondureños mismos y mas, precisamente, las clases trabajadoras (campesinos, obreros, pequeños industriales, artesanos, comerciantes, etcétera) los estudiantes, las amas de casa, los empleados públicos, los intelectuales, los artistas, etc. Todos ellos que conforman los sectores medios y “los de abajo” (o “ciudadanos de a pie” como últimamente les dicen) son los únicos que pueden trastocar este orden de cosas en beneficio propio.
Creemos que la restitución de Zelaya no es suficiente. Honduras necesita urgentemente reformar las estructuras de un estado burocrático caduco que perpetúa la dominación, la alienación y la explotación de las grandes masas trabajadoras. La convocatoria a una constituyente es de una necesidad insoslayable. Pero también urgen cambios en la economía, la política y la cultura en general. La sociedad hondureña necesita conquistar nuevos espacios de libertad, justicia y democracia sobre todo para los de abajo, es decir, para las clases más necesitadas que hoy son las dos terceras partes de la sociedad civil.
Los mecanismos de cómo conquistar reivindicaciones inmediatas pueden ser muchos, pero es impostergable, en el momento actual, la convocatoria de todas las fuerzas productoras del país y también de las clases medias para impulsar una huelga general indefinida que socave los cimientos materiales que sostienen al actual régimen represivo que viene no solo violando los derechos humanos sino que ha causado varias víctimas mortales en estos tres días de violenta represión (algunas versiones hablan de 12 muertos) al amparo de los sucesivos toques de queda y el recorte de los derechos civiles.
Solo mediante la lucha de la población organizada es posible revertir esta crisis política “en las alturas” y convertirla en una crisis revolucionaria que permita aglutinar fuerzas en pos de la consecución del poder. El pueblo hondureño puede y debe conquistar el poder. La formación de un gobierno de transición conformado por los representantes de las clases trabajadoras es factible, como factible es la transformación de ese viejo estado al servicio de los poderosos en un estado al servicio de las grandes mayorías. El momento no puede ser más oportuno hoy que las voces y los puños se levantan como un solo hombre. ¡Fe, coraje y honor pueblo hondureño. La victoria es vuestra!
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