1 de febrero de 2010

Notas de un chilango en tierras meridanas / 6.

Sábado por la noche. Tercera Llamada. La música de sala, de esas que uno reconoce propias para subir en ascensor o esperar en el conmmutador, hace mutis para dejar en silencio el nuevo espacio que se recreará entre el patio de butacas y el escenario del Teatro Daniel Ayala Pérez. Nuevo y único, cabría decir, pues, aunque sea un lugar común afirmar que el fenómeno teatral es un hecho vivo e irrepetible, no creo que esté de más dejarlo de manifiesto en estos tiempos donde un espectador-consumidor exigente y selectivo (que no todos lo son) bien podría, en nombre de su sensibilidad y su bolsillo, inclinarse por asistir al teatro y disfrutar una puesta en escena como ésta.

Tu ternura molotov, para quien no lo sabe, fue escrita por el venezolano Gustavo Ott un par de años después de que las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, se colapsaran tras ser impactadas por sendos aviones comerciales significándose en el parteaguas de un era preconizada por las doctrinas guerreristas de Estados Unidos, en especial la Low Intensity Conflict, y uno de sus “escenarios” por excelencia: la lucha contra el terrorismo.

Editada por primera vez en 2004, supongo que a raíz de haber obtenido el Premio Ricardo López Aranda, Tu ternura molotov aparece en la trayectoria del también fundador del Teatro San Martín de Caracas luego de un largo camino dentro de un estilo identificado como cruel y hasta macabro, siempre divertido, que, podríamos decir, alcanza su madurez con obras como Fotomatón, 80 dientes, 4 metros y 200 kilos, Tres esqueletos y medio y Miss; para dar paso a una nueva etapa que parece insertarse en lo que algunos estudiosos se han dado a la tarea de clasificar como un teatro latinoamericano posmoderno, entre cuyas obras primeras, hablando de Ott, se encuentran Dos amores y un bicho, Bandolero y Malasangre y, justamente, Tu ternura molotov.

Sobre el proscenio, a telón cerrado, un par de mesas de centro, de esas que llaman de diseño, de un blanco inmaculado, aparecen como punta de un iceberg que se desvela cuando el telón se abre al ritmo de los primeros compases de una suerte de jazz latino que Manuel Estrella musicalizara tomando como leit motiv la melodía de una canción para niños. Desde ése primer momento ya podemos comenzar a imaginar posibles rutas por las que apuntará la propuesta escénica de Juan de Dios Rath.

Casi de inmediato, aparece Victoria, encarnada por una Ariadna Medina guapísima, dando las primeras pinceladas de movimiento sobre la escena con prestancia y energía, y detrás de ella Daniel, vestido con el cuerpo de un Sebastián Liera tan adecentado que poco tiene que ver con la imagen desparpajada que le sabemos quienes lo conocemos de sus andanzas no-teatrales, que comienza a adueñarse del tablado.

Ella, locutora de noticias, modelo de la mujer profesionista que abandera el modo de producción capitalista, lo apura a él, abogado de una firma prestigiosa y modelo del ideal masculino del sistema y su cultura, para que siga a pies juntillas las instrucciones para concebir al heredero perfecto, varón para más señas, de su propia versión de un american way of life moderno, exitoso económicamente, heterosexual, guardián de la moral y las buenas costumbres, amante del orden, perfeccionista obsesivo, siempre sonriente, perfumado y almidonadito.

Todo está a punto, Victoria y Daniel, termómetro y bolsa de agua caliente en ristre, nos hacen saber y sentir que es así, en medio de un ambiente acogedor, elegante, clasemediero tirando a clase alta y por sobre todas las cosas con orden, como puede y debe comenzar a construirse el futuro; lo contrario, el asfixiante humor de la pobreza, la miseria abarcándolo todo como enredadera y su patrimonio: la ignorancia, el olvido, la explotación, es condena.

Pero el idilio se verá roto unos instantes más tarde cuando, en mitad de uno de los momentos más cachondos de la puesta (que no alcanza a salirse del orden preestablecido), la llegada de un paquete para Victoria enviado por el FBI abrirá la puerta a un pasado que irrumpirá en esa sala inmaculada, aunque sexosa, y hará del sueño americano que protagonizan nuestros anfitriones una pesadilla.

A partir de este instante la disección de la obra y su montaje se vuelven complejos, porque el espectador, ora crítico, ora consumidor, ora un poco de ambos, puede agarrarse del texto y dar tumbos hasta el final del recorrido, intentar seguir la dramaturgia de la puesta en escena y sus estrategias para justificar hasta donde es posible las hipótesis del autor, acompañar la trayectoria de los personajes conforme a la dramaturgia actoral o tomar distancia y en lugar de una mirada fragmentada recoger la sensación que le deja la experiencia en su totalidad.

Dicho en tres patadas (favor de no olvidar que lo dicho aquí es la mera percepción de un opinador especializado en no ser especialista en nada ni de nada), si el espectador-consumidor y chance hasta crítico empieza por lo primero, comenzará a hacerse una serie de preguntas para las cuales no encontrará respuesta ya que Ott plantea un conjunto de rutas que abandona sin resolver, ubicando a su obra en una especie de híbrido genérico que no termina por ser una comedia dado lo anecdótico de lo que se cuenta y la relativa simplicidad de los personajes, ni alcanza tampoco a ser una farsa porque el tono (con sabor a comedia) no llega a ser lo suficientemente grotesco.

Si se inclinara por lo segundo, sería testigo de una dupla muy bien acoplada entre la dirección y la producción escénicas que apostó por resolver de manera un tanto cuanto tradicional el universo planteado por el autor y que por esa vía entrega un producto de calidad, bello, cuidado, equilibrado, bien orquestado. Sin embargo, es quizás en la virtud de ser lo suficientemente sensibles e inteligentes como para ser fieles a Ott que, Rath en la dirección y Medina en la producción, pudieran estar cargando también con el pecado de no resolver las contradicciones de las tesis planteadas por su colega venezolano.

Apuntar hacia lo tercero, colocaría al espectador-consumidor de cara al disfrute de una cauda de recursos histriónicos por parte nuevamente de Medina y de Liera con muy buen nivel: cuerpos que habitan el escenario, gestualidades que seducen a la mirada, voces que conducen al pensamiento, desplantes de energía que sacuden la piel. Personalmente, se antoja imaginar qué harían Ariadna y Sebastián con un texto que tuviera menos concesiones tanto para con ellos como para con el público. Porque Tu ternura molotov, desde la dramaturgia de autor hasta la dramaturgia de actor, pasando por la dramaturgia del director, se nos presenta como un producto bellamente acabado: el diseño de la escenografía, el vestuario, la iluminación, la musicalización y la imagen de los personajes, así como su realización, es un dechado de armonía visual donde nada parece desencajar (salvo una zona menos iluminada que otras donde perdíamos la totalidad del gesto en la actriz y, un poco menos, en el actor y algunos errores en la entrada de los tracks de audio y los cambios de luz); pero, tan bello y tan cuidado que caía en una especie de falso realismo al que no le terminábamos de creer.

No obstante, el resultado general, la percepción de la totalidad, puede dejar satisfecho al espectador-consumidor: no saldrá defraudado. Está frente a un texto cargado de una intensionalidad crítica que invita a pensar sin renunciar al sacrosanto derecho teatral de ir a divertirse, pues presencia la disección casi inmisericorde de una clase social cuya doble moral encuentra explicación (mas no justificación) en el deseo con que sus miembros miran a quienes están arriba de ellos, un deseo directamente proporcional al medio con el que miran a los que están abajo; y, lo que es mejor, lo hace llevado de la mano por un equipo de profesionales abajo y arriba del escenario que función tras función le brindarán lo mejor de su no poca experiencia.

Enhorabuena a Murmurante Teatro; pero, sobre todo, felicitaciones al espectador-consumidor de Mérida, la de Yucatán, porque con proyectos como éste, emprendidos por artesanos profesionales y no por improvisados comerciantes, está más cerca de seguir siendo lo primero, un digno espectador, y tomar distancia de su camino a convertirse en lo segundo, un mero consumidor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Puroshuesos dijo...

Se antoja ver la obra, y conocer más sobre lo que ha escrito Ott, felicidades a los que participan en la produccion de Ternura Molotov...

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