Desde hace algunos meses, La Otra Chilanga, nodo virtual de cambalache chorero sobre política y sus derivados lácteos (ultra & light) abajo y a la izquierda, se ha visto honrada por una pluma, siempre solidaria, indignada, sensible e inteligente, la del sacerdote Raúl Lugo Rodríguez, a quien no le habíamos dado la bienvenida de rigor que ofrecemos a quienes, ya escribiendo directamente en el güeblog, ya permitiéndonos reproducir sus notas y artículos, se han convertido en nuestr@s colabor@ctricez y colabor@ctores. Asumo públicamente que tal descortesía es sólo mía y, armado de toda mi admiración para con su palabra y la congruencia de su quehacer social, vengo a desfaçer el entuerto de mi descuido.
Conocí a la palabra de Raúl Lugo antes que a él, leyendo una reseña que la revista mexicana de teatro Paso de Gato le publicara sobre la puesta en escena de Tres deseos pero ningún tranvía, montaje cuya dirección y dramaturgia estuvo a cargo de José Ramón Enríquez y con el cual el también colabor@ctor de aqueste rincón virtual marcaba, junto con el actor Pablo Herrero, el inicio de los trabajos creativos de la asociación civil Teatro Hacia el Margen; la segunda ocasión que vi su nombre, estaba entre las y los defensores de derechos humanos del Equipo Indignación que exigieron (y lograron) la liberación de don Ricardo Ucán Ceca, cuya causa fue desdeñada por todos y cada uno de los partidos políticos que se disputan el uso y abuso del poder local en Yucatán.
Cuando tuve, por fin, el regalo de conocerlo personalmente, su libro Iglesia católica y homosexualidad ya se había presentado en la disco gay Pride (creo que sin su presencia) granjeándose la animadversión del arzobispo Carlos Emilio Berlie Belanzaurán y su columna “Iglesia y Sociedad”, abrigada en el sitio electrónico de Indignación y El Varejón, su publicación impresa, se consolidaba cada vez más como un oasis de reflexión en medio de estos tiempos en los que el cinismo, la crueldad y el desprecio por la vida son moneda corriente de quienes hacen de la estupidez y del rehusarse a pensar su sello personal.
Sin embargo, cualquier cosa que yo pueda decir del padre Raúl se quedaría corta para colocar en su justo lugar la congruencia de sus acciones con su palabra libertaria y evangelizadora (mis amig@s en las CEB’s que aún hoy honran la memoria de don Sergio en Morelos me dirían que eso de “palabra libertaria y evangelizadora” es una redundancia); creo que la mejor presentación que puede hacerse de Raúl Lugo es la que él mismo hace de sí y que en marzo de 2010 leyera la actriz Analie Gómez cuando saludamos la publicación de Guerrero en mi estudio, obra de teatro de José Ramón Enríquez:
“Raúl Lugo Rodríguez es discípulo de Jesús y presbítero católico (en ese orden). Le gusta la literatura y, en ocasiones, hasta ha cometido cuentos. Es un apasionado de la justicia y se le quedan encerradas las llaves dentro del coche. Estudió la Biblia muy de cerca y en ella encontró más de una razón para ser revolucionario. Ama entrañablemente a Jesús de Nazaret y no hay nada que lo enoje más, que lo mismo que le enojaba a Él: la manipulación de la religión y la falta de respeto a los más pobres.
“Junto con un grupo de maravillosas mujeres trabaja en la promoción y defensa de los derechos humanos desde 1991. Junto con otros dos presbíteros, compañeros de sueños, acompaña a campesinos y campesinas mayas en la escuela U Yits Ka’an, de Maní, y trabaja también en el acompañamiento de personas afectadas por el VIH/SIDA en el Oasis de san Juan de Dios.
“Le gusta contar historias y los niños y niñas suelen mirarlo con simpatía. Le apasiona el teatro y es el fan número uno de la compañía Teatro Hacia el Margen. Le gustan los Beatles y Mercedes Sosa, y le parece que Silvio Rodríguez es el mejor compositor del mundo. Julio Cortázar es su cronopio favorito y quisiera tatuarse en el pecho la efigie del Che.
“A veces, por las noches, no duerme.”
Así, pues, no me resta sino decirle, parafraseando a sor Juana: “¡Bien venido sea;/ sea bien venido!”
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