25 de mayo de 2020

BABEL :: Por explicaciones no conspirativas.

Por: Javier Hernández Alpízar / Zapateando.

Frantz Fanon escribió, en Los condenados de la Tierra, que las personas que fueron víctimas de violencia extrema durante la guerra de descolonización en África solían no soportar el absurdo. No podían tolerar la idea de que habían sido víctimas en un mundo absurdo, caótico, violento y todo ello sin un por qué. Era intolerable el absurdo. Para llenar el vacío de sentido del absurdo se inventaban un orden: en el mundo prevalecían los más fuertes y ellos habían sido víctimas por ser débiles, era su “culpa”. Preferían esa explicación que el absurdo.

Parece que nuestras mentes no toleran el sinsentido, no toleran las cadenas causales aleatorias, azarosas, caóticas porque nos parecen absurdas. Tendemos a pensar en una inteligencia que ordena los sucesos de acuerdo a fines y medios. Quizás porque nosotros procedemos así, nos proponemos algo y hacemos lo que es necesario para alcanzar ese propósito.

Tenemos un modelo antropomórfico y teleológico para explicarnos los sucesos del mundo: una mente que pensó, deliberó, planeó e hizo tal o cual cosa. Sin embargo, la ciencia moderna va a contracorriente de esa manera de pensar: la ha descartado por su sentido teológico. Y sobre todo porque no necesita hipótesis finalistas para entender y explicar mejor los fenómenos.

La ciencia piensa en causas y efectos impersonales, que pueden ser caóticos, azarosos, o más ordenados e inteligibles, pero que no obedecen a designios ni tienen finalidades buscadas: la vida surgió como resultado de la entropía, por puros procesos físicos, luego químicos, luego bioquímicos, pero no era un fin buscado ni un propósito. Y la evolución de los seres vivos ocurre sin un designio, sin un plan.

Solamente las pseudociencias, como la economía neoliberal, siguen usando de manera disfrazada el modelo de una providencia, de una “mano invisible” que cumple designios de orden “racional”. Según esa pseudociencias no es necesario planificar la economía porque obedece a un plan “espontáneo”: el capitalismo naturalizado. Metafísica de la peor.

Por eso la ciencia ya no satisface el ansia de sentido de los seres humano de carne y hueso en la escala del mundo de la vida ordinaria: eso que trataban de hacer la magia, los mitos, las religiones y las filosofías precientíficas: decir al ser humano qué propósito y sentido tiene su existencia, su vida, su mundo.

El lugar vacío del sentido narrativo de las vidas y los fenómenos que afectan a los seres humanos no lo llena la ciencia, abstracta, fría, desconocida, ininteligible para la gran mayoría. Ese lugar lo llenan los sustitutos más o menos secularizados de las religiones, las ideologías, con su sentido moral (mejor o peor disimulada su vertiente religiosa). Pero siempre buscamos un sentido narrativo y la presencia de fines buscados por una inteligencia, buena o mala, y en las narrativas más excitantes e impactantes suele predominar la intención mala, parece más “realista”.

De ahí que ante fenómenos complejos de origen combinado social y ambiental, como la actual pandemia del coronavirus Sarscov2 que provoca el padecimiento Covid19, o como los desastres socioambientales asociados con el cambio climático, sean muchísimo más popularmente aceptadas las teorías de la conspiración que las explicaciones de la ciencia.

Las teorías de la conspiración satisfacen el deseo de una narración esencialmente teleológica: una mente o un equipo de mentes perversas conspiran, piensan, deliberan, se complotan y actúan además en secreto, con misterio, con suspenso, con todo el atractivo narrativo al cual nos acostumbraron las literaturas y el cine.

Frente a una historia de una mente malvada y poderosa, las explicaciones de matemáticas, física, química, biología, son extrañas, incomprensibles, inverosímiles para el “sentido común” paranoico.

Además, la paranoia satisface a nuestro narcisismo: nos hace personajes importantes, atacados, perseguidos por seres siniestros y no meramente seres naturales, animales, sometidos a inhumanas y ciegas leyes de causas y azares naturales sin propósito alguno, ininteligibles para el consumidor de narraciones.

Para las mentalidades populares, Scherezada gana la partida a cualquier científico a la hora de “explicar” lo que emerge y nos afecta y, por tanto, nos da temor, angustia y nos provoca rechazo.

Por eso es más fácil para muchos creer en médicos malvados que asesinan pacientes “para extraerles el líquido de las rodillas, que vale más que el oro o el platino”, que creer en una ciencia que habla de virus, microscópicos, invisibles, que evolucionaron naturalmente (sin propósito ni finalidad) y que nos emparentan con los demás seres naturales, especialmente con los animales. ¿No se dice que Dios nos creó a su imagen y semejanza y por ende somos barro de otro barro?

El único problema es que las narraciones emocionantes de conspiraciones pueden entretener nuestro ego infatuado pero no solucionar los problemas. Para solucionar problemas y tener medicamentos, vacunas, terapias, curaciones, medidas de prevención que sí funciones y sí ayuden a la salud humana y salven vidas, para todo eso, sirven las ciencias y no las teorías de la conspiración.

Por el contrario, las teorías de la conspiración derivan en agresiones irracionales a personal de salud, en incumplimiento de las medidas de prevención, en actitudes y acciones que afectan a la salud y a la vida de muchas personas: ya nos han constado muchas vidas y en el futuro seguirán costando más.

Es la hora de romper el cordón umbilical narcisista que nos ata a las narraciones de hadas y hechiceros y hacernos adultos, con la ciencia como forma de conocimiento del mundo que nos permita enfrentar un planeta que el capitalismo contribuyó a transformar: de una naturaleza hóspita a un planeta lleno de peligros y riesgos.

En el mundo humano sí hay y debe haber fines, metas, utopías, éticas y planes (incluso planificar la economía), políticas, precisamente porque tales propósitos no están ya en la naturaleza ni en ningún orden espontáneo. Pero no nos ayuda extrapolar ese sentido teleológico tratando de moralizar y hacer conspirativa a la naturaleza.

El virus no es un complot, la pandemia no ha sido creada ni esparcida deliberadamente: lo verdaderamente antiético es que los sistemas de salud de casi todos los países hayan sido destruidos por el capitalismo neoliberal, junto con nuestros demás derechos humanos sociales, pero eso no es cosa de la naturaleza, eso sí es una cuestión política, responde a una lucha y correlación de fuerzas social y humana. Ahí sí debemos conspirar, deliberar, organizarnos y alcanzar metas humanas deseables.

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