14 de diciembre de 2006

LA DERECHA CENSURA a periodistas incómodos y... ¿la izquierda también?

Para pocos de quienes pululamos con nuestra esperanza a cuestas caminando hacia la construcción de un México y un mundo nuevos y mejores, distinto al que el poder de arriba nos oferta, nos es desconocido que algunos periodistas críticos para con la derecha han sido censurados, recortados o "castigados" con la entrada del nuevo régimen (que de nuevo no tiene nada) de Felipe Franco Pinochet. Son los casos de Ricardo Rocha, a quien quitaron su noticiero matutino en Radio Fórmula; de Carmen Aristegui, a quien arrebataron del espacio que tenía en la televisión por cable, o a José Gutiérrez Vivó, a quien "castigaron" impidiéndole el pago de altísimas rentas para poder mantener al aire su proyecto Radio Monitor.
Pero quizás no todos sepamos que un periódico de tendencia izquierdista, el único que prácticamente estuvo cubriendo 12 años de zapatismo público y, vía el trabajo de Hermann Bellinghausen, la Otra Campaña (por no hablar de la abierta inclinación lopezobradorista que profesan): La Jornada, parece estar siguiendo los pasos del felipismo mediático.

Podemos decir que es una lástima y seguir como si nada; pero, para quienes hemos apostado por la Otra Campaña, el asunto es particularmente delicado ya que involucra en dicha decisión a un compañero nuestro que, según las acusaciones que lo señalan, tomó la decisión en cuestión precisamente por su participación en la Otra Campaña y su cercanía con el EZLN.

Esperamos que de leernos, tengamos una explicación que aclare esta situación; pues, de lo contrario, ¿qué nos haría distintos de ésa derecha retrógrada que se erige vigilante del capitalismo y su cómplice, aquella supuesta izquierda pusilánime, que con el pretexto de estar cometiendo "errores tácticos" ha traicionado la lucha de los pueblos indios, la Otra Campaña y la ciudadanía que votó por su candidato?

EXPULSAN A SERGIO ZERMEÑO DE La Jornada

A lo largo de los siete años en que colaboré
quincenalmente sin falta en este periódico, muchos
amigos y otras personas me dejaron saber que
apreciaban mis opiniones, incluso si no estaban de
acuerdo con esta o aquella idea en particular. Para
esas personas y para quienes estén interesados explico
en esta carta las razones de mi expulsión, ahora que
veo las cosas con más serenidad. Estos son los hechos:
el martes 25 de agosto, en una asamblea de académicos
y estudiantes, al regreso del periodo vacacional, se
me encomendó la tarea de redactar el texto para un
desplegado que apareció el viernes 25 de ese mismo
mes, dirigido a la consideración del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación. En él
se pedía, en esencia, la anulación de las elecciones
en virtud de que "existen altas probabilidades de que
las tendencias aritméticas en la contabilidad de los
votos, en lugar de proporcionarnos certezas sobre un
claro triunfador, terminen disminuyendo aún más la
distancia entre los dos contendientes y la legitimidad
de todo el proceso... Debemos alejarnos a toda costa,
se concluía, de los escenarios que podrían provocar
violencia y sufrimiento a nuestra población". El
desplegado lo firmábamos y lo financiábamos un millar
de universitarios (a quienes también me dirijo), y el
grupo promotor decidió que apareciera en el diario
Reforma para propiciar que posiciones políticas de un
espectro más amplio pudieran sumarse a la demanda.

Tres días después Luis Hernández Navarro, coordinador
de Opinión de la Jornada, se comunicó conmigo para
informarme que haber publicado en ese medio era "un
acto de traición" y en consecuencia quedaba expulsado
del periódico. Ante tan desproporcionado aviso busqué
hablar con Carmen Lira, pero se me dejó saber que era
con Hernández Navarro con quién debía discutir el
asunto. El primer argumento que esgrimió para
demostrar mi "traición" fue que el dinero que le
habíamos pagado a ese "periódico enemigo" debió haber
sido para La Jornada. Cuando argumenté que esa no era
una traición sino una estrategia para atraer a otros
sectores de la opinión hacia nuestros postulados, su
argumento fue que la anulación de las elecciones era
"una estupidez". A nadie se le ocurriría decir que La
Jornada nos traicionó por haber publicado innumerables
desplegados de felicitación a Felipe Calderón al
recibir la constancia de presidente electo, porque es
obvio que eso se inscribe en la libertad de ese diario
para establecer su política financiera.

Pero el verdadero problema es otro: siendo Hernández
Navarro uno de los principales asesores del EZLN,
pedir que se anularan las elecciones iba en contra de
la política anticapitalista de derrocamiento del
Estado burgués, como tantas veces lo ha declarado su
vocero, y en esa lógica resulta más conveniente
generar un periodo de inestabilidad política, de
agudización de las contradicciones, con el ascenso de
la derecha calderonista al poder. Yo pienso que cada
quien tiene derecho a demostrar que la vía del cambio
que ha escogido es la correcta, pero a lo que no
tenemos derecho es a callar las otras voces
recurriendo a "argumentos" pantalla y tampoco a privar
del derecho de réplica a esas voces que se ha decidido
suprimir, menos aún si se trata de mi periódico, este
honorable medio de comunicación progresista y de
izquierda, pero que debe mantenerse plural, al que
tantos nos hemos esforzado, día con día, en conservar
y mejorar.

De no ser corregido este abuso, si no nos alejamos lo
más pronto posible de lo que puede terminar siendo un
macartismo de izquierda, no creo que pueda ser
aceptable que la persona a que me estoy refiriendo
tenga derecho a afirmar, como lo hizo el sábado 16 de
septiembre en un artículo de plana entera firmado en
coautoría con Pablo González Casanova, que "construir
la democracia y las autonomías... (exige) el respeto a
las distintas religiones, ideologías, civilizaciones,
identidades que lleve a la libertad y a la justicia
con respeto a los demás". Pero tan importante como eso
es que sin el respeto de las otras posiciones no
podremos volver a argumentar que los monopolios
televisivos y las oligarquías de nuestro país han
actuado, en momentos críticos para la nuestra
democracia como los que acabamos de vivir,
estableciendo grotescos cercos informativos hacia las
fuerzas progresistas y democráticas.

Sergio Zermeño

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