17 de diciembre de 2006

Que nunca descanse en paz


LA JORNADA MORELOS
Adriana Mújica M.

Realmente espero y deseo que Pinochet nunca, pero nunca, descanse en paz porque fueron demasiadas las atrocidades que cometió y excesivo el dolor que hizo sufrir a miles y miles de personas.

Aún recuerdo aquel 11 de septiembre de 1973, cuando la radio mexicana interrumpió transmisiones para informar que se estaba llevando a cabo un golpe de estado en Chile.

Desde ese preciso instante, todas las personas que apoyaban al presidente Salvador Allende (quien había sido democráticamente elegido tres años antes) sufrieron las injusticias del nuevo “gobierno” que se impuso a fuerza de balas y botas. Algunos desaparecieron, otros fueron asesinados, muchas personas fueron encarceladas y otras decidieron exiliarse.

La dictadura que se impuso, con Pinochet a la cabeza, se caracterizó por la represión, el autoritarismo y el término de políticas de origen social.

Pero volvamos a aquel 11 de septiembre de hace 33 años.

Chile amaneció con una normalidad que fue interrumpida a las 8 de la mañana en que la marina empieza a tomar las calles del puerto de Valparaíso. Al notificarle eso al presidente Allende, él va rumbo al Palacio de la Moneda (sus oficinas) y transmite un mensaje a la nación en el que advierte la sublevación de “un sector de la Marina”. No llama al pueblo a las armas ni a la violencia, sino a la prudencia.

Para las 8:42, se transmite por varias estaciones opuestas al gobierno de Allende la “Proclama” que señalaba que el Presidente Allende debía entregar de manera inmediata el gobierno a las Fuerzas armadas y los carabineros de Chile. La firmaban Augusto Pinochet Ugarte, General de ejército, comandante en jefe del Ejército; Toribio Merino Castro, Almirante, comandante en jefe de la Armada; Gustavo Leigh Guzmán, General del Aire, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, y César Mendoza Durán, General, director General de Carabineros.

La misma “Proclama” da un ultimátum al presidente Allende para que desaloje el Palacio de La Moneda antes de las 11:00 o la instalación será atacada “por tierra y aire”.

El presidente Allende se niega a entregar el gobierno a manos militares y tampoco acepta la propuesta de sacarlo del país (al destierro) que le hace un militar golpista.

A las 10:15, Allende transmite el que será su último mensaje a la nación chilena: “Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Trabajadores de mi Patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, espero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición: la que les señaló Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando, con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios… Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, la seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi Patria: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”

A las 10:30 los tanques abren fuego contra La Moneda, les siguen las tanquetas y los soldados. A las 10:45 uno de los golpistas informa a Pinochet que “parece que habría intención de parlamentar”. Pinochet responde tajante: “Rendición incondicional ¡nada de parlamentar! ¡Rendición incondicional!”. El otro militar le contesta: “Bien, rendición incondicional, y se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos” A lo que Pinochet responde: “La vida y la integridad física. Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país. Pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”.

Se da un alto al fuego por un rato pero, ante la nueva negativa del presidente Allende a la propuesta, se reinicia el ataque incluyendo bombardeo aéreo.

A las 14:38, Pinochet es informado: “Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto”.

A las 18:00 horas se reunieron y se abrazaron, en la Escuela Militar, los cuatro comandantes máximos de las Fuerzas Armadas, eran la nueva Junta Militar.

A excepción de unas pequeñas escaramuzas en sitios aislados de Santiago de Chile, la junta toma el poder del país. La Unidad Popular y su presidente habían muerto, se iniciaban los 16 años del gobierno militar. Las tropelías de Pinochet apenas habían comenzado. Y duraron demasiados años, pues, hasta 1988 se llevó a cabo un plebiscito para saber si la población deseaba que continuara el gobierno de Pinochet. La respuesta fue “NO” y después del proceso electoral en 1990 ganó Patricio Aylwin del Partido Demócrata Cristiano.

Tras ese cambio de gobierno, Augusto Pinochet ha sido acusado de cometer terribles crímenes y violaciones contra los derechos humanos, pero no alcanzó a ser juzgado porque su defensa declaró que sufría de una “demencia senil”.

Pero las víctimas del régimen de Pinochet suman miles de personas que esperan, cuando menos, que se la historia lo juzgue por los delitos de lesa humanidad que cometió.

* * *

El juicio por delitos de lesa humanidad que se instauró en España a Pinochet señala claramente que instalado mediante la violencia en el poder de facto, desapareció los partidos políticos, sindicatos, asociaciones profesionales y cualesquiera grupos o personas que hubiesen brindado su apoyo al régimen político derribado, procurando la eliminación física de sus integrantes, la detención, tortura, asesinato, encarcelamiento o exilio de miles de ciudadanos, fueran o no miembros de aquellas organizaciones, cuadros sindicales, trabajadores, intelectuales, profesionales, profesores o estudiantes, religiosos o laicos, niños o mujeres, a quienes fueron agregando a familiares, amigos, conocidos o vecinos, y a cualquier persona que ofreciera resistencia a su dictadura, o que discrepara de los fines y medios que mediante aquella se habían impuesto.

Además de encarcelar sin acusación ni juicio previo a decenas de miles de ciudadanos, carentes de cualquier clase de garantía procesal de defensa, su gente consumó la eliminación física de los discrepantes. Así, contra los denunciados procedieron de manera organizada, jerarquizada, sistemática, sirviéndose de las tropas bajo su mando, así como de los inmuebles, acuartelamientos, medios materiales, personales y técnicos de las FF.AA. y de carabineros, y prescindiendo de cualquier procedimiento legal, incluso del ordenamiento vigente por ellos impuesto, al allanamiento de los domicilios de miles de ciudadanos, secuestrándolos, sometiéndolos a sofisticados métodos de tortura para procurar su sufrimiento y forzarles a suministrar información, y finalmente, procedieron a quitarles la vida por diferentes métodos, de manera que para las víctimas resultase imposible defenderse. Posteriormente, se deshicieron de manera masiva y clandestina de los cadáveres.

Instalaron en dependencias sometidas a su disciplina castrense centenares de centros clandestinos de detención, torturas y ejecuciones sumarias que alcanzaron pronto una desgraciada celebridad internacional como centros de aniquilación de seres humanos, en una sociedad inmersa en el más absoluto silencio impuesto por el terror. Hasta tal punto se extendió sobre la población indefensa la represión desatada, que en las primeras semanas después de la sublevación, los militares denunciados se vieron obligados a utilizar como centros de detención el Estadio Nacional y el Estadio Chile.

La denuncia que se interpuso contra Pinochet, habla de ciudadanos españoles:

Joan Alsina Hurtos, nacido en Cataluña, era un sacerdote católico, y trabajaba como párroco en la Iglesia de San Ignacio en la comuna de San Bernardo; era además jefe de personal del Hospital de San Juan de Dios, donde fue detenido. Fue asesinado mediante fusilamiento, en las márgenes del Río Mapocho, el 19 de septiembre de 1973. Tenía 31 años.

Antoni Llida Mengual, nacido en Xavia (Valencia), era también sacerdote católico; fue detenido en fecha no determinada de octubre de 1974, y conducido al centro de detención de Cuatro Alamos, torturado y desaparecido. Todavía hoy se ignora su paradero y las circunstancias de su definitiva desaparición.

Michelle Pena Herreros, hija de una familia española exiliada. Era estudiante de Ingeniería, y su familia regenteaba un modesto restaurante en Santiago de Chile. Fue detenida en Las Rejas, cerca de Santiago, el 24 de junio de 1975, en medio de un gran despliegue militar. Michelle convivía con el chileno Ricardo Ernesto Lagos Salinas, dirigente del Partido Socialista, quien había sido secuestrado un día antes, conducido al centro clandestino de detención de “Villa Grimaldi”, torturado y desaparecido. La casa de Ricardo y Michelle fue destruida. En el momento de su detención, Michelle Pena Herreros, que tenia 27 años de edad, estaba embarazada de ocho meses. Según testimonio que recogió la Vicaría de la Solidaridad de Chile, Michelle dio a luz en cautividad un niño, que estaría todavía hoy con vida, y cuyo paradero, circunstancias de adopción e identidad ficticia se desconocen. Según la versión oficial, y de la misma forma que se hacía en la totalidad de los casos, Michelle no había sido detenida. Sin embargo, varios supervivientes de “Villa Grimaldi” atestiguaron haberla visto allí. El último dato conocido lo ofreció una detenida del centro clandestino que logro salvar la vida, e indico que en la pared de su celda había una inscripción que decía: “Yo estuve aquí. Michelle Pena. Agosto de 1975”.

Antonio Elizondo Ormaechea, nacido en Logroño. Fue secuestrado por un comando de la DINA el 26 de mayo de 1976 junto con su cónyuge, Elizabeth Rekas Urra, días antes había sido secuestrado el hermano de ella, Andrés Constantino Rekas Urra quien fue conducido al centro de ““Villa Grimaldi”, y torturado para que revelara el paradero de su hermana y su cuñado. Superviviente, declaro haber visto a ambos en el mismo centro clandestino de detención. Antonio Elizondo y Elizabeth Rekas permanecen desaparecidos desde entonces. Elizabeth se encontraba embarazada de cuatro meses en el momento de su detención.

En “Villa Grimaldi”, según testimonios de supervivientes y de un ex-integrante de las Fuerzas de Seguridad, había una torre destinada a los detenidos, que después de una permanencia más o menos larga en el recinto iban a ser eliminados de manera inmediata. De allí eran sacados en camiones militares, y su desaparición consistía al parecer en dos métodos diferentes: uno, llamado “Puerto Montt”, que se les fusilaba en campo abierto, enterrándolos luego en fosas comunes en lugares deshabitados. El otro “La Moneda”, que era lanzarlos al mar, vivos o muertos, desde aviones de la Fuerza Aérea.

También se fusilaba en los puentes sobre los ríos, o en las márgenes para enseguida arrojar acto los cadáveres a la corriente.

Pero, desgraciadamente, aún hay más casos que contar.

* * *

En el juicio contra Pinochet y sus compinches por crímenes de lesa humanidad, siguen varios casos más de ciudadanos españoles: Carmelo Soria Espinosa, nacido en Madrid en 1921. Trabajaba en el Centro Latinoamericano de Estudios Demográficos en Chile, como funcionario de las Naciones Unidas. Estaba casado con la chilena Laura González Vera y tenia tres hijos. Realizaba tareas editoriales y actividades humanitarias, como haber ayudado a salir de Chile a personas perseguidas por militares. Tenía estatuto diplomático. Fue detenido por la DINA el 14 de julio de 1976. Fue brutalmente torturado. Después de horas de tormento, sus captores le colocaron sobre las escaleras, y mientras unos le sujetaban la cabeza otros le aplastaron el pecho hasta lograr una doble fractura de la columna vertebral que le produjo la muerte. El dictamen de autopsia revelaba un “estrangulamiento realizado por una persona de gran corpulencia”. Presentaba lesión en el tórax con desgarro de la vena pulmonar izquierda. Finalmente, para simular un accidente, lo despeñaron en un coche en el Canal de El Carmen. La versión oficial difundida afirmaba que el funcionario habría fallecido como consecuencia de haber conducido bajo la influencia de bebidas alcohólicas.

Enrique López Olmedo fue detenido a finales de octubre de 1977 en Valparaíso. Las fuerzas de seguridad, como tantas otras veces, negaron la detención. Fue asesinado el 11 de noviembre. Según la versión oficial, participó en un enfrentamiento armado ocurrido en esa fecha, lo que no es materialmente posible, ya que estaba privado de libertad. El informe Rettig concluyó que su muerte fue causada, después de unos quince días de secuestro, por los mismos militares que le habían detenido.

Sobre estos casos, el Senado español constató que “se trataba de personas que ejercían una actividad licita, tenían domicilio conocido y documentación en regla, y que los detenidos no portaban armas, ni resistieron a la autoridad”. Se calificaron los hechos investigados como crímenes contra la Humanidad y terrorismo de Estado, y así fue aprobado.

Esto es apenas una pequeña muestra de lo que Pinochet y su grupo hicieron contra ciudadanos extranjeros. Pero que hicieron a los chilenos fue peor:

Uno de los casos que ejemplifican este tipo de tortura, no de todos conocida, fue el del cantante Víctor Jara, quien fue detenido y enviado al campo de detención ubicado en el Estadio Deportivo. Allí, uno de los militares lo reconoció y le dijo: “A ver cantantito de mier… vamos a ver si eres tan chicho”. Entonces ordenó que un soldado le destrozara las manos con la culata de su fusil. Con las manos destrozadas, lo obligaron a subirse a una pila de cadáveres y allí, le empezaron a gritar: “canta tus cancioncitas comunistas”. Un testigo presencial relató que Jara empezó a entonar, a todo pulmón, el himno de la Unidad Popular: “Desde el hondo crisol de la Patria se levanta el clamor popular, ya se anuncia la nueva alborada todo Chile comienza a cantar, recordando al soldado valiente, cuyo ejemplo lo hiciera inmortal, enfrentemos primero a la muerte, traicionar a la Patria jamás”. Los militares primero se reían pero cuando otras personas detenidas empezaron a cantar con él lo callaron con una ráfaga de ametralladora.

Hay casos mucho más graves que no han sido del dominio público, como el de una joven mujer cuyo esposo era líder del Partido Comunista Chileno. La detuvieron junto con su pequeño hijo de dos años, al que los soldados utilizaban como diversión, y para ello, le enseñaron a fumar y a tomar cerveza. Mientras tanto, aquella joven mujer era tendida y amarrada de pies y manos sobre una mesa. Le quitaban la ropa, le echaban miel fuera y dentro de su vagina y colocaban un ratón que empezaba a comer la miel hasta que se introducía por la vagina. Entonces los soldados jalaban de la cola al ratón, para sacarlo, y esperaban que ella regresara del desmayo que sufría para que les informara dónde se encontraba su esposo y otros líderes de izquierda. Como ella no les daba la información, entonces regresaban a la misma tortura una y otra vez.

Pero estos casos y otros miles, jamás a Pinochet se le pudo someter a juicio, ya que “hábilmente” la dictadura militar hizo reformas penales que le aseguraron el “fuero”, y nunca hubo autoridad que se atreviera a atender cualquiera de las acusaciones que se llegaron a hacer. Por ello y por mucho más, ojalá que ni Pinochet ni sus cómplices ni los familiares de ninguno de ellos logre descansar en paz. Y que pronto lleguen visos de justicia, cuando menos, someter a juicio a quienes siguen vivos y fueron cómplices del dictador. Y se logre incautarles de forma definitiva los bienes que le robaron al pueblo chileno, y que den información clara y comprobable del destino que sufrieron los miles de desaparecidos.

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