“Si sentís deseos de inclinaros ante un déspota, hacedlo;
pero levantad una piedra para terminar dignamente el saludo.”
Praxedis G. Guerrero
pero levantad una piedra para terminar dignamente el saludo.”
Praxedis G. Guerrero
Dos mil siete, cual si de una suerte de año james-bond-bis se tratara, comienza a desgajarse tras el paso de sus primeros días; y, entonces, dado el mal chiste y las peores referencias cinematográficas, cuesta un poco de trabajo dejar de pensar en melodramas políticos, con sus personajes simples, donde el imperio es siempre la más pura representación del bien y la democracia mientras las demás, los demás, somos entes salidos del meritito infierno siempre irredento.
Y es que el año que hemos dejado atrás, para algunos de nosotros (para otros no tanto) bien puede ser narrado como un paseo mundano con Virgilio de la mano. La crónica de los acontecimientos, el pase de lista de los agravios, la enumeración de las afrentas ha sido hecha ya por otras plumas con mejor oficio que el mío. Sin embargo, permítaseme resumir, aunque sea de manera grosera, pues de algún modo todos los resúmenes suelen ser rasgos de insolencia, que el año recién despedido significó la cuenta de doce meses donde la ciencia que se encarga de lo público adelantó sus vacaciones en la planta alta de la clase política haciendo de la represión el botón de muestra más evidente de su ausencia y del proceso electoral el ejemplo más claro de lo que no es ni puede ser llamado con su nombre.
Pero no quiero esta vez hablar de la inmundicia que parece recrearse a sí misma en campañas electorales coronadas con fraudes y tomas presidenciales de protesta ricamente aderezadas por el quehacer legislativo de cierta clase de señoras y señores que ceden ante cámaras de televisión y uniformes militares el mandato que recibieron en las urnas. Prefiero, más bien, recordar las voces y los rostros que a lo largo de poco más de 300 días se encontraron en el caminar de un ejercicio desdeñado por quienes entienden la política sólo como la cosa electoral, traer a colación los días de fiesta cívica ante la burla oficial del multimentado estado de derecho, convocar a la memoria la batalla de un pueblo cuando adosa las barricadas con dignidad.
Poco importa si el silencio y el desprecio empaña inclusive las mentes más ilustradas, o si la llamada clase política renuncia de su mandato público, o si la soberbia se retoca los párpados con la complicidad que el poder y el dinero teje: dos mil seis, año de mineros sepultados, de gobers preciosos, de nuncios pederastas, de soldados disfrazados de policías, de mujeres ultrajadas, de pueblos indios burlados, de periodistas asesinados, de maestros rociados con agua de tanquetas y gases lacrimógenos; es también el anuncio del alba donde las madres y las esposas se organizan para tomar la estafeta de sus maridos muertos en los escombros, los niños toman su vergüenza y denuncian con valentía el abuso a su territorio más íntimo, la gente demuestra su voluntad de paz y justicia verdaderas, algunos hombres se quitan los sombreros y suman su paso al digno caminar de sus compañeras, los pueblos avanzan en la construcción de experiencias autonómicas, en los medios asoman la voz o la tinta que se resisten a quedarse calladas o los docentes de todas las asignaturas dan clase de civismo.
“En ocasiones coincidiendo, en ocasiones difiriendo”, apunta José, porque -agrega- “así es entre quienes disienten, entre quienes se rebelan, entre quienes aprenden a ser protagonistas de su propia historia, a levantarse porque la indignacion levanta [y] nos permite ver el horizonte de otra manera, conservando utopias.” Y si alguien duda qué manera es ésa muy otra y cuáles las razones de su utopía, Gilberto invita a su mirada y cuenta: “tres jóvenes prostitutas en La Merced aplaudían el paso de la singular marcha, un trabajador electricista hacía sonar el claxón de su camioneta de Luz y Fuerza mientras sostenía el puño en alto, un indigente semi-in-conciente tirado en un camellón oía los gritos y levantaba su puño sin ver ni decir nada, en el mercado de Sonora dos mujeres morenas también levantaban su puño mirando desde el puente y, así, hartas cosas que otros vieron y otros no.”
Así, pues, dejemos la desesperanza para próximos encuentros (que el horno no estará para bollos) ahora que éstas palabras, viniendo de mis amigos, compartidas conmigo que suelo ser más pesimista de lo que mi edad debiera permitírmelo, llegaron a convertirse en regalo que ahora yo quiero, y por eso os escribo, compartíroslo junto aquellas otras perras negras que juntara Victor Hugo.
“¿Llegará, por fin, al porvenir? Al ver tanta sombra terrible ya no parece del todo aventurado hacer esa pregunta. Perspectiva sombría para los egoístas y los miserables. En los egoístas, las preocupaciones, las tinieblas de la educación rica, el apetito creciente de la misma embriaguez, un aturdimiento de prosperidad que ensordece, el temor de sufrir que, en algunos, va hasta la aversión contra los que sufren, una satisfacción implacable, el yo tan engreído y tan inflado que cierra el alma; en los miserables, el deseo de poseer, la envidia, el odio de ver a los otros gozar, las profundas sacudidas de la bestia humana hacia las satisfacciones y hacia la sociedad, los corazones llenos de bruma, la tristeza, la necesidad, la fatalidad, la ignorancia impura y simple.”
“¿Debemos continuar levantando los ojos hacia el cielo? ¿El punto luminoso que allí se vislumbra es de aquellos que se extinguen alguna vez? Causa pavor ver el ideal así perdido en las profundidades del espacio y del tiempo, pequeño, aislado, imperceptible, brillante, pero rodeado de todas esas amenazas negras, monstruosamente hacinadas en derredor; y, sin embargo, aquél no se halla en mayor peligro que una estrella en las fauces de las nubes.”
Año nuevo entonces, fértil de luchas e ideas.
Y es que el año que hemos dejado atrás, para algunos de nosotros (para otros no tanto) bien puede ser narrado como un paseo mundano con Virgilio de la mano. La crónica de los acontecimientos, el pase de lista de los agravios, la enumeración de las afrentas ha sido hecha ya por otras plumas con mejor oficio que el mío. Sin embargo, permítaseme resumir, aunque sea de manera grosera, pues de algún modo todos los resúmenes suelen ser rasgos de insolencia, que el año recién despedido significó la cuenta de doce meses donde la ciencia que se encarga de lo público adelantó sus vacaciones en la planta alta de la clase política haciendo de la represión el botón de muestra más evidente de su ausencia y del proceso electoral el ejemplo más claro de lo que no es ni puede ser llamado con su nombre.
Pero no quiero esta vez hablar de la inmundicia que parece recrearse a sí misma en campañas electorales coronadas con fraudes y tomas presidenciales de protesta ricamente aderezadas por el quehacer legislativo de cierta clase de señoras y señores que ceden ante cámaras de televisión y uniformes militares el mandato que recibieron en las urnas. Prefiero, más bien, recordar las voces y los rostros que a lo largo de poco más de 300 días se encontraron en el caminar de un ejercicio desdeñado por quienes entienden la política sólo como la cosa electoral, traer a colación los días de fiesta cívica ante la burla oficial del multimentado estado de derecho, convocar a la memoria la batalla de un pueblo cuando adosa las barricadas con dignidad.
Poco importa si el silencio y el desprecio empaña inclusive las mentes más ilustradas, o si la llamada clase política renuncia de su mandato público, o si la soberbia se retoca los párpados con la complicidad que el poder y el dinero teje: dos mil seis, año de mineros sepultados, de gobers preciosos, de nuncios pederastas, de soldados disfrazados de policías, de mujeres ultrajadas, de pueblos indios burlados, de periodistas asesinados, de maestros rociados con agua de tanquetas y gases lacrimógenos; es también el anuncio del alba donde las madres y las esposas se organizan para tomar la estafeta de sus maridos muertos en los escombros, los niños toman su vergüenza y denuncian con valentía el abuso a su territorio más íntimo, la gente demuestra su voluntad de paz y justicia verdaderas, algunos hombres se quitan los sombreros y suman su paso al digno caminar de sus compañeras, los pueblos avanzan en la construcción de experiencias autonómicas, en los medios asoman la voz o la tinta que se resisten a quedarse calladas o los docentes de todas las asignaturas dan clase de civismo.
“En ocasiones coincidiendo, en ocasiones difiriendo”, apunta José, porque -agrega- “así es entre quienes disienten, entre quienes se rebelan, entre quienes aprenden a ser protagonistas de su propia historia, a levantarse porque la indignacion levanta [y] nos permite ver el horizonte de otra manera, conservando utopias.” Y si alguien duda qué manera es ésa muy otra y cuáles las razones de su utopía, Gilberto invita a su mirada y cuenta: “tres jóvenes prostitutas en La Merced aplaudían el paso de la singular marcha, un trabajador electricista hacía sonar el claxón de su camioneta de Luz y Fuerza mientras sostenía el puño en alto, un indigente semi-in-conciente tirado en un camellón oía los gritos y levantaba su puño sin ver ni decir nada, en el mercado de Sonora dos mujeres morenas también levantaban su puño mirando desde el puente y, así, hartas cosas que otros vieron y otros no.”
Así, pues, dejemos la desesperanza para próximos encuentros (que el horno no estará para bollos) ahora que éstas palabras, viniendo de mis amigos, compartidas conmigo que suelo ser más pesimista de lo que mi edad debiera permitírmelo, llegaron a convertirse en regalo que ahora yo quiero, y por eso os escribo, compartíroslo junto aquellas otras perras negras que juntara Victor Hugo.
“¿Llegará, por fin, al porvenir? Al ver tanta sombra terrible ya no parece del todo aventurado hacer esa pregunta. Perspectiva sombría para los egoístas y los miserables. En los egoístas, las preocupaciones, las tinieblas de la educación rica, el apetito creciente de la misma embriaguez, un aturdimiento de prosperidad que ensordece, el temor de sufrir que, en algunos, va hasta la aversión contra los que sufren, una satisfacción implacable, el yo tan engreído y tan inflado que cierra el alma; en los miserables, el deseo de poseer, la envidia, el odio de ver a los otros gozar, las profundas sacudidas de la bestia humana hacia las satisfacciones y hacia la sociedad, los corazones llenos de bruma, la tristeza, la necesidad, la fatalidad, la ignorancia impura y simple.”
“¿Debemos continuar levantando los ojos hacia el cielo? ¿El punto luminoso que allí se vislumbra es de aquellos que se extinguen alguna vez? Causa pavor ver el ideal así perdido en las profundidades del espacio y del tiempo, pequeño, aislado, imperceptible, brillante, pero rodeado de todas esas amenazas negras, monstruosamente hacinadas en derredor; y, sin embargo, aquél no se halla en mayor peligro que una estrella en las fauces de las nubes.”
Año nuevo entonces, fértil de luchas e ideas.
2 comentarios:
El porvenir se vislumbra nublado en Latinoamérica, lamentablemente.
Es verdad Martín; sin embargo, nuevos vientos soplan también.
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