El pasado 3 de enero, como ustedes ya se han enterado, asistimos al capítulo más reciente de la metamorfosis militar del otrora hijo desobediente, registrada por la lente de Guillermo Arias en lo que la redacción del semanario Proceso llamó “imagen para la historia” en la pluma de Jorge Carrasco Araizaga, porque da cuenta de “la red [castrense] que atrapa a Calderón”.
Sin embargo, cabría preguntarse si en verdad ése tal Calderón, quien no es otro que Felipe Franco Pinochet, el hombrecito de tendencias autoritarias que dieron por liebre a quienes el 2 de julio pasado votaron por un civil que gustaba de escuchar a Pablo Milanés, se encuentra realmente rehén de las fuerzas armadas.
La fotografía de Arias en la 43 Zona Militar, con sede en Apatzingán, en lo personal me recuerda una historieta donde un hombre temeroso sabrá el diablo de qué o porqué contrata un guardaespaldas para que le cuide; pero luego, debido a su gran desconfianza, se ve en la necesidad de contratar a otro guarura para que le proteja del primero, y después a otros dos para que hagan lo mismo de los anteriores, y así hasta que termina rodeado de un montón de gorilas que de ningún modo son suficientes para recobrar el sueño.
Es sabido por muchas y muchos cuál es ése pavor que le ha llevado a Felipe Franco Pinochet rodearse de tan finas personas. Si lo narráramos como esos chistes en tres actos; diríamos: Uno, el chaparrito (sólo de estatura física) se convierte en candidato presidencial de su partido y coprotagoniza con los candidatos y la candidata de las demás instituciones políticas una de las campañas más inmundas de que se tenga memoria en un proceso electoral, hasta verse reducido ahora también en su estatura moral.
Dos, el chaparrito (para algunos ya enano), debilitado por unos comicios poco imparciales, casi nada objetivos, dudosamente independientes, mañosamente legales y totalmente inciertos, se ve forzado a participar del último montaje del espectáculo sexenal que compartió rating con las payasadas de Brozo: la administración Fox, en el recibimiento de la banda presidencial de manos de un cadete militar; mientras el Congreso se encontraba tomado por soldados del Estado Mayor, afuera, y legisladores (hombres y mujeres) que hacían piyamada luego de agarrarse a trompicones, adentro.
Tres, el chaparrito (casi un pigmeo ético) designa a represores y, por ende, consuetudinarios transgresores de la ley en los cargos que deberían garantizar la aplicación del multimentado Estado de Derecho; intenta callar algunas voces incómodas en los medios corporativos de comunicación, al tiempo que refuerza el golpeteo contra movimientos sociales, y estrecha sus vínculos con las Fuerzas Armadas haciendo lo que en su tiempo sirviera de parapeto a las dictaduras militares sudamericanas para justificar la estancia castrense de un modo casi omnipresente, implementar el supuesto combate al narcotráfico (estrategia recomendada en las doctrinas estadounidenses de guerra de baja intensidad), y así posicionarse mejor de cara a la verdadera amenaza: los grupos que, cada vez más organizados y también más indignados, disienten de su modelo de nación.
¿Cómo se llamó la obra? “El rehén”, sí; pero no del Ejército y su aviación a la que pomposamente llamamos Fuerza Aérea, ni de
Así, más o menos anunciados los captores (a reserva de que en próximas entregas estaremos hablando más de ellos) y reconocido el secuestro del poco legítimo jefe del Poder Ejecutivo federal, toca su turno entonces plantear cuál es el papel de las Fuerzas Armadas, sobre todo si no son éstas quienes tienen raptado a su Comandante Supremo; ¿será también el de rehenes?
Pasadas las elecciones, las aguas de la mar política van volviendo poco a poco a la calma que les caracteriza. Aun así se trata de una calma sólo de fachada, pues mientras en los pisos superiores de la clase política las componendas regresan a ser el signo del quehacer público, en la planta baja y los sótanos aumenta la temperatura social atizada por la no poco poderosa clase trabajadora (y por ello entiéndase no sólo a quienes rentan su fuerza de trabajo, sino también a quienes les quede algo por rentar), que está haciendo lo propio para hacer que las vestimentas luctuosas del capitalismo se vuelvan sus prendas más casuales.
Así, llegamos a los idus de enero en medio de una clara práctica gubernamental derechista que con una mano atenta contra la educación, la cultura y la misma política y con la otra acaricia el lomo de sus mastines apostados en las Fuerzas Armadas y los medios corporativos que dicen son de comunicación. Dejemos por ahora (no porque sea poco importante) la nada extraña y copular relación entre el duopolio mediático Televisa-Tvazteca y los sectores sociales en el poder que se practica en la planta alta de la polis; relación que goza de la venia (quizás sea bueno no olvidarlo) de ciertos legisladores supuestamente de izquierda que suelen aprobar propuestas de ley sin leerlas, como parte de un extenso listado de supuestos errores tácticos.
Vayamos, ahora sí, al tema que nos tiene convocados, que para entenderlo no basta con que hagamos comentarios como que Felipe de Jesús Calderón Hinojosa ha cambiado de nombre y ahora se llama Felipe Franco Pinochet; o, porque vista casaca y quepí verde olivo, y con ellos se vea ridículo no sólo porque gesticula igual que el general que lo escolta (como si de un remix entre Pulp Fiction y Man in Black se tratará), le llamemos “soldadito de chocolate” (ni que fuéramos presidentes legítimos a quienes no bastó la contienda electoral para insultar al adversario cuando teníamos propuestas políticas que poner en la mesa)… pero eso será la próxima vez que nos leamos.
cbastian@redactuar.com.mx *
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3 comentarios:
Comandante supremo, niña. Una cosa es que no te caiga bien, y otra que seas tontita de tu cabeza y digas tanta barrabazada por ignorancia. Asi los mexicanos jamás avanzarán, siempre lo mismo.
jajajaja, a mi me da risa el comandante supremo, se veìa patetico con esa camisita militar, la neta que mejor ni se la hubiera puesto.
Gracias por la vivita y nos seguimos leyendo.
Bien Armando, legal o formalmente es comandante supremo; pero para legitimarse como tal tendrá que hacer mucho más que recibir la banda presidencial de un cadete (fuera de la ley), desayunar cada tercer día con soldados y vestirse en traje de campaña llevando a nuestras FFAA a cumplir tareas que no son de su competencia y que las ponen al alcance de la corrupción, el intervencionismo estadounidense y la crisis identitaria que ningún Ejército nacional debiera permitirse.
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