22 de enero de 2007

¿Comandante Supremo o soldadito de chocolate? / 6


Retomando (a ver si no nos dispersamos demasiado). La Operación Cóndor en México, es decir, la iniciada a finales del sexenio echeverrista y comandada por el general que supuestamente resultó herido el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, arrancó con el combate al narcotráfico como coartada. Lo extraño aquí es ¿qué hacen militares adiestrados en la Escuela de las Américas, y otros que sin el entrenamiento estadounidense se habían distinguido por acciones militares de contrainsurgencia, participando en este operativo transexenal? Recordemos que concluyó diez años después, el 31 de enero de 1987, cuando De la Madrid tenía quizás incluso decidido que su delfín sería Carlos Salinas de Gortari.

La respuesta puede tener varias vertientes, algunas de ellas tendenciosa y maliciosamente puestas a su alcance por un servidor. Una está en su homónima sudamericana, la Operación Cóndor que el ex director de la DINA pinochetista, Manuel Contreras, “ideara” luego de 15 días de encerrona en el cuartel general de la CIA. Según Stella Calloni, una de las periodistas más serias en el tema, la Operación Cóndor tenía que irse legitimando antes de mostrarse descaradamente anticomunista; así que se presentó públicamente como un operativo en conjunto con los países vecinos del Cono Sur para combatir al narcotráfico.

Desconocemos las cifras de cuántos supuestos traficantes de enervantes fueron detenidos por los servicios de inteligencia de las dictaduras militares sudamericanas; pero sabemos por diversos testimonios que poco a poco han visto la luz pública que, los “criminales”, los “enemigos del país”, los que “atentaban contra la seguridad nacional”, eran detenidos sin órdenes de aprehensión y sin flagrancia, para ser encarcelados luego en sitios desconocidos donde eran torturados de tal suerte que algunos llegaron a perder la vida y otros a ser desaparecidos. Pero nadie dijo nada porque, al fin y al cabo, se trataba de narcotraficantes y esos sí no tienen perdón de Dios.

De allí, el siguiente paso fue criminalizar a las fuerzas políticas disidentes, a las izquierdas; si les funcionó a Hitler y a Stalin, quien quita y a ellos también, ¿no? Y les funcionó: más de 50 mil muertos, 30 mil desaparecidos y 400 mil presos lo confirman. ¿Cómo fue el tránsito para que de los narcotraficantes siguiera su turno a quienes militaban en las izquierdas? En una dictadura militar el paso de unos a otros no requiere de mayores cuidados; pero en lo que algunos llaman una democracia la tarea se vuelve un poco más complicada. A este respecto, el estudioso del fenómeno de la militarización en México, Carlos Fazio, nos compartía una vez la siguiente teoría.

¿Recuerda usted al Chupacabras? Pues, según Fazio, éste personaje de ficción (además de ser identificado por el ingenio popular con Salinas de Gortari) no fue sino un experimento en el que a la sociedad se nos iba familiarizando con escenas macabras, de modo que termináramos aceptándolas como “normales”: acostumbrándonos a ellas, terminábamos también por ver a la violencia en cualquiera de sus formas como algo cotidiano.

El siguiente escalón en el experimento sería la detención ilegal, la tortura, el asesinato, el descuartizamiento y el intento de desaparecer los cuerpos de seis jóvenes que habían sido detenidos por robar autopartes y venderlas en la colonia Buenos Aires de la Ciudad de México. Como seguramente recordarán, grupos de elite policiacos con mandos militares fueron los autores materiales del operativo; pero los medios corporativos de comunicación, aquellos que nos habían machacado la mirada y el alma con las escenas de animales destazados por el Chupacabras, justificaron el actuar de los llamados jaguares y zorros aquella tarde del 8 de septiembre de 1997. ¿Por qué? Porque los jóvenes, asesinados o no, eran unos delincuentes.

La fase que siguió fue mucho más dolorosa, y significa una herida que no sólo continúa abierta, sino que se ha extendido lacerando todo el territorio nacional y tiene en Morelos uno de sus estados más indignantemente representativos. Si ya se había probado acostumbrarnos a la violencia en el plano de la ficción y ya se había encontrado la justificación de que ésta, la violencia, podía administrarse a quien estuviera previamente criminalizado, faltaba dejarla ser y hacer impunemente mancillando el valor más preciado en la moral mexicana; que se resume en aquella frase empleada las más de las veces por hipócritas: “a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa”.

Ciudad Juárez apareció en nuestra historia reciente para convertirse en la prueba más palpable de cuánta indignación somos capaces de sentir tanto en lo personal como en lo colectivo… y, como nuestra indignación ha sido poca y desarticulada, la prueba resultó. En un principio se echó mano de un recurso similar, aunque más burdo todavía, al de los jóvenes de la Buenos Aires, y para justificar los asesinatos se decían cosas como que eran “prostitutas” o que ellas se lo habían buscado por andar de “cuzcas” a altas horas de la noche; argumentos esgrimidos inclusive por mujeres. Claro, si eres un delincuente, una trabajadora sexual o no respondes a los criterios moralistas de lo que es “una chica bien”, se vale que te insulten, golpeen, torturen, violen, asesinen y desaparezcan.

Sin embargo, más pronto que tarde se demostró que en ninguno de estos casos las jovencitas asesinadas hacían trabajo sexual, sino que andaban solas por la madrugada porque a esas horas salían de las maquiladoras. Así, a la estupidez que en la discriminación encontraba las razones válidas para cometer un crimen, se agregó una justificación más: son pobres; peor aún, son mujeres… se lo merecen.

Han pasado más de diez años de asesinatos y desapariciones sistemáticas en contra de mujeres, y estos ocurren no nada más en Ciudad Juárez. Las cifras gubernamentales, aún con la negligencia a cuesta de las autoridades, hablan de entre 200 y 300 casos de lo que ya se reconoce como feminicidio; los números de las organizaciones sociales son mucho más alarmantes: rebasan las 800 desapariciones y los 500 asesinatos. Entidades como Chiapas y el Estado de México aparecen inclusive con más feminicidios que el mismo Chihuahua. La violencia se ha extendido como enredadera y tiene en sus víctimas los rostros de cientos de mujeres que son vejadas lo mismo por un desconocido que por sus parejas. Y nosotros, nosotras, hacemos muy poco o de plano no hacemos nada.

Miente Slim: Todo México es territorio feminicida. Y para que esto sea así el ingrediente principal está en la indiferencia, que también es violencia. Así, si a quienes no se les debe tocar para lastimarles ni con el pétalo de una rosa (léase un animalito, un delincuente, una trabajadora sexual, una jovencita obrera o una mujer), se les hiere, mata y desaparece con tanta impunidad, ¿qué puede esperar quien es convertido por los medios corporativos de comunicación como “un revoltoso”, alguien que “nunca está conforme con nada”, un sujeto que “bloquea calles poniendo barricadas”, una señora que “violenta el Estado de Derecho” tomando en sus manos los micrófonos de alguna radiodifusora, un pueblo que “no acepta las reglas de la democracia” por querer tener un lugar digno en este país?

1 comentario:

Mar dijo...

Maldita injusticia

Habra un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra llamada libertad??

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