12 de noviembre de 2015

VIOLENCIA POR IMPOTENCIA



Violencia por impotencia
Javier Hernández Alpízar
La violencia es el delirio de omnipotencia de la impotencia. Esa frase de Fernando Savater siempre me ha perecido verdadera, y en momentos como éste me parece que es mucho, pero mucho más que un mero ingenio de palabras, es una síntesis que puede enunciar la impotencia del gobierno mexicano.
Sin más recurso que su dignidad y coraje los padres, madres, familiares, amigos de los normalistas de Ayotzinapa, y la solidaridad de quienes se han visto reflejados en su dolor, han desnudado al poder en México. No han servido los equipos de analistas que hacen prospectivas de escenarios para prever cuándo se cansará, se desintegrará, se domesticará, se venderá o claudicará de alguna forma un movimiento. Las y los guerrerenses y mexicanos que siguen pidiendo justicia para las víctimas de desaparición forzada no han respondido a ninguna de las previsiones: su cansancio y desgaste han sido menores que su amor de padres, madres, hermanos, familiares y compañeros. Es decir, lo humano del movimiento, la solidaridad, ha sido más fuerte que cualquier sesudo análisis estratégico o de psicología de masas.
Por el contrario, el gobierno se ha debilitado y ha usado las mismas estrategias desgastadas de siempre, la mentira en cine, en televisión, en spots donde intenta reivindicar al ejército, en declaraciones fallidas, en calumnias, en medios de masas que pierden credibilidad, en represiones que confirman lo que las protestas reclaman: fue el Estado, es el Estado, son los cuerpos armados del Estado comandados por una clase gobernante civil que se comporta como halcones, pero sin lograr su objetivo de doblegar al movimiento.
La represión, especialmente contra los normalistas y los padres de los desaparecidos, es más que un signo de fuerza una confesión de impotencia: no pueden imponer su mentira, no pueden callar por intimidación, solamente saben golpear y violentar.
La ilegitimidad del régimen, no sólo del presidente ni sólo del PRI, sino del régimen, formalmente al menos desde el fraude de 1988, pero realmente desde mucho antes, desde 1968 o antes aún, esa ilegitimidad no la pueden recuperar ni con parafernalias electoreras ni con despliegues militares, ni con besos o abrazos del papa o de alguna otra personalidad: esa ilegitimidad es la que los lleva a militarizar, a reprimir, a mentir, a producir y reproducir las mentiras masiva e inútilmente.
Abajo falta que el sujeto social impugnador crezca, se fortalezca, se organice, es por ahora la debilidad del sujeto que impugna el principal sostén de un régimen que ya no tiene fuerza propia y se aferra a las armas y el apoyo mercenario extranjero y nacional: el escenario de una mayor intervención de todos ellos es posible. Puede aplastar a los movimientos, pero no derrotarlos ni evitar que tarde o temprano resurjan; para estos halcones impotentes, sus víctimas son su peor pesadilla.
Por otra parte el precio que está pagando el pueblo mexicano ante la bestia herida de muerte es demasiado alto. La solidaridad es heroica, pero el dolor es muy grande. Y como el Estado no da una salida digna a los que luchan, el choque parece el único destino. Que desde el extranjero se cortaran las ayudas a un Estado criminal que ataca a su propio pueblo sería muy necesario. Y es posible porque en gran medida ya se les cayó el teatrito de “Estado moderno y democrático”.

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