Mientras en el “corazón político” del país las calles que durante 47 días fueron escenario a múltiples pistas de un ejercicio leído por muchos como de “resistencia civil y pacífica en defensa de la democracia” se convierten en vías “transitables” abarrotadas por agentes judiciales y elementos de
Septiembre, dicen, es el mes de la patria. No sabemos bien a bien si con inicial mayúscula o minúscula; poco importa. Pero en esa patria, grande o pequeña, particular o singular, la historia (con minúscula, no seamos tan pretensiosos) se escribe a varias manos. Una de ellas pulsa la pluma para reciclar, en los albores del siglo 21, una experiencia nacida hacia principios del siglo pasado y vuelta a caminar en los últimos de sus días: las convenciones de aguascalientes.
Creo, ya vendrán los expertos a corregir a este simple opinador, que la primera de ellas fue convocada por las llamadas fuerzas revolucionarias del México post-porfirista, en especial el villinismo y el carrancismo, no sin los oficios del caudillismo obregonista; con la presencia, también importante, del magonismo. El gran excluido, en tanto movimiento, era el zapatismo; aunque luego, por intervención de los villistas y los magonistas (la historia cita al general Felipe Ángeles) serían invitados para convertirse en el contrapeso que haría virar todo aquello a posiciones, digamos, verdaderamente revolucionarias, cuando por principio de cuentas desconocieron al mismo Carranza.
Aquella vez, parece, tras la convocatoria a tal “ejercicio” se agazapaban quienes terminarían siendo los grandes repudiados de la misma convención que terminaría siendo nombrada como soberana y revolucionaria: el obregonismo y, fundamentalmente, el carrancismo.
Ochenta años después, los nietos de aquellos que desconocieron al hombre que habiendo sido gobernador de Coahuila durante el porfirismo en realidad no era sino un hombre más del sistema que garantizaba la continuación del “explotadero” suyo y de sus tierras, convocaron a una nueva convención para impulsar un gobierno de transición democrática, un congreso constituyente y una nueva carta magna.
Los tiempos eran otros, y no. Ese año, como todos lo saben, había entrado en vigor un eufemísticamente llamado tratado de libre comercio y se respiraba, inclusive, la reelección presidencial de su principal orquestador en tierras mexicas. El porfirismo y el maderismo se sintetizaban en el aspecto físico y el actuar político del hombre que seis años atrás había usurpado la silla del águila, con el decidido apoyo en el congreso de un hombre muy parecido a Carranza. Sin embargo, esta vez las y los zapatistas no eran los benjamines de la fiesta, sino los anfitriones.
A más de 90-10 años después, fuerzas progresistas (sin duda) y los neocaciques del sistema parecen querer repetir la historia primera, sin invitar (sobre todo los segundos) a los neozapatistas que, fieles a su apuesta inicial, han decidido retomar el camino para encontrarse con otras voces, otros oídos, otras luchas, otras resistencias: otra campaña.
Estos, los neozapatistas, llevan a cuestas el desprecio de los hombres y mujeres de bien (algunos honestos) cuyas brújulas políticas apuntan ahora hacia los neocaciques como otrora señalaban hacia los neozapatistas. Pero, sobre todo, llevan en los bolsillos y en la mirada algo que en medio de tanta parafernalia los neocaciques han perdido: dignidad y memoria.
El neocarrancismo perredista ha dicho del neohuertismo blanquiazul que éste es un traidor a la democracia y recicla de modo aparentemente ingenioso el lema de su preclaro antecedente “democrático”: sufragio efectivo, no imposición. Gracias a los oficios del neobregonismo camachista, a su convención han respondido no sólo traidores como los Dante y asesinos como los Guadarrama; sino también gente buena y honesta que tras el nombre de su grupo, colectivo u organización, o a título personal esperan hacer lo que los magonistas y los villistas: dignificarla.
En tanto, la iglesia, los grandes industriales y empresarios, los medios de comunicación y la clase política que arriba caminan se soban las cosquillas que la riqueza prometida les hace en las manos: su títere ha “ganado” y si no que la nación, con su Estado de derech@ (no esa bola de renegados y desarrapados), se lo demande.
Grande es el reto de las y los herederos de los Flores Magón y Panchito Villa (quizás no baste con que doña Rosario le haga de Felipe Ángeles) en esta su convención del 16 de septiembre. Tendrán que hacer algo más que reciclar las propuestas y los errores de las dos convenciones que les anteceden; empezando por poner diques a la tentación caudillista y/o mesiánica de sus convocantes y continuando con la construcción seria y a largo plazo de un proceso que ponga los cimientos a un nuevo congreso constituyente que modifique radicalmente (y no sólo por encimita) el pacto social.
Por lo pronto, otros continuaremos con nuestros caminos como nosotros: muy otros. Seguiremos escuchando, abajo, otras voces y observando el brillo de otras miradas; llevando el corazón donde de por si debe ir: a la izquierda. No se preocupen por nosotros; sabíamos desde un principio lo que luego vendría, y tenemos muy claro lo que vendrá. Esperamos que ustedes puedan decir lo mismo. Por lo pronto, como dice “El Gilly”, ya nos encontraremos… cuando toque.
** Miembro de la presidencia colectiva de
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