16 de septiembre de 2018

MÉXICO 1968-2018 :: El grito/3.

México, 1968, 2018, da igual… las escuelas, sobre todo las primarias, porque las demás han parado, y menos las de Morelos, cuyos mentores están en pie de lucha contra la autonombrada Alianza por la Calidad de la Educación calderonista-gordillista (y luego mal rebautizada como la “Reforma Educativa” de Peña y su cómplice Nuño), se llenan de las caritas de los Niños Héroes que Ernesto Zedillo ordenara desplazar de los libros de texto gratuito y quitara de los billetes de cinco devaluados pesos. En el Museo Nacional de Antropología e Historia, se iniciaban los preparativos para la que sería quizás la manifestación más impactante de todo el movimiento estudiantil: la marcha del silencio.


No confundir, por favor, con aquella convocada en abril de 2005 por Andrés Manuel López Obrador ante la canallada foxista de desaforarlo para sacarlo del escenario electoral de 2006; aquesta no fue tan silenciosa como se anunció que sería y sirvió más bien para que el Señor López (Obrador) que sedujera a Mandoki demostrara su capacidad como administrador del descontento social (al que se sumó el EZLN, cosa que prefieren no recordar los anoréxicos de la memoria) que terminó negociando (inclusive mandó a volar los moñitos tricolores) con aquellos a quienes llamaría ora “grandes estadistas”, ora “traidores a la democracia”.


No, aquella vez, la de 1968, lo que habló no fue la clase política poniéndose de acuerdo a espaldas de un pueblo que se había expresado con ludismo y dignidad, sino el silencio que resonaba en las efigies de Morelos, Hidalgo, Villa y Zapata; en los lemas de las mantas y pancartas: “Libertad a la verdad, ¡diálogo!”, “El pueblo nos sostiene, por el pueblo es que luchamos”, “Líder honesto igual a preso político”; o, para decirlo, con Martínez Téllez, “el sonido de las suelas de los zapatos tocando y raspando el asfalto”.

No era para menos, el día 28 de agosto, estudiantes del plantel Azcapotzalco del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) habían sido agredidos por grupos porriles. Los estudiantes indicaron que mientras se celebraba una asamblea con la directora de la escuela, un grupo de porros agredió a sus compañeros en una de las entradas de la escuela y además se detonaron petardos. De acuerdo con diversos testimonios, las agresiones dejaron algunos heridos. Por la tarde, alumnos y autoridades participaron en una asamblea en el plantel. La directora del CCH Azcapotzalco, Guadalupe Márquez Cárdenas, recibió un pliego petitorio de parte de los alumnos que impulsaron el paro de labores; entre las demandas de los estudiantes está el de que la funcionaria dejara el puesto, lo que ocurrió el jueves 30 de agosto.

Sin embargo, el lunes 3 de septiembre un grupo de porros atacó a un contingente de los mismos estudiantes del CCH Azcapotzalco que llegaron en una marcha a un costado de la torre de Rectoría; en sus demandas académicas incluían la de mayor seguridad en su plantel y expresaban su solidaridad con los familiares de Miranda Mendoza Flores, joven estudiante del CCH Oriente secuestrada y cuyo cuerpo sin vida fue encontrado calcinado en el Estado de México. El ataque porril sucedió frente al entonces coordinador de Vigilancia, Jesús Teófilo Licona Ferro, quien sería suspendido por el rector Enrique Graue. Licona fue acusado por integrantes de la comunidad universitaria de no haber intervenido con contundencia para detener a los agresores cuando éstos lanzaban palos, piedras, botellas y bombas molotov contra los estudiantes del CCH Azcapotzalco; más aún, en redes sociales se difundieron videos en los que se observa a Licona hablando con miembros del grupo porril durante el ataque, sin que se haya determinado qué objeto tuvo ese acercamiento.

Luego de las agresiones de los porros a las y los estudiantes del CCH Azcapotzalco en Rectoría, alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras decidieron tomar las instalaciones de la Dirección General de los CCH y parar actividades. La Facultad de Ciencias Políticas y Sociales también suspendió labores en solidaridad con sus compañeros agredidos. Por su parte, Ciencias y la Escuela de Trabajo Social convocaron a asambleas para discutir medidas de apoyo, que incluyeron sumarse al paro., y la Preparatoria 5 acordó continuar con el cese de clases que realizaba de manera intermitente en apoyo al CCH Azcapotzalco, el cual llevaba ya seis días cerrado con las instalaciones tomadas.

Para el día 5 de septiembre, estudiantes de más de 40 planteles de la UNAM habían decidido continuar o iniciar paros de actividades por 48 horas o más para exigir la desaparición de los grupos porriles. Tras las reuniones de debate, más de 25 mil alumnos de diversos planteles se reunieron en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y marcharon hacia Rectoría en medio de consignas como “Fuera porros de la UNAM” y “No somos porros, somos estudiantes”. Por su parte, estudiantes de las facultades de Estudios Superiores (FES) Acatlán, Aragón, Iztacala y Cuautitlán campos 1 y 4, así como del CCH Naucalpan, se sumaron al paro de labores en solidaridad con las y los agredidos. A los paros, de 36, 48 o 76 horas, se sumaron estudiantes de centros de estudios de la UNAM en algunos estados del país, así como de universidades estatales, como las autónomas de Tamaulipas y Yucatán, entre muchas otras; lo mismo que estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y de la Universidad Iberoamericana.

El día 7 de septiembre, en sesión de asamblea interuniversitaria celebrada por representantes de 61 escuelas, las y los estudiantes acordaron realizar la marcha del silencio. Entre los acuerdos de la interuniversitaria estuvieron: la lucha por una auténtica educación pública y gratuita para todos, contra la violencia y el porrismo y contra la privatización de la educación, y la solidaridad con movimientos sociales y coordinar acciones con el Comité 68 y las madres y padres de estudiantes de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos. Uno de los ejes de las discusiones y de las demandas expresadas por los estudiantes es la erradicación de la violencia de género en las instituciones educativas. En la asamblea, cerca de la mitad de las y los representantes eran mujeres. En tanto, alumnas como alumnos plantearon que la UNAM debe garantizar seguridad para las mujeres, se deben esclarecer los casos de acoso y feminicidio en las instituciones educativas y en el país, y se deben sancionar el machismo, las agresiones sexuales y el acoso.

Un estudio elaborado por la Oficina de la Abogada General de la UNAM entre junio de 2017 y junio de 2018, indica que se han presentado un total de 251 quejas por acoso sexual y otras formas de violencia de género en la máxima casa de estudios, la mayoría de las cuales fueron iniciadas por alumnas de nivel licenciatura. La mayoría de las denunciantes (98%) son mujeres, y en las quejas se menciona a 253 presuntos agresores. Asimismo, del total de víctimas, 5.7% corresponde a personas no heterosexuales. El estudio revela que 79.3% de las agredidas son alumnas, 12.4% son trabajadoras administrativas y 5.2% son profesoras. En lo que se refiere a los agresores, 37.9% son alumnos, 28.5% se desempeñan como académicos y 15.4% son trabajadores administrativos. Y, el 69% de las agresiones en el ámbito académico ocurrieron durante una interacción alumna-maestro; el 27%  entre compañera-compañero, y el 4%, en un vínculo profesora-alumno.

El día 13 de septiembre, en silencio, miles de estudiantes de la UNAM y de otras instituciones educativas, como el IPN, marcharon para demandar el fin de los grupos porriles, de las agresiones contra los alumnos y de los feminicidios en el país. En su crónica sobre el 68, Carlos Monsiváis escribió: la Manifestación del Silencio fue el acto más elocuente del movimiento. No hay relajo en el voceo de consignas, y cunde la solemnidad súbita. Las goyas y los huélums, callaron, y el grito “¡Fuera porros de la UNAM!” también cesó. Al frente fueron los estudiantes del CCH Azcapotzalco, el Comité 68 y padres, madres y compañeros de los 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecidos. Detrás de ellos, contingentes de las facultades de Estudios Superiores y escuelas de la UNAM ubicadas fuera de Ciudad Universitaria (CU), la Escuela Nacional de Antropología e Historia, las preparatorias y CCH de la universidad, estudiantes del IPN, de las universidades Autónoma Metropolitana y Autónoma de Ciudad de México. Más atrás iban las facultades de CU y un grupo del Instituto Tecnológico Autónomo de México. Después, escuelas y universidades de otros estados y organizaciones sociales.

Los estudiantes marcharon sin consignas, pero los carteles que llevaban hablaban por ellos. Quiero estudiar y no morir en el intento, escribió una estudiante. La educación sin sangre entra, decía otro de la Facultad de Arquitectura. Nietos del 68, Hijos del 99, Hermanos de los 43, decía el cartel de unos estudiantes de la Escuela Nacional de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes. Somos el 68, Ayotzinapa y el CCH Azcapotzalco, completaba otro de alumnos de la Prepa 7. Al llegar al antimonumento dedicado a los 43 normalistas desaparecidos, el silencio terminó. Ahí se pasó lista a los ausentes y se exigió justicia. Y las consignas y demandas acompañaron la marcha hasta que entró al Zócalo.

Eran las 9 de la noche cuando el último contingente entró al Zócalo, ésa misma plaza en la que unos 3 mil estudiantes habían sido reprimidos por el ejército y la policía el 27 de agosto; una hora antes había iniciado el mitin, sólo tres oradores: una mujer, un estudiante de Chihuahua y otro de la Escuela Nacional de Economía.


El estudiante de Economía apuntará que “esta marcha […] es la respuesta a la injusticia. Pueden todavía desatar la más brutal de las represiones, pero ya no nos doblegarán; no nos pondrán de rodillas.” El de Chihuahua dirá que “la historia nos pondrá en su sitio a cada cual. […] Sabemos que tenemos responsabilidades como estudiantes [...] pero no queremos anteponer el interés mezquino de llegar a ser médicos o abogados para enriquecernos con una profesión. Nuestra primera responsabilidad es saber ser mexicanos y cumplir con la obligación de luchar al lado del pueblo. Estamos dispuestos a volver a la normalidad, sí; pero no sin democracia y sin libertad.” De lo que la mujer expuso, los periódicos no dieron cuenta siquiera.




(Con información de Cronología del movimiento estudiantil mexicano de 1968, de Consuelo González, artículos varios de La Jornada e imágenes del Archivo Fotográfico y Centro de Documentación de El Universal).


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