29 de mayo de 2016

#LaOtraCampaña Yo también soy delincuente.

Por: Sebastián Liera.



Un grupo de seis o más hombres propinan la más variada dotación de golpes, predominantemente puntapiés, a otro que está tendido en el suelo. Le toman de una pierna, lo arrastran metro y medio ante la impotente intervención de un espectador al que nadie hace caso cuando pide que se detengan; al contrario, otro más, famoso por el circulito rojo con que la televisora lo señaló, llegó a asestarle una patada en los testículos.

La imagen dio la vuelta al mundo, o por lo menos al país, a cuestas de los televisores que a estas alturas se han convertido en el miembro más importante de nuestras familias. El hombre, vestido predominantemente de gris, es un "guardián del orden" que para "cumplir con su deber", junto con sus compañeros de corporación, obedeció la orden que alguien le diera (no la de su propio instinto animal) para arremeter con toletes y gases lacrimógenos a un grupo de "revoltosos" que en protesta por una represión anterior habían tomado una carretera federal. El resultado, a pesar de tener entrenamiento militar, fue el de que sus "colegas" lo dejaran abandonado a su suerte en manos de un "masa" enardecida que en él se cobró la represión padecida.

Dejemos de lado qué es eso de que era un "guardián del orden" o cuál es ese "deber" que tenía que hacer cumplir; nos llevaría a otra reflexión que no viene por el momento al caso y que a quienes vieron las imágenes de la golpiza tampoco les importa mucho saber. ¡Vamos, ¿a quién le interesa que el policía pertenezca a una agrupación policiaco-militar que desde su creación a finales del siglo pasado se ha caracterizado por hacer el trabajo sucio de represión política desde un marco legal aprobado por todos los partidos legalmente constituidos?!

Lo que importa es, en una cultura dictada por criterios patriarcales, es decir, machistas aquél golpe testicular. Por él, como las invasiones a Afganistán o Irak, se justifican las imágenes que veremos videos después. Uno, dos, tres… siete, ocho, nueve… trece, catorce, quince… veinte, veintiún policías poniéndole con singular alegría una dotación de toletazos al trabajador Jorge Salinas; golpiza que nada le pidió a aquella que en mayo de 1998 los alguaciles Tracy Watson y Kurt Franklin atizaron contra indocumentados en Riverside. La imagen, como aquella del militar vestido de policía, también dio la vuelta (aunque no tanto) en los cinescopios, y las huellas de la violencia aparecieron en buena parte de la prensa nacional.

Pero no todo fueron vídeos. Edith Rosales fue una de las más de treinta mujeres que las cámaras captaron bajando de autobuses y camionetas de las policías estatales con los rostros cubiertos o mirando al suelo. En su testimonio, publicado por el Comité Cerezo, Edith narra que un granadero, luego de jalarle los cabellos, darle patadas en las piernas, pegarle con toletes y decirle cosas como “perra, te vamos a matar”, cuando vio que le estaban filmado gritó: “¡hay cámaras!”, y le inclinaron la cabeza al tiempo que la hacían caminar muy rápido. Las cámaras no tomaron tampoco lo que vendría después: “llegamos a un lugar y a punta de golpes me subieron a una camioneta, como de redilas, de metal; a empujones y golpes subieron a otra mujer y comentaron que se las iban ‘a pagar esas perras’, que nos iban a meter el palo por atrás… me quitaron los zapatos, calcetines y me empezaron a bajar el pantalón, en esos momentos llegó otro con más detenidos y nos dejaron.”

Edith Rosales, el 3 de mayo en Tlatelolco.

Edith, integrante del Frente de Trabajadores en Activo, Jubilados y Pensionados del IMSS, es adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y, además de articularse con la sectorial obrera de La Otra Campaña, está participando de la regional centro, en la Ciudad de México. La tarde del 3 de mayo, estando en todos y cada uno de los eventos de La Otra en el DF, se sumó al contingente de compañer@s que se trasladarían a la Universidad Autónoma de Chapingo por la noche con miras a construir cinturones de paz en San Salvador Atenco ante lo inminente de un operativo policiaco-militar de venganza que ya se veía venir.

Con Edith, Jorge y mucha más gente, iba también Magdalena García, indígena mazahua residente en la Ciudad de México y, como Edith y Jorge, adherente de la Sexta que se articulaba en la Coordinadora Regional Centro-DF de La Otra. El día 4, mientras Edith corría por su vida escondiéndose en la Casa de Cultura Emiliano Zapata de Atenco y Jorge era golpeado por un enjambre de “guardianes del orden”, doña Magdalena fue alcanzada por los colegas de aquél militar disfrazado de policía que el día anterior había sido golpeado; sólo que ella no llevaba traje alguno que la protegiera de los puntapiés y toletazos que los finísimos agentes, al grito de “cállate pinche india”, le atizaron.

Magdalena García, el 1 de mayo en el Zócalo.

Tanto Edith y Magdalena, como Jorge, estuvieron la tarde-noche del día anterior en la Plaza de las Tres Culturas y llegaron a San Salvador Atenco hasta después de las 11 de la noche. No me lo platicaron, yo lo vi, yo estaba con ellas y con él en Tlatelolco cuando la carretera federal Texcoco-Lecherías ya había sido bloqueada y los policías que supuestamente dieron pie al operativo del día 4 ya habían sido retenidos. Sin embargo, por esos hechos a Edith, Magdalena, Jorge y otras 200 personas un juez del Ministerio Público que no fue capaz de determinar en menos de las 48 horas que marca la ley cuál era la situación legal de las y los detenidos, les acusó, a Jorge y 143 personas más, de ataques generales a las vías de comunicación, por el bloqueo a la Texcoco-Lecherías, y a Edith, Magdalena y otras 26 personas, además de ataques a las vías de comunicación, de secuestro equiparado (por la retención de los policías) y asociación delictuosa.

Cómo pudieron Magdalena, Edith y Jorge participar en un bloqueo carretero y en la retención de policías en Texcoco y Atenco estando en Tlatelolco es algo que el juez segundo penal de primera instancia de Almoloya de Juárez, Javier Maldonado, tendrá que explicar; así como a qué se está refiriendo con “delincuencia organizada”. Jorge Salinas es obrero sindicalizado de Teléfonos de México, Edith Rosales es enfermera del Seguro Social y doña Magdalena García es integrante del Congreso Nacional Indígena; las tres (bueno, las dos y él) son adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y participan de la construcción, abajo y a la izquierda, de La Otra Campaña. ¿Es esa la organización delincuente de que se les acusa?

Jorge Salinas, en prisión.

Pues bien, en todo caso, declaro públicamente que yo soy entonces tan delincuente como doña Magdalena, la compañera Edith y Salinas Jardón. He suscrito la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y, como ellas y él, me he articulado en la Coordinadora Regional Centro-DF para construir abajo y a la izquierda La Otra Campaña, porque no creo que un mafioso por más maratonista que sea, que un fascista por más que escuche a Pablo Milanés o un perredista que hace alianza con los asesinos de sus compañeros por más que le apoyen doña Rosario Ibarra y la princesa Elenita Paniatowska representen un futuro de paz con justicia, libertad y democracia verdaderas y dignas para México. Por eso, también, marcharé este domingo del Ángel de la Independencia al Zócalo exigiendo la liberación inmediata e incondicional de mis compañeras y compañeros.

Entre la dignidad y la rebeldía [audio].

No hay comentarios.:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...