5 de enero de 2008

El gran show del Papa Benedicto

Publicado en Reforma, Sección Cultura, el 4 de enero del 2008.

Pánico escénico

El gran show del Papa Benedicto

por José Ramón Enríquez

Una de las herencias de los totalitarismos del siglo XX es la pasión por llenar plazas, hacer rugir multitudes y buscar la presión política (incluso los votos) a mano alzada. Los ejemplos son múltiples. Sin embargo, la cruzada de Benedicto XVI brilla con luz propia en su desesperada búsqueda del Gran Show.

Nada de esto es nuevo en la Iglesia católica que logó superar el pan y circo romano con sus autos de fe inquisitoriales. Aquello sí era populismo, y no las pequeñeces de Marcelo Ebrard que apenas hiela el Zócalo. Ahí sí rugían las multitudes.

Mientras logra recuperar la fuerza política que el laicismo ha arrebatado a la Iglesia, para devolver el esplendor de los autos de fe, Benedicto XVI busca la capacidad de convocatoria de otro Benito, Mussolini, y de quien fuera ejemplo en su adolescencia, Adolfo Hitler.

Es sucesor de un papa “súper mediático”, Juan Pablo II y necesita para su idea eclesial un carisma que Dios no le dio. Así se lanza con todo a una cruzada por la recuperación del pasado, aun cuando el presente y el futuro se pongan en riesgo.

Necesita carne para las hogueras simbólicas, mientras llegan las reales y, así, cumplir con el Gran Show que doblegue a las democracias contemporáneas.

Enemigo del relativismo moral, relativiza uno de los fundamentos morales para la convivencia civilizada al anatematizar el “laicismo absoluto”. Compañero de ruta de los ayatolas, cree firmemente que toda sociedad debe fincarse en valores religiosos unívocos. Así, para las sociedades europeas no hay más camino que el cristianismo, en su versión católica, romana, y ésta en su versión reaccionaria y preconciliar.

No hay otra ruta. Y, para marcarla, busca llenar plazas en momentos políticamente oportunos. Esto último es fundamental. No basta su gusto por lo teatral, y por los cambios de vestuario que lo mismo le llevan a dejar la toga latina por el palio griego, que a calzarse zapatillas rojas, o esclavinas y solideos que lo disfrazan de San Pío V en oración frente a una batalla de Lepanto que, a Dios gracias, no se da aún. Sabe bien que todo populismo es un oportunismo.

La oportunidad acaba de aparecerle en España (con una jerarquía nostálgica de franquismo) y en pleno inicio de las campañas electorales. El gran pretexto: la defensa de la familia cristiana. Desde Roma y, en uso de la tecnología, gracias a una enorme pantalla, saludó la manifestación del clero español que considera una serie de leyes aprobadas por distintas legislaturas (no importa cuándo) como “una marcha atrás en los derechos humanos”.

La lucha por “la familia cristiana” va en contra de leyes “inicuas” como la que regula el matrimonio entre homosexuales, una que llaman “divorcio exprés”, la que programa una materia de civismo (que existe desde hace más de un siglo en casi todos los países civilizados) llamada “Educación para la Ciudadanía”, las causales para el aborto que existen desde tiempos del archicatólico Aznar, así como la aún no discutida ampliación de causales para el aborto.

Desde la impresionante pantalla, a la hora del Angelus, Benedicto XVI se lanzó el pasado día 30, para cerrar el año y para iniciar la campaña electoral, contra todo lo que no sea una familia cristiana. La que, sin embargo, no predica con el ejemplo, porque vive rodeado de su secretario (monseñor famoso por su apostura y por su elegancia) y por la Guardia Suiza. Ejemplo envidiable para muchos pero en nada apegado a sus propias palabras.

“El Papa invitó a las familias cristianas a ‘experimentar el proceso amor del Señor en sus vidas’ a través del matrimonio y la familia, que son ‘el testimonio en el mundo’ del amor de Cristo por los hombres. ‘La familia, fundada en el matrimonio, comunión indisoluble del hombre y la mujer, constituye el ámbito en que la vida del hombre está protegida’, afirmó Benedicto XVI” (La Vanguardia, 30 de diciembre del 2008).

En México está a la espera de la mejor oportunidad para el Gran Show. Y un país crispado, de caciques y partidos sin más sentido que las prerrogativas, no tardará en dársela.

Quienes creemos en el laicismo (aun católicos) tenemos que estar a la expectativa. Al menos para analizar las formas de una teatralidad que, a lo peor, resulta efectiva.

panicoes@hotmail.com

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