Publicado en Reforma, Sección Cultura, el 18 de enero del 2008.
Sobre el teatro en “provincia”
por José Ramón Enríquez
Como todos los años en el mes de enero, cuando se conmemora su fundación, el Festival de la Ciudad de Mérida 2008 ofrece diversas posibilidades, que van del montaje de Delirio habanero, de Alberto Pedro, con el Grupo Teatro de la Luna (de Cuba, país invitado), al un grupo telenovelero RBD.
En este fin de semana, el experimentado actor y director Alvaro Carcaño montó su propia versión de Espectros de Ibsen. Una propuesta que exige de sus actores no sólo un máximo de recursos sino la capacidad para manejarlos en unidades de tiempo mínimas.
Silvia Káter interpreta espléndidamente a Elena, típica heroína ibseniana, que sucumbe en un mundo “de leyes escritas por los hombres”. Tanicho encarna al hombre de iglesia y a su falsa moral que hoy, a más de cien años de la muerte de Ibsen, sigue dirigiendo y deformando muchísimas conciencias. Gran actor, como siempre, Roberto Franco vive las contradicciones que Ibsen denuncia. Y Alejandra Argoitia, a pesar de su resumido papel, deja entrever las aguas que corren bajo los puentes de una sociedad clasista.
En otro escenario se monta un clásico contemporáneo de nuestro teatro, Emilio Carballido, quien eligió personalmente a Elena Larrea y a Francisco Marín para el estreno en Mérida de su Luminaria. No podía haber sido mejor su elección. La belleza y la fuerza de Elena Larrea llenan el escenario por el cual la dirige uno de los pilares del teatro yucateco, Francisco Marín.
La Princesa Yamilé, capaz de vivir en una realidad alternativa y que ahora busca perpetuar en un libro, es asistida por Lupe, su fiel valet, encarnado por Oswaldo Ferrer, un actor joven lleno de talento y de ese ritmo escénico que exige la íntima unidad con el espacio y el tiempo teatrales. Un joven escritor será a quien dicte su autobiografía, encarnado por otro joven actor, Rodrigo del Río, quien toma la alternativa.
Los juegos tragicómicos de una cabaretera retirada, del criado que la imita mientras la sustenta y del joven escritor que será su amanuense, son entendidos sabiamente por Marín en un espectáculo de gran calidad con la eficacia que rebosan los textos de Carballido.
Pero la buena salud del teatro yucateco no sólo se demuestra en el Festival de la Ciudad. Mientras los maestros continúan, los nuevos valores abren brecha.
Es el caso del grupo que, en un salón de la ESAY, con elementos mínimos, saca la pura casta teatral en La hora feliz, texto desolador de María José Pasos, con la actuación inolvidable de Ulises Vargas.
Sé que puede resultar algo extraño (incluso “extranjero”), que escribir en un diario nacional sobre teatro de “la provincia”. Así como lo contrario resulta normal para “los provincianos” . Podría entenderse que se escribiera sobre creadores ya conocidos fuera de sus Estados, como es el caso de las dos primeras obras reseñadas. Pero hacerlo sobre jóvenes que apenas empiezan parecería una pérdida de tiempo.
Sin embargo, esos dos nombres, los de una dramaturga y de un actor, quiero subrayarlos porque demuestran el milagro de la escena que se da donde menos se espera. María José Pasos y Ulises Vargas.
En el pequeño salón de la ESAY nos encontramos con un texto sin concesiones, violento, directo, desgarrador, y con un “solista” capaz de ejecutar “la sinfonía”, dueño de esa energía que sólo la fecundación de lo dionisiaco permite, así como de los recursos técnicos de quien se ha entregado a vivir en el teatro y para el teatro.
Inteligencia, en ambos, audacia, rigor y riesgo, y el humor ácido que no pretende cauterizar heridas sino dejarlas abiertas, hacerlas arder y provocar contagios. A pesar de lo cual, encontrarse con ellos resulta refrescante. Duele una obra como La hora feliz, pero deja lugar al optimismo. El teatro goza de cabal salud, precisamente porque nos obliga a guardar silencio. ¿Por qué..?
“No lo entenderías –nos grita el Actor--. No lo entenderías. No, no lo entenderías, tú estás del otro lado de la puerta. Y ustedes del otro lado del escenario. Cállate. Cállate, así está mejor, sólo una voz. Sólo debe hablar una voz mientras ellos escuchan…”
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