30 de noviembre de 2008

Hécuba, la madre que llora por todos los inocentes.

Jessica Cortés

Haber logrado concretar el proyecto, este sueño de llevar a escena la obra Hécuba de Luisa Josefina Hernández, ha sido el resultado de muchos esfuerzos de un equipo de trabajo que comparte una misma ilusión: ganas de hablar sobre las injusticias del mundo y de este país, y que trabaja duro; resultado también de tener fe y creer en este proyecto, de comprometernos en este viaje de casi dos años el cual iniciamos por amor a hacer teatro, por la necesidad, sin más ambiciones que las del gusto de trabajar y la expectación de que el proyecto funcionara, diera frutos, gustara, de decirle algo a la gente sobre lo que vive en la actualidad, sobre este mundo lleno de injusticias.

Elegimos Hécuba no por lo rimbombante que podría sonar montar a "los griegos" o "los clásicos", sino porque la obra nos habla de las pasiones, miserias y glorias de la condición humana. Hécuba nos habla de la invasión a un pueblo que ha vivido en perpetua resistencia durante diez años, en los cuales Grecia (representante del imperio) no ha podido minar la dignidad de este llamado pueblo bárbaro (no nos extrañe que esto nos recuerde la invasión de E.U. a Irak, la invasión española a estas tierras que hoy llamamos América y tantas otras invasiones a "pueblos bárbaros" por parte de potencias) y sólo logra usurpar y violar a este pueblo, a través de la traición y la mentira, de la treta que Ulises trama en medio de la invalidez de un pueblo que noblemente todavía cree en "la buena voluntad" de los griegos y les abre las puertas del corazón de Troya para que el caballo, cual falo indolente, la viole sin misericordia. Esto lo vemos cuando Hécuba, con dolor y rabia, le dice a Ulises:

"¡Ah, Ulises! Te arrodillaste junto a mí, suplicaste, apretabas mi mano con una de las tuyas y con la otra tocaste mi mejilla. ¡Y yo me conmoví!
Mientras que Helena te miraba con frialdad y Príamo estaba a punto de decidir tu muerte, mi corazón se conmovió, mi corazón de reina, Ulises; no me sentí deshonrada por pedir a Príamo tu libertad. Él, que era magnánimo, que era grande, te dejó libre. ¡Y tú eras espía y ese delito se paga con la muerte!"

Troya como mujer violada, también nos habla de la violencia de género, de cada mujer violada y vejada, representada en cada una de estas troyanas que, por haber sido vencidas y porque "han muerto todos los varones de su estirpe" (como se los dice Ulises y como si una mujer sin hombre no valiera, devalorándonos como género), son condenadas a ser botín de guerra y por lo tanto a sufrir toda clase de humillaciones siendo desterradas, despojadas, esclavizadas; recordamos, tristemente, que en la actualidad esto es pan de todos los días.

Hécuba nos habla, por supuesto, del llanto de la madre a quien le han matado a sus hijos y que sufre el duelo como si le hubiesen abierto sin anestesia el vientre y sacádole en carne viva la matríz. Vemos el llanto por Casandra, la hija violada como las mujeres de Atenco y las de Ciudad Juárez, entre tantas otras; el llanto por Héctor, el hijo noble y valiente, orgullo de su pueblo, Alexis Benhumea, Brad Will o Dení Prieto asesinados  y humillados al ser arrastrados ante las murallas de su propia Troya; el llanto por Polidoro, su última esperanza, confiado al traidor Polimnestor para que lo protegiera, desaparecido y finalmente encontrado asesinado inmisericordemente, como Pável González y todos los desaparecidos y asesinados, y el llanto por esa pequeña hija, Polixena, símbolo de la inocencia y la pureza, que será asesinada en honor de los héroes y los dioses griegos, pero que también será símbolo de la digna rebeldía de un pueblo, de una mujer, que nos recuerda que la dignidad y el amor es lo único que poseemos, y que cuando nos quitan todo, la dignidad es lo único que nos queda: si nos la quitan no nos queda nada. Por ello Polixena asume su muerte dignamente, enalteciendo a su pueblo, a su género y a sí misma:

"¿Qué debo yo de pedirte? --le pregunta a Ulises-- ¿La vida y un harapo y un pedazo de pan? ¿La vida para terminar en el lecho de los asesinos de mi padre y de mis hermanos? ¿Me escuchan? ¿La vida para parir hijos esclavos? ¿Comprenden que nadie, ni el más vil, puede humillarse para lograr semejantes horrores?".

Vemos, pues, el dolor de Hécuba, la madre que representa a todas las madres de todos los desaparecidos, asesinados y presos políticos, las Madres de la Plaza de Mayo, doña Rosario Ibarra, doña Trini, todas y cada una de esas madres que hoy en día sufren la muerte o ausencia de un hijo; y vemos que en la dignidad y en la propia muerte del hijo o de la hija, encuentra el porqué seguir viva, sacando del dolor fuerzas y rabia para luchar:

"Y ella no pensó en mí... no me dedicó ni un pensamiento porque sabía que todos sus motivos eran nobles y su actitud excelsa... pero yo soy su madre y como hija no supo que palabras decirme, porque no nos hubieran hecho honor [...] ¡Oh, dioses de las aguas, qué sentido tienen de la justicia! ¡Oh, dioses del Olimpo, cuánto y qué bien me han escuchado! ¡Yo les pedí fuerza y me la han dado! ¡Bien me escucharon! No necesita Hécuba más por el momento."

Observamos a una madre que de tanto llorar queda convertida en una perra de ojos de fuego, que aúlla por la muerte de todos los inocentes y que, como perra, es capaz de llegar a la venganza atroz aplicando el ojo por ojo, lo cual, sin justificar, es muy comprensible, y nos habla de las dualidades, complejidades y contradicciones del ser humano; pues las injusticias también nos pueden orillar a pasar de ser víctimas a ser victimarios.

Hécuba habla entonces de un pueblo que vive en una tierra llena de riquezas naturales, que es codiciada y, por lo tanto, invadida y despojada de lo que originariamente le pertenece; habla de un pueblo que lucha con la dignidad de frente por sus derechos, por su independencia, por su libertad, hasta la muerte; un pueblo del cual no quedará nada: "que Troya de hoy en adelante no es más que una palabra", nos dice Polixena; un pueblo en el cual no quedó ni la esperanza, sólo, al paso de los siglos, el recuerdo de su dignidad rebelde, la cual, ésa sí no podrá ser borrada con el tiempo.

Creemos que este mundo, este pueblo nuestro, en la actualidad, sí tiene esperanza (recordemos a Atenco, Xoxocotla, Oaxaca, Irak, las comunidades zapatistas en rebeldía, los pueblos indígenas de todo el mundo y tantos otros pueblos que luchan dignamente porque creen en un mundo mejor), y por eso desde nuestra trinchera de actores luchamos.

Así, logramos conformar un trabajo con pocos recursos económicos y grandes apoyos y colaboradores en un montaje en el cual está al desnudo el trabajo del actor, quienes no contamos con artificios en escena: no hay escenografía, y sólo es apoyado nuestro trabajo con la labor artística de José Luis García Nava, creador de la proyección multimedia que se integra al trabajo emocional y simbólico del actor y de la puesta en escena. Contamos también con el excelente trabajo de iluminación de Lidia Margules; con el muy bien pensado, probado y logrado vestuario de Aris Pretelín; la bien lograda sonorización y musicalización de Bruno Ruiz, y la muy valorada asesoría técnica de Francisco Álvarez; apoyos todos que se integran en un conjunto con el trabajo del actor, logrando un proyecto redondo en el cual se comprometen las emociones, el cuerpo, las imágenes y el discurso.

Hay que mencionar que estos apoyos creyeron en nosotros y trabajaron sin ver de inicio un gran presupuesto; creemos que se enamoraron del proyecto y se comprometieron, al igual que todos los apoyos que después generosamente recibimos de otras personas que confiaron en nosotros, como los de la propia maestra Luisa Josefina Hernández, Mercedes de la Cruz, Jeannette Rojas Dib, Margarita Sanz, Miguel Flores, Gilberto Guerrero, Octavio Michel, Antonio Crestani, Mario Espinosa, Anabel Rodrigo, Glenda Tejeda, Mariana Wences, Andrea M. Medina. Pero deseo agradecer aparte a nuestra muy amada directora Emma Dib, guía y alma del proyecto.

En fin, les invitamos a ver este montaje teatral, hecho con mucho amor y el mayor profesionalismo posible de siete jóvenes actores: Priscila Imaz, Ixchel Sánchez Balmori, Adrián Aguirre, Darwin Enhaudy, Isaac Ramírez, Marcela Feregrino y Jessica Cortés. Quienes queremos mostrar la complejidad del ser humano y recordar que las historias de injusticia y despojo aún son pan nuestro de todos los días, y que hay que luchar contra ello.

6 comentarios:

Mucha Lucha dijo...

¿Dónde?:

En el Foro La Gruta, del Centro Cultural Helénico. Revolución 1500, Col. Guadalupe Inn. México, D.F.

Todos los viernes a las 20.30 horas.

Hasta el 12 de diciembre de 2008.

Bruno Ruiz dijo...

Excelente artículo!!!! Muchas, pero muchas gracias... Un beso, mi Jessi!!!!

Mucha Lucha dijo...

Muchas gracias, qué bueno que te des una vuelta por este blog; si te gustó recomiéndalo. Saludos.

Anónimo dijo...

can u leave ur phone number to me???

Anónimo dijo...

I think if I read this BLOG after only say: very good, so you are not serious, but really very good!

Anónimo dijo...

si cual es numero del teatro para poder ir

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...