José Ramón Enríquez.
Dentro del Festival de la Ciudad de Mérida 2009, se montó Crack o de las cosas sin nombre, la espléndida obra de Edgar Chías que ya se ha representado con éxito en la Ciudad de México. Más allá de los valores artísticos de la puesta, que los tuvo y muchos, me inquietó hasta el insomnio el ver, en la ciudad más segura y tranquila del país, la tan brutal como exacta fábula sobre un deterioro del tejido social que lleva al desempleo e, inmediatamente, no sólo a la drogadicción sino al tráficomenudeo a seres que hace unas décadas pintaba idílicos Ismael Rodríguez en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos.
Imaginé el final de la segunda de aquellas películas que aún pasan por la televisión y vi al “Profesor” de Chías, en lugar de Mimí Derba, a su “Loco”, en lugar de Pedro Infante, a “La Lupe”, en lugar de Blanca Estela y al “Mosca” en lugar de Chachita.
Si en aquellos años el optimismo de Ismael Rodríguez no correspondía totalmente con la realidad y ya tenía Los olvidados como su antítesis, el mismo Buñuel hoy resulta angelical y su Puente de Nonoalco un paraíso dorado comparado con la obra de Edgar Chías.
¿Cuánto falta para que en Mérida también veamos al Mosca deambular por las calles, pistola en mano? ¿A cuál ciudad huir? Si no de este país, ¿de cuál rincón del orbe? Porque el fenómeno, ciertamente, es global.
Se agradece que Oscar López y su grupo La Fragua, en el cual destacan entre otros Laura Zubieta, Ulises Vargas, Francisco Solís y Juan de Dios Rath, nos permita, desde esta Mérida aún tranquila, la visión de un tsunami que se anuncia inminente y con alcances nacionales, como leo en un artículo de Carlos Monsiváis, de cuya lucidez tomo algunos jirones:
“Al adquirir el desempleo rangos paroxísticos.., el narco es un empleador obstinado; claro que la vida que ya de por sí no valía nada ahora no encuentra zonas de remate, pero nada se puede contra el torbellino del rencor y el resentimiento... En la desesperación cualquier suicidio es bueno, y más si, por razones del oficio, al ‘suicidio’ (incorporarse a organizaciones que garantizan la muerte a plazo fijo) lo antecede la obligación de asesinar... De todas las catástrofes que se abaten sobre el país, el narcotráfico es la más devastadora…”Pero ¿es precisa esta devastación? ¿Vale la pena convertir a los modernos Al Capone y Dillinger locales en dirigentes auténticos del país? ¿Y si simple y llanamente se legalizara la droga, pudiera supervisarse su producción y venta (para que venenos como el crack estuvieran fuera del mercado), y los billones gastados en una guerra perdida se usaran en la educación urgente (para impedir que más niños se “engancharan”) y en crear más empleos..?
Se me ha reprochado la ingenuidad de mi propuesta cuando la he hecho en estas mismas páginas y se me ha insistido en que no puede ser decisión de un solo país. Lo sé. Pero los Estados Unidos que toma Obama en estos días corren el mismo riesgo, y en el orbe entero el panorama en semejante.
En un artículo, Francisco Valdés, presidente del Consejo de la FLACSO e investigador de la UNAM, cita fuentes del Departamento de Justicia de Estados Unidos donde se afirma que “el narco mexicano es considerado ‘la más grande amenaza del crimen organizado a Estados Unidos’, mayor que los monopolios, la mafia, los contrabandistas, los mercaderes de armas y personas, entre otros”. Para concluir: “¿Por qué los políticos de Estados Unidos, un país que se precia de ser el abanderado de la libertad individual, no se comprometen con la legalización de la droga? ¿No es acaso plausible plantearse que lo que cada adulto consume es asunto exclusivamente suyo? ¿No debería establecerse un impuesto al consumo (como ocurre con alcohol y tabaco) para cubrir el costo que todos pagamos para paliar los daños de la adicción..?”
Repito lo que he dicho en estas mismas páginas: no defiendo ninguna bondad en ninguna droga, ni pura ni adulterada, alcohol y tabaco incluidos. Me siento obligado a defender un futuro que la obra de Chías me ha hecho presente.
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