Babel
Pensamiento, fuerza,
libertad y opresión
Javier Hernández Alpízar
“Se dice a menudo que
la fuerza es incapaz de doblegar el pensamiento, pero, para que sea verdad es necesario
que haya pensamiento. Allí donde las opiniones irracionales sustituyen a las
ideas, la fuerza lo puede todo.” Simone Weil
En
cierto sentido esa es la tesis del ensayo de Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (1934).
Escribe cuando el fascismo asciende en Europa ante la ausencia de un
pensamiento racional, científico, crítico, que proponga una alternativa utópica,
en el mejor sentido de la palabra (sin conceder el fatalismo de que toda utopía
conduce a un totalitarismo). Al inicio de sus reflexiones Weil critica al
marxismo porque, en la opinión de ella, después de mostrar impecablemente la
lógica de hierro de la opresión en el capitalismo, tan perfectamente que no se
ve por dónde se pueda derrotar esa máquina de dictadura perfecta, de manera
totalmente acientífica, idealista, providencialista, plantea que el desarrollo
de las fuerzas productivas puede llevar a la libertad, a la desaparición de la
opresión y el Estado. Sabemos que Marx puede ser leído de una manera más
compleja que ese mecanicismo y mesianismo deterministas, pero debemos conceder
que aún hoy lo que muchos tienen en mente por marxismo es esa religión dorada
con el nombre de socialismo científico. Por otra parte la autora afirma que el
análisis de Marx sobre la opresión en el capitalismo es tan bueno que alcanza a
señalar rasgos comunes a opresiones en contextos no capitalistas.
Simone
Weil opina que hace falta un pensamiento crítico, filosófico, científico, para
el cual Marx dio una premisa esencial: analizar las condiciones materiales,
históricas, no solamente el modo de producción económico, piensa ella, sino
digamos así el modo de producción y reproducción del poder, el cual quizá
determina el modo de producción económico. Si esas condiciones, entre las
cuales ella da mucha importancia a la tecnología, el trabajo físico y la superación
de la división entre trabajo intelectual (elite dirigente y burocrática, en el capitalismo
y en el socialismo real) y trabajo manual, permiten eliminar la opresión o al
menos limitarla al mínimo posible, entonces se trata de trabajar y luchar por
acercar a la sociedad humana a ese punto. De lo contrario, si esas condiciones
históricas materiales no permiten la liberación sino que la hacen necesaria,
todo serían sueños de opio y cualquier sacrificio, inútil; y mandar al
sacrificio a miles de personas, un crimen.
Simone
Weil no desprecia las ideas ni a los individuos, por el contrario: sin un
pensamiento crítico claro, sólido, que sólo puede darse en la cabeza de los
individuos, no puede haber cambio social. Las ideas pueden cambiar al mundo
pero para hacerlo tienen que convertirse en fuerzas materiales. El temor de
Weil, confirmado una y otra vez por la historia del siglo XX, es que la
liberación del temor y la servidumbre hacia las fuerzas naturales sea acompañada
por una opresión mayor por la maquinaria social: la colectividad alienada, la
burocracia, las elites dirigentes, sean capitalistas o socialistas. Trotsky y
otros marxistas (almas puras de la religión proletaria) vieron en Simone Weil
solamente a una pensadora pequeñoburguesa, como siempre han visto a los
anarquistas y a todos los que no comprenden que “para hacer un omelet hay que
quebrar algunos huevos”.
La
lucidez de Weil hace que su ensayo, tan temprano como 1934, anticipe mucho de
lo que después dijeron la Escuela de Frankfurt y otras corrientes de
pensamiento críticas, con la ventaja de que Simone Weil no tira al niño con el
agua sucia, pues sabe que lo mejor del pensamiento de Platón a Descartes,
Rousseau, Marx y Proudhon, es necesario para formar ese pensamiento crítico que
llene el vacío actual. El proletariado ya no estaría entonces sin cabeza, pero
no sería su cabeza un Lenin o un Trotsky, mucho menos una elite de mandarines,
sino un pensamiento crítico que tendría que estar en la cabeza de los
individuos, hecho fuerza material en la tecnología, el trabajo manual (del cual
ningún líder se excluya) y en una forma de organización material y espiritual
liberadora. De no ser eso posible, los intentos de liberación, por heroicos y
sacrificados que sean, terminarán una y otra vez en mayor opresión del ser
humano de carne y hueso por una maquinaria social y por abstracciones como
patria, futuro, socialismo, utopía, Estado, anarquías, libertad o cualquier
otro ideal en el nombre del cual sacrificar a otros o sacrificarse. Sólo los
sacerdotes pueden medir el valor de un ideal en cantidad de sangre derramada,
piensa ella, herética.
El
pensamiento, aun el más solitario y a contracorriente, y acaso no hay a veces
otro posible, es semilla de rebeldía frente a la religión totalitaria que nos
ordena sacrificar a seres humanos de carne y hueso a ideales y dioses
abstractos.
Me
parece que, evaluando a las corrientes autodenominadas de izquierda en México
podemos en pleno siglo XXI diagnosticar un vacío análogo al que la francesa
veía en Europa en 1934. No faltan discursos, incluso algunos radicales, pero la
lucha social se verifica en la ausencia de un sujeto fuerte y organizado, y esa
ausencia, como bien dijo en su tiempo Simone Weil, no es una mera condición
subjetiva: es objetiva, aun si el Estado y el capitalismo están en una grave
crisis no hay un sujeto que tome una alternativa viable para la mayoría, por
eso el régimen caduco no termina de caer ni un orden nuevo de nacer. Hay
discursos, incluso algunos muy críticos, pero la práctica política en que se
disuelven grandes movilizaciones es un inocuo y estéril parlamentarismo
burgués. En el discurso algunos pensamientos son marxistas, anarquistas poscoloniales,
posmodernos, transmodernos, de la liberación y un largo etcétera, pero su
política es liberal tradicionalista y puntualmente inoperante. La práctica
rancia y sin resultados, o con resultados contraproducentes como llevar al poder
a sujetos como Aguirre Rivero, Juan Sabines o Mancera, dice mucho más de lo
atrasado y vacío de un pensamiento de izquierda que los discursos de algunos de
sus sinsajos y académicos más conocidos.
Detrás
de esa práctica política rutinaria y el callejón sin salida a que conduce hay
una concepción liberal del Estado, el poder, la política y los pensamientos, un
pensamiento, en el fondo, profundamente irracional, no el discursivo que puede
parecer muy post-todas-las-cosas, sino el pensamiento que realmente opera: caudillismo,
mesianismo, liberalismo (sobre todo económico) y un cotidiano consumismos que
pareciera suponer recursos naturales infinitos, y sobre todo: la premisa de que
el capitalismo es insuperable y hay que amoldarse a él en un intento por
regresar al keynesianismo: ahora resulta que el modelo a seguir es Roosevelt y
su corporativismo, New Deal.
Detrás
está un pensamiento irracional, un pensamiento mágico, el ya científicamente
refutado (por Marx y por John Nash) pensamiento de Adam Smith. Por eso más que
nunca hace falta oír la voz de Simone Weil, no para seguir su pensamiento (no
tiene una “doctrina”) sino para atender su reto: hace falta un pensamiento
crítico radical, y además, retomar la base de Marx, despojándolo de la
ideología pseudorreligiosa de los determinismos, para pensar hoy el fenómeno,
como se dice en jerga académica, es decir, hacer una crítica de la economía
política y también una crítica de la política en sus límites liberales.
Actualmente
hay voces pequeñas por acá y allá que señalan esa necesidad de pensamiento
crítico, entre ellas la del EZLN, que no solamente le tiene declarada la guerra
al mal gobernó y al sistema capitalista sino al pensamiento haragán y al
pensamiento de las derechas, el reto es que haya un pensamiento racional,
científico, sólido, fuerte, que reflexione en las causas de la opresión y de la
libertad: la pregunta de los zapatistas en la Escuelita sobre qué es libertad
para cada uno va por ahí quizá. La ausencia de un pensamiento así de fuerte y
claro y el irracionalismo de ir por más medicina liberal para remediar males
neoliberales han dejado el vacío para permitir crecer el fascismo a la
mexicana, y la represión llega ahora hasta quienes apenas en 2006, aun después
del crimen de Estado en Atenco, decían
que no había condiciones para el fascismo: la serpiente tiene hoy muchos críos,
todos cobrado derecho de piso, bajo banderas de todos los colores.
¿Cuál
es el pensamiento mágico que está detrás de esta política liberal?: el de creer
que hace falta dinero (por inversiones o ahorro), la panacea, sin saber qué
son, científicamente hablando, dinero, mercancía, capital, capitalismo, Estado,
poder, poder político, cambio social, violencia, fuerza, dictadura, democracia,
etcétera. Parte del truco es como el de la magia más barata: esconder el
proceso entero y mostrar solamente el aspecto
circulación: así puede defenderse el corporativismo a la Roosevelt para
no mencionar el corporativismo priista, sin mostrar que ambos son parte de la
misma respuesta corporativa a la crisis del capitalismo en el siglo XX, pero no
representan una liberación o una cancelación de la opresión sino un modo caduco
y nostálgico de administrar el conflicto de clases. Como los magos esconden los
trucos detrás del tinglado, ese pensamiento esconde el proceso entero de
producción capitalista y el de producción y reproducción del poder y recomienda
fetiches como más urnas, más parlamentarismo burgués y más almas buenas para un
neobonapartismo región IV. De un
pensamiento crítico en la cabeza de los individuos y una organización de ese pensamiento
en fuerza política colectiva democrática nadie habla, bueno casi nadie excepto
los “ultras” como los zapatistas. Claro que ante esa especie de liberalismo neomasón
que se queda en la admiración de todos los Mireles que les pongan enfrente, los
zapatistas son unos marcianos: nos piden pensar en vez decirnos por quien
votar. Esos ultras. No creen en la magia del dinero y las urnas liberadoras y
hacen cosas tan inexplicables como convocar a pensar y debatir.
Sin
embargo, libertad, como claramente señala Simone Weil, no es cumplir todos los
deseos, no es consumismo, mayor poder de compra, salarios mejores, sino algo
que opera entre el pensamiento y la acción: “un equipo de trabajadores en
cadena, supervisados por un capataz, es un triste espectáculo, mientras es
bello ver a un grupo de obreros de la construcción, detenidos por una
dificultad, reflexionar cada uno por su lado, indicar distintos medios de
acción y aplicar unánimemente el método concebido por uno de ellos, que puede,
indiferentemente, tener o no autoridad oficial frente a los otros. En
semejantes momentos la imagen de una colectividad libre aparece casi pura.” Una
visión anarquista: una sociedad de hombres libres, en lugar de una elite
dirigente (marxista, liberal o poscolonial) y de una masa convertida en voto
duro y mentes dóciles de una izquierda de consumo. Simone Weil tiene la utopía
de reducir al mínimo la maquinaria social y acercarse al trabajo libre del
sujeto humano frente a las fuerzas naturales. Es una utopía para orientar
reflexión y lucha, no es la meta que necesariamente se alcanzará.
Simone
Weil no descarta incluso el llamado reformismo y la búsqueda del mal menor,
pero sabe que cuando no hay claridad sobre que es la opresión y qué es la
liberación tampoco la hay sobre cuál sea el mal menor y al razonamiento lo
sustituyen las demagogias. Así es como los Aguirre Rivero han pasado para la
izquierda mexicana como “mal menor”. La imagen de la hidra capitalista que han
propuesto los zapatistas es solo eso una imagen, pero es también una invitación
a pensar, una incógnita a despejar, claro quienes tiene todas las respuestas
nos dirán: “voten, que ya tenemos especialistas en pensar por todos”. La otra
alternativa es no consumir ese pensamiento ya maquilado y enlatado, sino
producir un pensamiento propio, en las cabezas de individuos libremente
asociados, y constantemente contrastarlo y ponerlo a prueba con las prácticas
políticas, sus fracasos y sus avances.
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