Babel
Nuestra responsabilidad como lectores
Javier Hernández Alpízar
Allá en los neoliberales años 90 escuché a una maestra de letras hispánicas participar en una mesa redonda, parte de un ciclo llamado “América Latina, entre la ira y la esperanza” (sí, parafraseando el título del libro del sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva). La docente saludó la invitación y la oportunidad de hablar de literatura desde una lectura política, la convocatoria era antiimperialista, y abordó el tema retomando algunos, poquísimos, aspectos políticos e incluso antiimperialistas y latinoamericanistas en la obra de escritores mexicanos, por ejemplo en algunos poemas de Carlos Pellicer. Entre los comentarios que hizo ella entonces y que recientemente he recordado por diversos motivos estaban éstos: dijo que desde muy joven, como lectora interesada en la literatura, solía leer los periódicos y guardar recortes sobre escritores. Había archivado una foto de Carlos Fuentes muy joven, en un congreso; años después se enteró de que ese congreso había sido organizado por la CIA y ella se preguntaba ¿qué hacía ahí Fuentes? El comentario se quedó en mi memoria y seguramente regresó cuando hace algunos años me enteré de la existencia del libro de Frances Stonor Saunders La guerra fría cultural, una crónica de cómo la CIA usó fachadas para organizar una cruzada cultural que implicó cooptar, financiar y utilizar a artistas y escritores, revistas y editoriales, orquestas, exposiciones, reseñistas, industria cultural en pleno. Entre sus financiados la autora menciona a George Orwell, Hannah Arendt, Salvador de Madariaga, Bertrand Russell e Isaiah Berlin. Así que Fuentes no sería un único pez gordo en una convención de esas. El libro menciona la publicación de textos de Borges, pero no dice nada más sobre el autor argentino, en realidad no menciona autores latinoamericanos.
Regresando a la conferencia de “Entre
la ira y la esperanza”, la maestra comentó también que estaba casi ausente el
antiimperialismo en escritores mexicanos, no era tema. Sí había, dijo,
denuncias valientes como las de 1968, y mencionó a Poniatowska y Monsiváis,
pero no una postura antiimperialista. Y agregó que se atrevía a decir que es
porque los escritores mexicanos que ella estudiaba no conocían el marxismo.
Claro, no rebasaban, agrego yo, un horizonte conceptual liberal, por algo los
liberales ganaron la disputa en el siglo XIX. Pero, como dice García Márquez,
la diferencia entre liberales y conservadores es que unos van a misa de seis y
otros a misa de siete. En otras palabras, liberales y conservadores no
cuestionan el sistema capitalista, el status quo, a lo sumo ponen reparos
menores y esperan prebendas especiales. Alguna vez Carlos Fuentes llegó a
Xalapa, Veracruz, dio una conferencia en la Universidad Veracruzana y al final
fue entrevistado como un gurú (los periodistas entrevistan así a todo escritor,
como todólogo. Solamente a JEP le vi negarse a hablar de todo sin preparase para
ello). Fuentes dijo que el mayor obstáculo para la democracia era el PRI
(olvidó citar a Pero Grullo) y cuando algún reportero le cuestionó ser invitado
por un gobernador priista, se enojó y respondió que Alemán Velasco era su
amigo. Era un crítico amigo de casa. Cuando se iba a firmar el NAFTA o TLCAN,
los canadienses estaban muy preocupados por la cultura. Propusieron a México
apoyarlos en excluir el petróleo a cambio de que los apoyaran en excluir la
cultura. El gobierno mexicano no aceptó y ambos entraron en el “libre comercio”.
Cuando a Fuentes le preguntaron si la cultura mexicana sería afectada por el
libre comercio, el narrador comentó que la cultura mexicana era más antigua,
rica y fuerte que la de Estados Unidos, nada tenía que temer. Acababa de exhibirse
en Estados Unidos una exposición de esas que llevan desde una cabeza olmeca
hasta cuadros de Diego y Frida. La declaración de Fuentes era de consumo
populista, demagógica. México ha sido tan afectado por el TLCAN que está ahora
inundado de muerte, crimen y su cultura se ve colonizada por lo peor del sistema,
no sólo lo yanqui, sino la escoria del mundo. Como decía la maestra, no han
leído marxismo. Es más: cuando aparecieron los primeros comunicados del EZLN
Fuentes celebró que el vocero zapatista parecía haber leído más a Carlos
Monsiváis que a Carlos Marx. Décadas después, el EZLN ha roto con la clase
política, con esa intelectualidad clasemediera que se negó a leer a Marx (y
peor aún: se niega a leer la realidad), y los zapatistas citan no sólo a autores
comunistas sino al mismísimo Lenin.
Si juntamos varios niveles de
error, el despiste, supongamos que fue despiste, que lleva a un autor como
Fuentes a participar en un congreso organizado por la CIA. (Mientras no
tengamos una investigación para América Latina análoga a la que Stonor Saunders
hizo para Europa, no podremos ahondar en donde hubo más que despiste) La ignorancia
del pensamiento crítico (marxismo, anarquismo, Illich, etc.) y la adhesión a un
ya rebasado liberalismo (y neoliberalismo), la dependencia de las instituciones
y sobre todo de los gobernantes del país (o de Televisa como Paz y su grupo
Vuelta, o de Carlos Slim como los de “izquierda”), su admiración colonizada por
lo que pasa en muchos otros lugares y sus deseos de importar esas admiradas mercancías
sin pensarlas en contexto, pero sobre todo la ausencia de una crítica
implacable, por parte de los lectores, y en su lugar una admiración bobalicona de
los personajes y su defensa a ultranza ante toda crítica (por ejemplo las
defensas de Poniatowska que le garantizan impunidad así se valga del plagio, la
falsificación y otras formas de fraude ético e intelectual), el resultado es
una clase política- intelectual parasitaria que no cumple con la función
política que podría tener: pensar críticamente. Por ejemplo, no entendieron
jamás a cabalidad el peligro del TLCAN, de la decadencia neoliberal, no han
superado el fetichismo de las urnas, e incluso han sido incapaces no sólo de
contestar sino ni siquiera de acusar recibo del pensamiento crítico realmente
existente, por ejemplo de las críticas zapatistas, que la mayoría desconocen y
desdeñan olímpicamente.
La responsabilidad de los
lectores ante el vacío que esa farándula literaria genera es no tanto no
leerlos sino leerlos críticamente y sobre todo y ante todo leer críticamente la
realidad a la que ellos y ellas dan la espalda, así como acusar recibo del pensamiento
crítico que sí hay, aunque no tenga espacio en los foros de los bienpensantes.
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