Foto: Hérika Martínez/Agence France-Presse - Getty Images. |
BOGOTÁ — ¿Cuánto
cuesta matar a un periodista? En México, casi nada para el pistolero,
quizás unos pesos para que las autoridades miren a otro lado, y listo:
silenciado el incómodo reportero. Según las cuentas de Artículo 19, en
ese país han asesinado a 131 periodistas
desde 2000 hasta el 24 de agosto de 2019. Otros veinticuatro fueron
desaparecidos forzadamente. La impunidad en todos estos casos es casi absoluta. Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), de las 790 investigaciones
abiertas desde 2010, apenas 118 han llegado a una corte y solo ha
habido una decena de sentencias condenatorias exclusivamente contra
autores materiales. Ningún castigo para los autores intelectuales.
Hartos
de la impunidad, un grupo de periodistas dijeron “¡Basta!”, y hace un
año crearon el Colectivo 23 de Marzo para investigar la muerte
de una de sus colegas más respetadas, Miroslava Breach. Corresponsal
del diario La Jornada y columnista de El Norte de Juárez, Breach contaba
de frente lo que realmente pasaba en Chihuahua, su estado. En marzo de
2016 denunció
que en municipios en Chihuahua precandidatos a presidentes municipales
del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y una precandidata del
Partido Acción Nacional (PAN) tendrían vínculos con narcotraficantes. El
PRI reemplazó a dos aspirantes denunciados y la aspirante del PAN, que resultó elegida, negó vigorosamente tener relación alguna con los carteles. La denuncia le costó a Miroslava nuevas amenazas.
La periodista chihuahuense siguió adelante con sus investigaciones. Documentó los despojos de la expansión del grupo criminal que montó la familia Salazar, al servicio del Cártel de Sinaloa,
en su natal municipio de Chínipas en la Sierra Tarahumara. Escarbó los
vínculos entre este y otros grupos con la política de Chihuahua y de
Sonora. Armó un expediente del gobernador de su estado, César Duarte,
quien hoy está prófugo de la justicia y con veintiuna órdenes de captura por peculado y enriquecimiento ilícito.
En febrero de 2017, Breach sacó a la luz,
con nombre y apellido, cómo directores de varias policías municipales
de esos estados eran fichas del narco. Esa fue la última gota. El 23 de marzo de 2017 fue asesinada por un pistolero cuando se disponía a llevar a su hijo Carlos, de 14 años, al colegio. El gobernador Javier Corral, de quien Miroslava había sido cercana, anunció que este crimen no quedaría impune
y se mostró enérgico y decidido a develar el complot criminal que acabó
con una persona tan valiosa —y valerosa— para su comunidad. Pronto las
autoridades anunciaron capturas y dieron conferencias de prensa en las que se daba por esclarecido el caso.
Lo
que el Proyecto Miroslava encontró, según la publicación de esta
semana, es una sábana llena de agujeros. Asesinatos alrededor del caso
que no fueron investigados; autoridades que no indagaron en el municipio
de Chínipas, de donde probablemente salieron las órdenes de matar a la
periodista y donde se refugiaron los asesinos; comunicaciones entre los
sospechosos a las que no se les siguió la pista, y una pistola plantada
en un asesinato posiblemente para desviar la investigación.
Develar
este matrimonio perverso entre narcos y políticos, tan frecuente en
nuestro continente, requiere de alianzas periodísticas fuertes, incluso
internacionales, como lo ha hecho este proyecto. Es una manera efectiva
de subirle la presión ciudadana a los gobernantes para que hagan
justicia. Es la salida poderosa que tiene el oficio para conseguir que
ese contubernio no doblegue a las sociedades bajo el miedo.
“El
silencio es complicidad”, repetía con frecuencia Miroslava. Sus colegas
le hacen hoy honor rompiendo el silencio para empezar a derrotar la
impunidad. Un camino similar se ha recorrido ya en otros países. En los
años setenta, el Proyecto Arizona juntó a 38 reporteros
y editores de diferentes medios para investigar el asesinato del
periodista Don Bolles en Estados Unidos. No consiguió poner tras las
rejas a quien le puso la bomba a este reportero, pero sí hizo que
Arizona destinara
nuevos recursos para la lucha contra las mafias y los legisladores del
estado sacaron leyes más duras contra el robo de tierras. Después, en
Colombia, el Proyecto Manizales,
liderado por la revista Semana, llevó a varios medios a investigar el
asesinato de Orlando Sierra, subdirector del diario regional La Patria.
La publicación simultánea del reportaje, la persistencia del diario de
Sierra y el interés solidario de los colegas para que el caso no se
olvidara puso finalmente al autor intelectual, un político local, tras
las rejas.
El Proyecto Miroslava vuelve a plantear las preguntas que la justicia dejó sin responder. Así, los reporteros mexicanos —arriesgándose,
pues se trata de la temible narcopolítica—, han salido solidarios a
subirle el costo a asesinar a un periodista. Les toca ahora a las
autoridades ponerse a la altura.
El
gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que tanto quiere romper con el
pasado de corrupción y que, ante la crítica, insiste en que respeta la
libertad de prensa, podría demostrar que habla en serio si desentraña
los complots que silenciaron a Miroslava, a Javier Valdez y a Regina Martínez entre muchos otros reporteros caídos mientras intentaban hacer de México un país más transparente y democrático.
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