Los feminismos son uno de los pocos movimientos que
actualmente ofrecen algo de resistencia a la incontenible ola
reaccionaria que recorre el mundo. Con todos sus luces y sus sombras,
las reivindicaciones y movilizaciones feministas “molestan” al poder
realmente existente en su objetivo de vaciar de contenido democrático
las instituciones de los ya de por sí devaluados sistemas parlamentarios
burgueses en aras de alcanzar sus sueños de acumulación incesante e
infinita de capital.
Pero
no solo “molestan” a los poderosos, sino que determinados feminismos
“perturban” con sus denuncias la conciencia de hombres y mujeres del
común. Nada más atractivo para ese ser egoísta y conformista que todos
llevamos dentro que los cantos de fraternidad o sororidad universal que
entonan los coros y danzas del poder.
La
unidad de la nación, bajo el palio de la soberanía del pueblo, como
cortina que encubre la división real en clases; la unidad de los sexos,
bajo la bandera de la igualdad, que oculta la auténtica estructura
patriarcal de nuestras sociedad. Porque ahí está la bicha, no lo duden:
la división en clases y la estructura patriarcal.
Los
feminismos nos recuerdan a los hombres y a las mujeres que existe
violencia de género aquí y ahora, en el piso de arriba, en la calle que
vivimos, en la ciudad que habitamos. Violencia de género de baja
intensidad en nuestras relaciones cotidianas; violencia de género de
alta intensidad en el interminable rosario de asesinatos machistas.
Los
feminismos nos recuerdan que son mujeres las que ocupan los lugares más
inhóspitos de la escala social, que son mujeres la fuerza de trabajo
más explotada por el sistema, que son mujeres y niñas la mayor parte del
ominoso ejército de esclavos que aún subsiste en el mundo.
Los
feminismos nos recuerdan que existe un techo de cristal para las
mujeres; que los lugares de trabajo son espacios de acoso sexual sobre
las mujeres; que en las calles, en las fiestas y en las noches ronda la
perversión machista de creer que la mujer es objeto y propiedad del
deseo incontenible del macho.
Sí, esto y más cosas nos recuerdan los feminismos.
Y
por eso molesta a los de arriba en su objetivo de acallar cualquier voz
que se levante contra su poder; y por eso molesta a sectores de los de
abajo en su deseo de que les dejen vivir tranquilos, de que no les
perturben en su sueño de habitar el mejor de los mundos posibles, de que
no les quiten esas micro ventajas que da la sociedad patriarcal incluso
a los hombres pertenecientes a las clases sometidas.
Sí, por eso el feminismo es atacado por tanto flautista de Hamelín,
bella pluma del poder y corifeo del Leviatán.
Y
siempre con los mismos “argumentos”: el rasgarse las vestiduras ante el
irracional radicalismo feminazi; la vergonzosa insistencia en
desconfiar de las víctimas; la hipócrita reivindicación de la presunción
de inocencia del hipotético victimario; la hiperbólica denuncia de una
supuesta guerra sin cuartel desatada contra el hombre; las angélicas
llamadas a ser, antes que feministas, femeninas, personas, seres humanos
fraternalmente unidos en la costilla de Adán; la abracadabrante teoría
de la existencia de un poderosa conspiración compuesta por feminazis,
maricones y bolleras dispuesta a hundir la moral de occidente, pervertir
nuestros usos y costumbres e imponer una terrible dictadura de “lo
políticamente correcto”; la reducción del carácter estructural del
sometimiento de la mujer a casos extremos de individuos anómicos; la
elevación de la anécdota a categoría, de la excepción a regla, por
ejemplo si hay una denuncia falsa por maltrato se utiliza como
“argumento” para negar la violencia sistémica contra las mujeres; la
igualación de víctimas y victimarios, poniendo al mismo nivel el daño
que sufren las mujeres con el acoso estructural en el trabajo y las
penosas consecuencias que para un caso individual conlleva una acusación
que resulte fraudulenta…
Sí,
los feminismos tienen sus luces y sus sombras, poseen puntos en
conflicto y desacuerdo – es por eso que no se debe de hablar de
“feminismo” sino de “feminismos” pues existen diversas corrientes,
algunas muy enfrentadas entre sí – Por ejemplo: la complicidad de algún
feminismo con el liberalismo pseudo progresista y meritocrático, que
olvida la discriminación hacia las mujeres de clase baja o de etnias
marginadas; o la mitificación por otros feminismos de una supuesta
naturaleza femenina que en buen parte reproduce conceptos patriarcales y
es funcional al sistema; o el determinismo de algunas teorías
feministas que pretenden encontrar la explicación de todo en una
“estructura patriarcal” concebida de un modo mecanicista, como otrora el
marxismo vulgar creyó encontrar la llave de la historia en el
determinismo económico.
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