Hurgando virtualmente por las páginas de éste nuestro diario me encontré con un artículo de Ricardo Amann titulado Los jóvenes y las campañas; rara vez escribo para debatir las ideas puestas por mis colegas colaboradoras y colaboradores en general, pero esta ocasión puedo decir que el texto de Amann me parece, por decir lo menos, una aportación interesante que en lo personal me resultó provocadora.
En general, Amann parte del presupuesto de que los jóvenes de hoy, y así lo escribe, son “aún más conservadores, más pragmáticos, más materialistas, menos solidarios y/o desprendidos [y] menos participativos” que los jóvenes de ayer. Para ello, Ricardo plantea por principio de cuentas que en términos culturales los jóvenes de hoy “no se encuentran mejor preparados para la transformación del país que sus mayores”; leo líneas arriba, donde Ricardo habla de niveles de pobreza, analfabetismo funcional y cultura de masas y creo coincidir con él; pero líneas abajo la coincidencia se desvanece para pintarse de diferencia y, quizás, franca disidencia.
Después de ése “tal vez” que en algo se reservaba el beneficio de la duda, éste desaparece para convertirse en afirmación y asegurar: a) “Los hechos que se produjeron en nuestro país y estado hace 30-40 años hoy serían inconcebibles”; b) “No hay condiciones para un movimiento de la magnitud del de
Entiendo que “los hechos inconcebibles” a los que se refiere Amann son, precisamente, “el movimiento del
Pero antes de pasar al punto de porqué lo creo así me parece necesario regresar a eso de ser “más conservadores, pragmáticos, materialistas y menos solidarios y/o desprendidos y participativos”. Existe el riesgo de caer en un juego de lucha generacional, es cierto; pero considero importante mirar de frente y decir que muchas de las cosas que se creé son verdad, en realidad no lo son tanto; son más la representación social que algunos sectores, a lo mejor mayoritarios, tienen en este caso de las y los jóvenes, como la tienen de las y los adolescentes o, para desplazarnos del ámbito generacional, de las y los indígenas, homosexuales y lesbianas o gente de izquierda.
Para comenzar está eso de ser más conservadores. La sociedad mexicana en su conjunto es una sociedad conservadora; lamentablemente lo es más en el sentido que reconozco considero negativo y no en lo que de positivo tiene: reproducimos valores tradicionalistas que más que reafirmarnos en comunidad nos aislan y enfrentan con aquello que por ser nuevo no entendemos porque ni siquiera queremos hacer el esfuerzo de entenderlo, acudimos por inercia y nacionalismo a procesos electorales en busca de un mesías que independientemente del color que sea no hace sino prometer cosas que no cumplirá porque o bien no le es posible hacerlo o no tiene la voluntad política para ello, descalificamos las manifestaciones artísticas y culturales de adolescentes y jóvenes de hoy de la misma manera que los de antier hicieron con los de ayer porque estos más que escuchar a Emilio Tuero o al Dr. Alfonso Ortiz Tirado se zangoloteaban toditos con The Doors, The Beattles o The Rolling Stones.
Pero su ser conservadores no fue impedimento para permitir que las expresiones culturales de los más de sesenta pueblos indígenas mexicanos (cosmovisión, lengua, forma de gobierno, práctica religiosa) fueran condenadas al lento exterminio del discurso oficialista sobre qué es ser mexicanos y qué no, lo mismo que los recursos naturales y el patrimonio histórico tangible e intangible de la nación.
Pragmáticos quizá sí lo sean; pero no más que los jóvenes de ayer, que se han dejado guardadas las rebeldías de antaño debajo de la cama, ocultas en un armario o escondidas en algún cajón con las cartas de amor de sus primeros pero frustrados amores, porque sólo así se entiende que como adultos de hoy sean, si llegaron al poder, igual o más represores, corruptos y mentirosos que los adultos de ayer.
Antes, nos dicen, las cosas eran muy diferentes: uno no podía salir a las calles a manifestarse tan libremente o manifestar tan abiertamente sus ideas en la prensa escrita y electrónica, y quieren que por ello los adolescentes y jóvenes de hoy les estén eternamente agradecidos y que no vean que aquellas luchas por libertades democráticas, sindicales o culturales han sido traicionadas por muchos de los que las protagonizaron; pues, para pragmatismos los de los adultos de hoy, que siendo políticos hoy más que nunca hacen honor a su mote de grillos saltando de un partido a otro en busca de nuevos huesos.
¿Materialistas? Los jóvenes de hoy militan y se visten con los sueños de las manifestaciones políticas y culturales más idealistas de este principio de siglo que vivimos, como en su momento hicieron los jóvenes de ayer; sólo que buena parte de estos al llegar a la edad adulta y curarse de la enfermedad del divino tesoro fueron abandonando la lucha. Uno no tiene más que mirar hacia los movimientos que hoy por hoy tienen en jaque al capitalismo para descubrir que lo mismo en Seattle que en Praga o Davos, o en Guadalajara y Cancún, o en Porto Alegre, Venezuela, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Chile, Nicaragua o Francia la mayoría de sus protagonistas tiene menos de 30 primaveras encima. Pável González y Alexis Benhumea, asesinados por sus ideales y actuar en congruencia con ellos, apenas rondaban los veinte años.
Y viene entonces eso de ser poco solidarios, y uno mira al titipuchal de jóvenes de Chapingo, el Poli o
Si bien el movimiento estudiantil de 1968 vino a constituirse en la historia reciente de nuestro país como un parteaguas en términos sociales, políticos y culturales, al grado de significarse como el inicio del fin del sistema de partido de Estado, éste tuvo como principio una insulsa batalla entre chicos de una prepa incorporada a
La represión fue la chispa que encendió la pradera, y en la medida que ésta aumentaba el movimiento se fue generando, no al revés. Ello abre la puerta a muchas preguntas acerca de “la magnitud” de un movimiento que Ricardo Amann pondera, creo yo, sin mirar que si bien es cierto algunas otras escuelas de educación media superior y superior (recuerdo
No trato por ello de demeritar ese capítulo fundamental de nuestra historia y al que nos referimos, para abreviar, como “El
Eso da pie al tema de los grupos guerrilleros, también mencionado por Ricardo. Solos y decepcionados, algunos jóvenes de ayer, pequebús que se creían muy radicales por fumar hachís, vestirse psicodélicamente o en jeans, para luego desvestirse en un Avándaro setentero, señalados flamígeramente por el dedo de la sociedad conservadora que los parió, se radicalizaron de veras y del movimiento estudiantil por las libertades democráticas de 1968 dieron el paso a la lucha armada.
Treinta ó 40 años después, buena parte de esos jóvenes de ayer son los adultos de hoy que ocupan curules, puestos burocráticos en los gobiernos de todos los niveles y acudieron a clases en institutos como Harvard y Yale para convertirse en tecnócratas y poner en venta lo que quedaba por vender del país, o se convirtieron en “intelectuales orgánicos” del gobierno contra el que alguna vez se levantaron en armas.
Con otros y muchas otras (sería injusto no decirlo) no pasó lo mismo. Ellas y ellos construyeron, unas veces silenciosamente, otras no tanto, caminos diversos a la libertad, la democracia y la justicia verdaderas, con dignidad; lo mismo en el campo que en las fábricas, en el arte que en la academia, en la ciencia que en la tecnología, y fieles a su sueño, sin traicionarlo, acudieron a las urnas hace 18 años para desportillar una vez más al sistema de partido de Estado, como lo hicieron hace seis años para ver salir al PRI de Los Pinos y como piensan hacerlo ahora para cerrarle el paso a la ultraderecha.
Resulta demasiado aventurado decir que con entre los jóvenes de hoy no habrá quien le suceda lo mismo que con aquellos jóvenes de ayer que traicionaron su propia historia y convertirse en los adultos de mañana que intercalen sus anécdotas en los zapatours con chistes sobre cómo “sus muchachos” en las policías ultrajan a mujeres que pacíficamente se manifestaban, digamos, por impedir la tala de cientos de árboles, mejores condiciones de trabajo, la construcción de una carretera o un aeropuerto en terrenos comunales, la instalación de una gasolinera cerca de algún pozo de agua, el comercio y trata de personas, sobre todo niñas y niños, etcétera.
Pero creo que es falso que a los jóvenes de hoy les “valga madres todo menos su rollo”; independientemente de que su rock, como quieren los fascistas que se visten de demócratas, no sea votar. Ricardo en su artículo parece quejarse, citando a Francisco Rebolledo, de que el debate presidencial del 6 de junio apenas alcanzara “la mitad del rating de las telenovelas” y, entre otros argumentos de similar índole, termina confesando que a él y a alguien más “esto nos hace temer que el día de la votación estos jóvenes se abstengan o anulen su voto”.
Por un lado, está la presunción de que el intercambio de acusaciones que hemos venido escuchando a lo largo de casi todo el sexenio con agudización de los últimos meses debe ser, por decreto, ya no digamos interesente (que no lo es) sino más importante que las telenovelas. Quizás lo sea, pero los primeros a los que no les parece así son los mismos candidatos, que no nada más desmerecieron un debate que no fue tal, sino todo el proceso electoral. Por otro, comparto la preocupación de Ricardo por la apatía política. La semana pasada en estas misma páginas escribía que la muerte de Alexis Benhumea había pasado desapercibida para los mismos medios de comunicación que luego de azuzar a las fuerzas policiacas que lo asesinaron dedicaron cientos de minutos y recursos humanos para cubrir el deceso del papá de Osvaldo Sánchez y las poco afortunadas declaraciones de Tiziano Ferro. Pero no comparto ese análisis que desliza la idea de que el abstencionismo es obra y gracia del desinterés de las y los jóvenes por la política porque, por principio de cuentas, la indiferencia que en ellas y ellos se pueda presentar no es para con la política; sino, en todo caso, para con un proceso electoral viciado desde sus orígenes.
Para muchos, y no sólo para Ricardo Amann, cuyo artículo provocaron estas reflexiones, el proceso electoral y la jornada que lo coronará el próximo 2 de julio parece ser el más alto estamento de la democracia en México, cuando todo, o casi, indica que no es así.
En un artículo anterior (Carta abierta a quienes votarán por AMLO y el PRD), donde hacía un llamado a las gentes buenas y honestas que acudirán a las urnas para regalarle a Fox en su cumpleaños la derrota electoral de su partido a no quedarse de brazos cruzados ante la represión en Texcoco y San Salvador Atenco los pasados 3 y 4 de mayo, dejaba ver que como adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona quizás anularía mi voto, lo dejaría en blanco como propone Saramago en su Ensayo sobre la lucidez o de plano me abstendría; porque no confío en ninguno de los candidatos ni en la candidata que esta vez buscan despachar desde Los Pinos o Palacio Nacional, según sea el caso.
Decía también que los que arriba se están “quieren dejarnos inmóviles por el terror […] que ustedes –los que han decidido votar- no salgan a las calles el próximo 2 de julio y continúen la historia que dejaron a medias hace seis años cuando decidieron sacar al PRI de Los Pinos [y que] nosotras y nosotros guardemos silencio para siempre, que no digamos que un México nuevo y mejor pasa necesariamente por su construcción desde abajo y a la izquierda”.
Como respuesta, en la página de internet del diario Tito Javier me comparaba con Poncio Pilatos, pues ir a las urnas y votar en blanco era como ofrecer un cheque en ídem que avalaba la posibilidad de un fraude electoral. C. Sánchez, mucho más camarada, invitaba a pensar a quién o a quiénes les estamos haciendo el juego, ¿piezas de cuál tablero somos?, ¿por qué decidir en un momento dado votar o no votar?, “¿quién me lo pide, bajo qué trayectoria y con cuales argumentos?”; para terminar convocando a activar la memoria nuestra, acudir a la historia, analizar la información, aprender a leer entre líneas, ser autocríticos, estratégicos y más humildes, pues un voto por quien sea va a ser decisivo ya que hay demasiado en juego.
Luego, en una suerte de debate privado, Octavio Rodríguez Araujo me decía que no suscribía mi texto porque parecía que yo no les daba valor a las ideas; y, luego de hacer un comentario irónico acerca de los jóvenes de hoy que, según el maestro Rodríguez Araujo, sólo participan políticamente porque los mantiene papi, sostuvo que eso que hacemos desde la Otra Campaña de “llamar a no votar pero tampoco a votar” es una tontería, porque el asunto es binario: 0 ó 1, como un apagador de luz: o prende o no prende; para despedirse diciendo que las ideas que están atrás de la Otra Campaña, si las cosas no cambian, es que gane Calderón. Y eso que se despidió con un “fraternalmente”.
Por el contrario, yo creo que un voto tachado salido de la mano de alguien que cree que su condición de elector se limita al día de la jornada electoral es más abstencionista que un voto en blanco; que, además, no avala fraude alguno, pues no hace el caldo gordo y sigue el juego de quienes arriba dispusieron por quién se podía y por quién no se podía votar. Y, aún así, no estoy llamando a no votar, porque quienes confían en la lucha electoral para cambiar las cosas tienen todo mi respeto porque, creo, no se quedarán de brazos cruzados si su candidato pierde o, mucho menos, si gana.
Nadie, decía a Sánchez, puede erigirse con la calidad moral suficiente para pedirle a alguien votar o no votar, por más trayectoria y mejores argumentos que tenga, y eso va lo mismo para quienes sostienen que no hay que acudir a las urnas porque todos son iguales, como para quienes callan o desprecian a las y los jóvenes que no quieran votar porque vean en las elecciones una burla más de tantas.
Por otra parte, no somos nosotros, jóvenes o no, quienes damos más valor a los números que a las ideas. Lo es un sistema político que hace posible que alguien como Vicente Fox sea presidente o alguien como Sergio Estrada Cajigal gobernador. De lo contrario, los candidatos no tendrían que entrarle a la guerra de números en las encuestas, sino a la presentación seria y convincente de sus ideas y propuestas (los que las tuvieran); no tendrían, tampoco, que hacerlas a un lado o guardarlas para poder negociar con cardenales cómplices de pederastas o con empresarios que no paran de enriquecerse gracias a los buenos oficios de quienes mandatados a velar por los intereses de los más lo hacen por los propios.
Por eso, creo, no llamar a votar como tampoco a no votar, como hacen muchos jóvenes de hoy desde la Otra Campaña, sino a reflexionar, discutir y organizar qué hacer si en el peor de los casos gana la ultraderecha, no es una tontería. El asunto no es binario. Votar o no votar no es el dilema, sino qué haces con tu voto o tu no voto.
Puedes votar y quedarte de brazos cruzados a esperar que pasen otros tres o seis años. Puedes votar y, además de quedarte de brazos cruzados, quejarte de lo que aquél por quien votaste no tenga la fuerza o la voluntad política de cumplir la palabra que empeñó y que tomaste para ir votar por él o ella. Puedes no votar, quedarte de brazos cruzados y no hacerlo otra y otra y otra vez, y seguir así mientras esperas a que ahora sí la selección mexicana anote el penalty de todos tan soñado. Puedes no votar, quedarte de brazos cruzados y hacer del deporte nacional de insultar al presidente en turno tu hobby favorito.
Pero puedes, también, votar o no votar, e independientemente de ello no quedarte de brazos cruzados y llamar a las otras y a los otros que como tú no creen en el “voto útil”, ni en el coco, ni en el petate del muerto, ni en las amenazas a veces no tan veladas de que si gana la ultraderecha será por tu culpa y la nación y el pueblo y diosito que está en el cielo te lo demandarán; e intentar construir algo mejor que los que sí votaron y te dijeron que te callaras si tú no lo hacías no construyen, porque hayan votado por quien hayan votado esperan de su mesías la solución o el castigo menos peor: “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”, dicen.
Y puedes, además, llamar a quienes sí votaron y entienden que la elección es sólo un instante en la vida política del país y, por ello, no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados; a quienes habiendo votado no te miran con desprecio ni con burla porque aunque te crean equivocado te miran como a otro que es su igual, pues comparten contigo el sueño de un país y un mundo donde quepan muchos mundos, nuevo y mejor; donde ser joven no tenga que significarse con un ayer, un hoy o un mañana, porque ya está significado por la rebeldía y la dignidad de todos los ayeres y mañanas heredados y por venir.
* Publicado en La Jornada Morelos.
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