Publicado en Reforma, Sección Cultura, el 6 de diciembre del 2007.
Pánico escénico
De encuentros y despedidas
por José Ramón Enríquez
Los encuentros, las coincidencias, los reencuentros, los cruces de caminos y las despedidas no sólo son inesperados (incluso, algunos furtivos), también son improbables. Por ejemplo, cae en mis manos, catorce años después de su primera edición en italiano, Océano mar de Alessandro Baricco, uno de mis narradores actuales favoritos. Y su lectura me permite escribir esta nota precisamente el 3 de diciembre, justo a los 150 años del nacimiento de Joseph Conrad. Baricco (nacido en 1958, casi un siglo después de aquél) rinde un homenaje a La locura de Almayer y permite mi propio homenaje para ambos.
Conrad, el viejo marino polaco que se vuelve inglés y que me ha hecho viajar al Corazón de las tinieblas, y Baricco, el joven y fino estilista, que me ha regalado Seda, entre otras muestras de orfebrería, hoy están fundidos en un encuentro improbable, que me prepara a despedir al año mirando al mar.
En otro cruce de caminos, un muy preciso director teatral, Miguel Angel Canto, me da a leer Cuatro cuartetos para un fin de semana, al tiempo que yo me carcajeo en el escarnio de Three one-act plays, de Woody Allen, editada por los ya imprescindibles Tusquets Editores como Adulterios. Dos tonalidades perfectas en sí mismas, distintas y distantes, que algo dinamitan en sus lectores.
Voy de una lectura a la otra: de las imposibles relaciones humanas (de eso que llamamos “amor”) entendidas como estructura musical, en Gao, a esas mismas relaciones (ese mismo “amor”) entendidas como farsa psicoanalítica, en Allen. En ambos, un obsesivo girar en torno de la noria, hasta el hastío.
En otro orden de coincidencias, dos despedidas: la muerte del coreógrafo francés Maurice Bejart, a los 80 años, y la del actor, director y dramaturgo español Fernando Fernán-Gómez, a los 86.
Capaz de danzar desde San Juan de la Cruz hasta Beethoven, Maurice Bejart fue uno de los grandes revolucionarios de la escena contemporánea, incluido el teatro. Con ocasión de su muerte, me hablaba conmovido un director yucateco, Paco Marín, quien fue testigo del paso de Bejart por México allá en el 68. Hace 40 años su pas de deux también marcó una generación.
Dos días antes que Bejart, el 21 de noviembre, fecha entrañable para mí, se fue un ser desgarbado y agridulce que me llenó de imágenes desde que la pantalla era solamente sueño en blanco y negro. Lo recuerdo desde el cine Lido (donde después estuvo el Bella Epoca y ahora la librería del Fondo de Cultura, en la Colonia Condesa de la Ciudad de México). Ahí me desternillé de risa con Los ladrones somos gente honrada, del Jardiel Poncela. Tal vez antes, lo vi en algún función para niños de un Balarrasa que, por alguna razón, recuerdo como Con las manos vacías., y que hoy me sonroja un poco traer a estas notas
Poco vi del cine de la posguerra española. Tal vez sólo La venganza de Don Mendo, basada en Muñoz Seca, cuya muerte nunca entendí, pues me parecía un ser bueno. Pero los estertores del franquismo y toda la transición española me parecerían imposibles sin la figura de Fernando Fernán-Gómez.
Aunque, para quien lo conozca, resulta inútil consignar algo de su filmografía y de su teatro, vale la pena hacerlo para las generaciones que no lo tienen fresco, aunque seguramente lo han visto, por ejemplo en la cinta premiada con el Oscar Belle époque. Fernán-Gómez, desde las primeras películas citadas hasta su muerte, protagonizó, entre muchísimas otras: El espíritu de la colmena de Víctor Erice, Ana y los lobos y Mamá cumple cien años, de Carlos Saura. Así como dirigió y protagonizó la versión de su premiada obra teatral Las bicicletas son para el verano y Mambrú se fue a la guerra. En el teatro, desde Un enemigo del pueblo de Ibsen, pasando por Calderón, Shakespeare, Chejov o Brecht, encabezó un gran número de obras hasta dedicarse últimamente a la picaresca española, tanto en el montaje como en la adaptación.
De muchas maneras Fernando Fernán-Gómez no sólo se encuentra y coincide ideológicamente con los pícaros, sino que todo él significa un triunfo más de Lázaro de Tormes.
panicoes@hotmail. com
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