Sebastián Liera.
Una comida, abrazos; el color amarillo pondera las emociones, las icteriza. Lejos están esos hombres y esas mujeres del rojo que sale de sus bocas pero no alcanza a imprimir su corazón; ni hace falta.
Son tiempos de definiciones, dicen; “no creo en el zigzagueo” declara el comensal más importante, aquél con el que los allí presentes quieren platicar, al que desean saludar, del que no se perderán la oportunidad de salir con él en la foto.
No son cualquiera, les ha tocado estar y ejercer el poder; ahora mismo incluso lo continúan haciendo. La cerúlea política que les caracteriza viste a gobernadores como Zeferino Torreblanca en Guerrero, Lázaro Cárdenas en Michoacán, Amalia García en Zacatecas, Narciso Agúndez en Baja California Sur y Juan Sabines en Chiapas, lo mismo que a los jefes de gobierno y una que otra jefa que han pululado por la ciudad de México desde hace justo diez años. Finísimas personas.
En Baja California Sur, Agúndez Montaño (como nos recuerda Enrique Pineda, de quien hemos tomado buena parte de la información que aquí vertimos) es un ferviente promotor de la instalación de casinos, lo que no le ha permitido ocuparse de investigar y deslindar responsabilidades por el ecocidio provocado tras la venta de la isla El Mogote a favor del empresario Luis Raymundo Cano Hernández a razón de 12.5 pesos el metro cuadrado, cuando un tal Leonel Cota Montaño, actual dirigente nacional del ambarino partido de comensales que nos tiene aquí hablando de ellos y de quien se dice es su primo, aunque lo niega, era gobernador del estado.
En la ciudad de México la represión ha sido rasgo también significativo de la década de gobiernos perredistas en la capital del país, desde la golpiza a huelgistas de
En Guerrero, Torreblanca Galindo apenas tomó posesión ratificó a cuatro secretarios de la anterior administración y declaró que a la historia represiva de centenares de desapariciones, detenciones y asesinatos políticos de gobiernos estatales anteriores había que darle carpetazo; se ha convertido en el principal impulsor (como hiciera con el Club de Golf en Tepoztlán el militar priísta, y hoy socio de
En Michoacán, el gobierno de Cárdenas Batel se suma a un operativo de más de 2 mil policías encabezado por el gobierno federal panista para reprimir a trabajadores mineros de
En Zacatecas, el gobierno de García Medina exporta braceros en lugar de frijol al tiempo que protege los negocios chuecos de su sucesor, Ricardo Monreal: el también excoordinador regional de
Pero el que se lleva las palmas, lo que sea de cada quien, es el gobernador perredista de Chiapas, de cuyo gobierno ni el mismo partido que lo llevó a la gubernatura parece sentirse muy orgulloso ya que ni siquiera figura en las vínculos a gobiernos biliosos en su página güeb. ¿Podía esperarse otra cosa de quien siendo alcalde priísta de Tuxtla Gutiérrez renunció para ser diputado tricolor en 2004, cargo que tampoco concluyó al ser invitado por el PRD para ser su candidato a la gubernatura del estado que viera nacer a Rosario Castellanos?
Sabines no puede hacer sino lo que su propia historia le dicta: su padre, Juan Sabines Gutiérrez, fue gobernador de Chiapas cuando el general Absalón Castellanos Domínguez era comandante de la 31 Zona Militar y juntos ordenaron la matanza de Wolonchan el 30 de mayo de 1980, tan tristemente célebre por aquellos años pero tan olvidada como quieren que quede la de Acteal. Así que no es de extrañar que al tomar posesión del cargo de jefe del poder Ejecutivo estatal llamara al paramilitar Rafael Ceballos para coordinar el Convenio de Confianza Agropecuaria y ahora esté nombrando como subsecretario de Comercialización de la secretaría estatal de Agricultura al ganadero Jorge Constantino Kánter.
Y es que Kánter Lobato, como el mismo Sabines Guerrero, son hombres del otrora también tristemente famoso Roberto Albores Guillén, quien siendo gobernador de Chiapas hizo todo lo que estuvo en sus manos para que corriera el financiamiento a los grupos paralimitares priístas que amenazaron y amenazan a las comunidades autónomas zapatistas, montó simulacros de deserciones de supuestos insurgentes y asumió como propias todas y cada una de las estrategias de guerra de baja intensidad que el segundo sexenio salinista, el de Zedillo, implementó en el estado.
“No creo en el zigzagueo”, dice el comensal invitado, su nombre figuró en las boletas electorales el pasado 2 de julio de 2006 al lado de los logos de los tres partidos que antes formaron
En Monosapiens, sección de monos de la revista Proceso, los caricaturistas Hernández y Helguera se pitorrean del subcomandante Marcos por ser, como Krauze, dicen, “antipeje”; mientras tanto, El Peje teje alianzas no con quienes los pueblos indígenas tienen diferencias programáticas y pequeños desencuentros ideológicos, sino con quienes los persiguen, hostigan, desalojan, arrumban en prostíbulos, amenazan, golpean, incendian sus casas y les han asesinado a sus familiares y amigos. “Ni moderados ni modositos”, dice López Obrador; ahora sabemos a qué se refiere.
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