Sebastián Liera.
Para descanso de los dueños de las cadenas Cinépolis y Cinemex, así como de los centenares de trabajadoras y trabajadores cuyos destinos laborales dependen de las decisiones que dichos sujetos tomen o dejen de tomar en connivencia con los representantes de las distribuidoras cinematográficas que controlan la exhibición fílmica de este país, la película Fraude: México
Cuando escribo estas líneas (19 de diciembre de 2007), entre Cinépolis y Cinemex juntas están exhibiendo el documental dirigido por Luis Mandoki nada más en siete salas, seis de ellas (de las cuales sólo una es de Cinépolis) en la capital del país y otra más, también de Cinépolis, en la ciudad de Aguascalientes. Pensando en ello es que cierta colaboración que escribiera este humilde tecleador hace unas semanas, cuando el filme se estrenó, fue reenviada para su publicación en el diario donde suelen darle un lugar a mi palabra:
Y ésta vez tampoco.
¿Será porque, aunque reconozco que Fraude: México 2006 se trata de un filme inteligente y emotivo a todas luces, “la película de millones de mexicanos…” es, en parte, un fraude en sí misma ya que su realizador siempre aseguró que no sería una cinta de culto a la personalidad de López Obrador y no sólo no cumplió sino que hasta se atrevió a compararlo con Salvador Allende? ¿Será acaso porque escribí que el llamado presidente legítimo se considera un hombre que estima su honestidad como lo más importante de sí mismo y en cambio continúa guardando un silencio criminal ante la complicidad de su partido y su propia dizque presidencia legítima para con la estrategia guerrerista que Felipe Calderón Huertajosa junto con el PRI pone en marcha contra los municipios autónomos zapatistas?
No lo creo, no es la primera vez que sostengo y presento pruebas de que el lopezobradorismo y la autonombrada izquierda partidista son quienes han hecho eso mismo que acusan, por ejemplo, en La otra campaña: jugar el juego que juega la derecha antes, durante y después del proceso electoral de 2006, sumando en sus filas a priístas y panistas de la más podrida ralea, tejiendo alianzas con lo peor de
Fraude: México 2006 fue, como todos (o casi) nos enteramos, una producción que desde un principio tuvo que sortear diversas prácticas de censura para poder decir su palabra, su sentir y su pensar acerca de lo que ocurrió en torno a la elección federal para presidente de
Pero ¿qué sucede cuando quienes señalan la censura contra algo o alguien, como en este caso, terminan haciendo lo mismo que es el motivo de su queja? Quienes pusieron el grito en el cielo y rasgaron sus vestiduras en nombre de la libertad de expresión ¿elevarán igualmente su indignación si una voz apenas, a penas, sonora ha pretendido ser apagada porque no canta loas al producto censurado? O, por el contrario, dado que se ha vuelto práctica común de sus líderes, ¿guardarán silencio, al fin que no hay que gastar la voz en gritos que servirán mejor luego cuando “el compañero jefe de gobierno del D.F.” preste el zócalo que ha privatizado?
Las preguntas anteriores en realidad son sólo retórica. Supongo ya las respuestas en el mutismo cómplice de quienes todos los días leen las canalladas e incongruencias de los partidos políticos que a través del supuesto Frente Amplio Progresista conforman la dirección de
En México la democracia es hoy más que nunca sinónimo de censura, venga ésta de “arriba” o de “abajo”, y la dignidad es un algo que molesta, que no gusta, que incomoda; algo así como una piedra en el zapato de quienes marchan, hacen plantones y llenan plazas para salir en la foto o por lo menos poder decir “yo estuve allí”. Una piedra en el zapato de quienes dicen que resisten mientras aplauden que sus mandos políticos aprueben reformas constitucionales vejatorias o se paseen en Turibus con represores y asesinos sobre algún distribuidor vial en la ciudad más grande y poblada del mundo.
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