18 de diciembre de 2007

Tiempo somos

José Martínez Cruz

La posada de los pueblos en defensa del aire, la tierra y el agua, llevada a cabo en el zócalo de Cuernavaca el domingo 16 de diciembre, fue nutriéndose poco a poco. En un zócalo dominado por un inmenso árbol impuesto por la coca-cola y retomado por el gobierno del estado con regalos demagógicos. ¿Quién tuvo la genial idea de dar el regalo de "empleo" en un paquete tan vacío y hueco de contenido? y ¿"seguridad"? y ¿"libertad"? La gente pasa y se toma fotos frente al árbol. Qué más. La ilusión, antes, viajaba en tranvía. Hasta ahí llegaron los 13 pueblos y unos más, desde Xoxocotla, Tlaltizapán, hasta Santa Catarina y Pueblo Viejo. Cargaron con piñatas y fruta, dulces y cacahuates para entregarlos a los niños y niñas. Y se arremolinaron frente al asta de la bandera. Ahí se improvisó una tribuna y se leyó, por Miguel Angel, el Manifiesto de los Pueblos en defensa de la tierra, el agua y el aire, destacando la lucha en defensa del manantial Chihuahuita, El Texcal, Lomas de Mejía. Ahí llegaron los hermanos Cerezo muy temprano con un manifiesto por la amnistía.

Se habló de los 19 años de la desaparición de José Ramón García Gómez y la exigencia de la presentación de todos los desaparecidos políticos que impulsa el Frente Nacional Contra la Represión (FNCR). Estaba presidiendo el acto un cuadro de Acteal, a 10 años de la masacre indígena en Chiapas. Y se rompieron las piñatas llevadas por Adela. El ponche de Citlalxochitl y Juliana se disfrutó alegremente. La gente preguntaba: ¿venden ponche? No, lo compartimos, era la respuesta. Ahí recuperamos el sentido comunal y comunitario, de profundo contenido social, de las posadas que nos reúnen para hablar de lo que somos, de lo que sentimos, de la fraternidad profunda que recorre el alma del pueblo.

Como sol Cuba

Y la fiesta se hizo internacionalista. El motivo fue el primer aniversario del Comité de Solidaridad con Cuba que funciona en La Comuna todos los viernes desde diciembre de 2006. Buen motivo para reunirnos y celebrar con ponche y con casi mojitos, porque faltó la hierbabuena. Pero abundó el entusiasmo y la palabra se paseó en francés con un sindicalista de París, en alemán con un investigador invitado a las aulas universitarias, con una italiana mochila al hombro altermundista, con una brasileña y una gitana venida de las estepas rusas, con un inglés ecologista orgulloso padre de mexicanita, y con un mosaico de migrantes internos de este país enormemente solidario con una revolución cubana que ha significado un horizonte desde los años sesenta.

La fiesta

El orgullo gay se pasea por Jojutla. No siempre ha sido así en Morelos. Apenas semanas atrás el cuerpo de un travesti fue encontrado asesinado. Sólo por su preferencia sexual. El odio adquiere tintes criminales cuando la intolerancia se transforma en homofobia. Pero esta noche están los sentidos al aire. Y se capta la energía largamente contenida. En un mundo donde la diferencia se agudiza cuando solo debería servir de referencia para reconocerse mutuamente en el plano de la igualdad. Difícil, pero toda lucha siempre lo ha sido. Y no hay lucha perdida más que la que se abandona. Y por lo que se ve aquí, creciendo la conciencia lésbica-gay-bisexual-transgénero, no hay marcha atrás.

La Brasilera.

No está en el sur profundo del continente, aunque su nombre así lo indique. Está en tierra pródiga del sur de Morelos, en esas lomas de Tehuixtla que permiten otear el horizonte en días de calor sofocante y largas jornadas de trabajo para los migrantes de un poco más al sur, allá por Tlapa y las comunidades indígenas nahuas guerrerenses. Hacen producir la tierra con sus manos. No son más dueños que del sudor que perla su frente. Los trasladan desde muy temprano en vehículos de carga para producir hortalizas para el mercado nacional y algunas, como la okra, para el mercado norteamericano. Se quedan las niñas y los niños en las galeras. Kualli tonalli, los saludamos al llegar y sus ojitos sonrien. Se divierten mojándose y corriendo libremente por entre las barracas, ahora con algunas mejoras, atendidas por mujeres que los cuidan, cuando pueden, porque no se dan abasto con niñas y niños que no van a la escuela. Ayer uno se rompió accidentalmente una pierna, y lloraba cuando a su pantalón nuevo le metieron tijera para curarlo en el hospital Meana San Román de Jojutla. "Nunca tener un pantalón nuevo y que me lo desgarren", lloraba al oído de la trabajadora social.

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