Día 4. A las hermanas mayores, con cariño.
Si alguien nos salva son ellas, nuestras hermanas mayores que hacen cualquier cosa por nosotras, convertirse en nuestra voz, estudiar las leyes para defendernos, aunque sean fotógrafas y de vez en cuando también un poquito abogadas.
Las noches se van juntando con el día, los teclados no paran, nuestras abogadas Ana y Say trabajan de noche y de día. Ellas defienden a nuestra hermana en el juzgado, nosotras en las calles.
Primera parada: CU
Escuchamos su silencio y ante ello respondimos. Con poco tiempo para maniobrar, convocamos a llevar nuestras exigencias a su puerta, una vez más.
–Ella trae un pañuelo verde, seguro viene a la acción.
–¡Hola! ¿Vienes a lo de Lesvy?
–¡Sí!
Caminamos juntas, nos reunimos en círculo para esperar la llegada de más compañeras, otro pañuelo verde, –¡Es acá!. Llegan. Somos pocas pero llevamos la determinación y la fuerza de todas, de Lesvy, de Ara, de nuestras abogadas, de todas nuestras compañeras. Allá vamos. Esperamos cerca de la puerta de emergencia de Rectoría, la principal está cerrada por reparación, o bien por la rabia a un año del ataque porril del 5 de septiembre. Esperamos. Personal de vigilancia UNAM aparece como satélite de nuestro pequeño círculo, permanecen expectantes. Reporteras y reporteros, a la espera.
Vamos. Nos ponemos de pie y caminamos hacia su puerta, gris, de acero, inquebrantable. Se acercan los medios. Sale un hombre con traje. Recibe nuestra carta, una carta que les exige cumplir cabalmente con su obligación de colaborar con el pleno esclarecimiento de los hechos ocurridos aquel 3 de mayo de 2017. Sube al noveno piso a entregar la carta dirigida a la abogada general de la Universidad y al pueblo de México. Esperamos entre risas y conversaciones sobre lo que soñamos ver aparecer algún día en esa casa de estudios. Mientras, la puerta se sella, de pronto se asoma un hombre para ver si todo sigue en orden ahí afuera. Las personas que van a Rectoría tienen que hacer fila y esperar a que les permitan el paso de tres en tres. –Nos tienen miedo, decimos entre risas.
Regresa el hombre de traje, ¡Lesvy no ha muerto, Lesvy somos todas!, nos entrega el acuse de recibido dentro del folder rosa que intervenimos con stickers, pues no llevábamos brillantina. La prensa se entera, se acercan, nos rodean, nos preguntan ¿qué buscamos? Nuestra compañera Dian que hoy lleva la voz de todas les explica, da la cara, se para firme. “Estamos exigiendo conforme a diferentes leyes de derechos humanos nacionales e internacionales, que no haya omisión durante el juicio por parte de los funcionarios de la UNAM, es muy importante que hagan su trabajo. Deberían cumplir con su deber ético como lo dicta el estatuto, cosa que no están haciendo. En ningún momento ha sido suficiente el actuar de la universidad. Esperamos que exista una respuesta pública por parte de las autoridades, y si no existiera, sabemos que el silencio dice mucho. Vamos a seguir exigiendo justicia para nuestra compañera Lesvy”.
Nos damos la vuelta, nos miramos y nos colocamos en círculo para corear juntas una última consigna: Van a volver, las balas que disparaste van a volver, la sangre que derramaste la pagarás, las mujeres que asesinaste no morirán, ¡no morirán!
Todas nos agradecemos, por estar ahí, por acompañarnos. A las del pañuelo verde: ¡gracias!
***
Día a día somos más colectivas en la sala, el aire acondicionado se enciende, las risas de complicidad también. Inicia la sesión, parece que vamos viajando a alguna parte, en un avión. El policía nos da las instrucciones de vuelo, cerrar la boca, no gesticular, no chicle, y un par de “nos” que con amabilidad policial terminan la instrucción.
El osito de Lesvy precide la sesión. Por la puerta entra la defensa, comienza el desfile de documentos que se apilan en la mesa, botes con lápices y una cajita de kleenex, por si apareciera alguna emoción. El acusado se esmera en colocar una pila de papeles a su lado, el equipo vestido de negro, que antes fue gris y antes azul, se dispone a la defensa de lo indefendible.
Los diez testigos se ponen de pie y salen de la sala. Maricarmen, la amiga de Lesvy es llamada a darnos su testimonio. Nos cuenta que conoció a Ber, como cariñosamente le llama, cuando ella tenía quince años, hasta que un día recibió una llamada: “¿dónde está Ber?” Es la llamada que cambia para siempre la vida de las madres y de las hermanas. Buscó por todas partes, ella buscó con sus amigas de la estudiantina, con los abuelitos de Ber, “ya no pude dormir, y a medio día me entero por las filtraciones a la prensa”.
“Yo le pedí que se cuidara, para mí era una hermana, yo era una hermana mayor”. Nos cuenta que Ber se perdió de ellas, ya no tenía teléfono celular ni su tablet y el contacto cada vez fue más lejano. Entonces la defensa pide que se apague el aire acondicionado, dicen no escuchar el testimonio de una de nuestras hermanas. El juez atiende la petición, hay varios minutos de silencio tras la interrupción, nuestra hermana resiste, erguida, mientras sus lágrimas se nos caen a todas por el rostro, entonces el trío-del-mal aprovecha la sucia jugada, hablan entre ellos, ganan tiempo cobardemente, ¡hermana resiste, estamos aquí!
“Ella estudiaba varios idiomas, era mi maestra de inglés. Le gustaba la mandolina, el ukulele”, continúa con el noble y verdadero acto político que se cumple cuando una compañera nos regala su testimonio. De pronto se apaga el aire acondicionado, las constantes interrupciones de la defensa irrumpen con nervio desesperado: “objeción, impertinente, ambigua, sugestiva” o la que les dé la gana. Pero ella amorosamente prosigue, “siempre fue solidaria y conciliadora como su mamá. Yo creo que Ber nació, creció y murió dentro del grupo de la Estudiantina de la UNAM, salían los fines de semana a ver a la Orquesta Filarmónica de la UNAM con su mamá, que es con quien más contacto tenían.”
Lesvy era una mujer alegre, amaba la vida. La última vez que su hermana mayor la vio le pidió que se cuidara, vio un vacío en ella, vio moretones en sus brazos. “Cualquier cosa, aquí estoy”, le dijo mientras se abrazaron por última vez.
El interrogatorio ha terminado, ella sale erguida con paso firme de la sala, mientras nosotras nos quedamos pensando: ¡grande, qué grande eres querida hermana!
Una vez más, ante el testigo que representa a la máxima casa de estudios, vuelve la defensa tras lo insostenible, pregunta sobre la constancia de calificaciones de Lesvy, –la asesoría jurídica argumenta que se truncó su proyecto de vida, ¿no? Vocifera el abogado ante el juez, insistente, desesperado. Pero Say interviene y el juez se toma un momento para reflexionar sobre la pertinencia de la pregunta. ¡No ha lugar!
¿Acaso tener un seis en la papeleta nos hacer ser menos merecedoras de sueños y proyectos? Como si las calificaciones validaran nuestro legítimo derecho a vivir, como si determinarán lo que somos y lo que queremos ser. A Lesvy le arrebataron esa posibilidad, por eso ¡no ha lugar!
Mientras tanto, afuera esto parece un sueño, esto debe de ser un sueño. Seguimos tejiendo el rostro de Lesvy en nuestra casita-campamento que hemos instalado en la acera, y un desfile de policía no cesa, parece un sueño pero no lo es, ¿qué hacemos aquí?, ¿cómo fue que llegamos aquí?
Nosotras estamos aquí dignificando la vida, nuestra vida y la de las mujeres que tejemos y vivimos en medio de la guerra. Reconstruimos el tiempo dañado por el odio, proyectamos amplios espacios de esperanza, en una palabra, hacemos política desde la memoria. En corto, aquí estamos por nuestras hermanas.
Entonces nuestras amigas salen del juzgado, las esperamos, esperamos noticias de dentro, y la policía dale que dale, pase que pase. De pronto nos percatamos, ¡un muerto dentro del penal, un intento de motín, el cártel, la policía, la maldita guerra!
Pero nosotras estamos dentro de la casita-campamento, comiendo, tejiendo, riendo. Salimos un momentito de la casita a la zona de guerra para mirar el convoy de tanquetas negras que pasan frente a los rostros de las compañeras que nos han sido cruelmente arrebatadas, enseguida volvemos a la casita-campamento, ha llegado el mejor momento de la comida, el postre. Alesita y su mamá nos ha cocinado una deliciosa receta de nuestra querida Ber.
Se las dejamos apuntada por acá, mientras tanto nos vemos el martes cuando reanudan las audiencias o antes si nos reconocemos por la calle.
Receta de los platanitos de Ber
Tienen que cortar los platanitos machos a la mitad y los cubren con agua, los ponen a hervir, ya que están aguaditos los ponen en otro traste, esperan a que se enfríe tantito y los machucan, después les ponen harina y si quieren un poquito de pan molido para que no se peguen las manos.
Luego haces como quesadillita, como si el plátano fuera una masita, la aplastas y en medio le pones el queso philadelphia –Ara dice que también hay que ponerle espinaca, pero eso no lo sabía, así que sólo le puse queso–, luego los fríes en aceite caliente y los pones mucho amor, te duermes muy noche y ¡listo!
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