América latina, tierra indómita y
rebelde, heredera de siglos de luchas y resistencias, en donde la magia
invade el realismo, lugar en donde estamos pasando por una situación
crítica en términos ecológicos, humanitarios y sociales. Hoy asistimos a
un punto de inflexión, en donde las amenazas sobre nuestros cuerpos y
territorios son cada vez más concretas, es por eso que la indecisión y
las medias tintas deben ser combatidas con posiciones y propuestas. Es
nuestro deber histórico, como anarquistas, el generar espacios de debate
y crítica, en donde prefiguremos los días de lucha que se nos avecinan.
A su vez, se hace necesario plantear nuevas categorías de análisis para
así apuntar de manera mucho más certera a quienes hoy nos someten.
Durante las últimas décadas, nuestros
territorios han servido de espacio para las luchas geopolíticas de los
imperialismos; China, Estados Unidos, Rusia, Turquía, entre otros,
trazan sus intereses sobres los espacios que habitamos, debido a esto,
es necesario romper con el análisis añejo en clave de guerra fría, en
donde los intereses de EEUU se desplegaban sobre el continente sin
ningún contrapeso. Hoy son muchos los actores en esta lucha geopolítica.
No podemos caer en la miopía y dirigir todas nuestras críticas solo a
EEUU, que claro está, hoy en esa lucha geopolítica trata de asegurar
esta área como su «patio trasero» que siempre pretendió que fuera, pero
pese a que tiene altos niveles de responsabilidad en la miseria en
vastos territorios, no son los únicos que llevan adelante una política
imperial.
Nos encontramos ante un fuerte avance
de la derecha y extrema derecha a lo largo y ancho de América Latina.
Fenómeno de escala mundial, ya que diversos partidos de estas
orientaciones vienen creciendo electoralmente en Europa desde hace ya
tres décadas, en países del ex bloque del Este ha renacido con inusitado
vigor, y en el resto del continente diversas expresiones de este signo
ganan espacio. En EEUU, Donald Trump es una muestra del mismo fenómeno,
con la particularidad que tiene ello efectos en su política imperial
para el área latinoamericana y el mundo.
Ya bajo el gobierno de Obama, EEUU
apoyó y organizó el golpe de Estado en Honduras en 2009, iniciando este
giro paulatino a un mayor control sobre lo que ellos llaman su «patio
trasero». Este golpe tuvo su continuidad en el golpe en Paraguay en 2012
y el «golpe blando» en Brasil en 2016. Este ambiente facilitó el
ascenso electoral en Argentina de Macri en 2015 y de Duque en Colombia
en 2017. En el único país donde avanzó el «progresismo» fue en México, y
ello es muy relativo.
La derecha ha organizado su «retorno»
al frente de los gobiernos. En cada país han desarrollado campaña
fuerte contra los «progresismos», han hecho eje en la corrupción -en la
cual están metidos todos los sectores políticos como ha quedado claro en
Brasil con el Lava Jato-, pero además se han organizado a nivel
latinoamericano, siempre contando con el apoyo imperial.
Estos gobiernos -Macri y Bolsonaro-
han sumado apoyos al Grupo de Lima, a ese conjunto de gobiernos
recalcitrantes que vociferan «democracia» hacia afuera pero aplican
políticas antipopulares y represivas puertas adentro. Y particularmente
en el caso de Bolsonaro ya hablando directamente contra la democracia
burguesa, instalando la idea de gobiernos de corte dictatorial
directamente. Es este grupo de países el que ha servido de cobertura
latinoamericana a los intentos golpistas de la derecha venezolana
apoyada por EEUU. Manejan abiertamente la posibilidad de una invasión
norteamericana sin tapujos, como en vieja época, recurriendo los
mecanismos de la OEA y el TIAR.
Este giro continental a la derecha no
es menor. El sistema capitalista, luego de una feroz aplicación del
neoliberalismo, permitió ante embates populares ciertos «cambios»,
algunas mejoras, cierto «afloje» para perfeccionar la dominación y el
saqueo constante a los de abajo. En el período llamado «progresista»
hubo ciertas políticas sociales de contención de la pobreza, de distinto
grado según cada país. Tenían como común denominador permitir cierta
mejoría en la vida de los sectores más pobres de la sociedad, pero
gestionando la pobreza, no se generaron políticas de trabajo real, se
dejó a los pobres en el lugar del asistencialismo, o a lo sumo, de mano
de obra tercerizada y precaria, donde es el propio Estado el que
terceriza tareas, enriqueciendo empresas u Ong’s y generando una clase
trabajadora mucho más precaria y sin derechos, amputada en sus
instituciones y procesos de lucha.
El Extractivismo, tanto de los
gobiernos progresistas de diverso signo como de los liberales, como
régimen y dinámica neocolonial imperante en toda América Latina, sólo ha
profundizado el intercambio desigual entre territorios y la división
internacional del trabajo como expresiones históricas de la lucha de
clases, intensificando la explotación de grandes volúmenes de naturaleza
(commodities) hacia la exportación. Los reacomodos geopolíticos, han
trazado nuevas estrategias para aumentar la circulación de mercancías
hacia los centros industriales, abriendo rutas en lugares nunca antes
pensados, como lo es la serie de proyectos de IIRSA-COSIPLAN; nuevos
diseños de tratados de libre comercio como el TPP-11 (que incluye a
México, Perú y Chile como países latinoamericanos); disputando los
últimos bienes naturales-comunitarios del planeta. Sus consecuencias,
han traído cuestiones inherentes a esta dinámica de explotación de la
naturaleza, abriendo importantes procesos de desterritorialización a
través de migraciones locales y globales; la pérdida de biodiversidad;
el aumento de la violencia contra los cuerpos feminizados y racializados
(mujeres y otras sexualidades -no binarias y trans-), incluyendo el
sicariato, y finalmente los casos de corrupción que hemos visto con el
Caso Odebrecht, que involucra una red entre distintos Estados.
Cabe mencionar, que la hegemonía de
los progresismos en la década de los 2000, intensificó el saqueo y
expoliación de nuestros territorios, ya que sus programas «con énfasis
social» se basaba en la extracción de bienes naturales y su venta hacia
los países industrializados, en este sentido los gobiernos progresistas
redistribuyeron migajas de una época de bonanza, de crecimiento del
precio internacional de los commodities. Gestaron algunas mejoras
salariales y políticas sociales, pero no se tocó lo fundamental del
sistema. Estas políticas tenían como común denominador elevar las
condiciones de vida de los sectores más pobres de la sociedad, que
jugaba simultáneamente como elemento de contención social, a la vez que
se construyeron aparatajes estatales plagados de una casta política
acomodada y parasitaria, y sin cuestionar la renta de la tierra y el
extractivismo como pilares económicos del mal llamado «Progreso».
Al mismo tiempo, las clases
dominantes latinoamericanas multiplicaron sus ganancias y la brecha
entre ricos y pobres aumentó. Pero los ricos, no querían perder el
control administrativo del Estado. Es su Estado, parte de su poder de
clase radica allí y se condensa en sus instituciones. No estaban
dispuestos a permitir que por mucho tiempo unos «advenedizos» les
quitaran el control del mismo. Unos años podían soportar, mientas
arreglaban la casa luego del saqueo de los ’90. Pero ya se estaban
impacientando.
¿Ello significa que los gobiernos
«progresistas» son la salida necesaria y que son la antítesis de la
derecha? NO. En primer lugar, además de permitir un enriquecimiento
histórico de la burguesías locales y multinacional, los gobiernos
progresistas redistribuyeron pocos recursos en un momento de crecimiento
del precio internacional de las materias primas. Terminado ese «boom»
volvieron las dificultades económicas y la crisis. Pero no utilizaron
ese «período de bonanza» para invertir en generación de trabajo a nivel
industrial, tampoco se desarrolló ninguna Reforma Agraria ni
transformación radical de los servicios a la población, etc. Los
gobiernos progresistas permitieron un desembarco de proyectos de
extracción de bienes naturales en el continente a gran escala: grandes
proyectos mineros, petroleros, de plantaciones de soja y forestales,
hidroeléctricas… todo en beneficio del capital multinacional,
especialmente chino en el último tiempo. Todo ello en el marco del Plan
IIRSA, plan de saqueo diseñado desde EEUU. Las líneas generales del
sistema no se modificaron, simplemente se adecuaron a la nueva etapa,
que ahora contando con cierto consenso popular, era más fácil de
implementar a fondo la política de saqueo.
La redistribución de la riqueza fue
escueta. Pero como decíamos, no se tocó lo fundamental del sistema: la
propiedad privada, ni la redistribución de la riqueza ni las relaciones
de poder. Así y todo, la burguesía y los sectores más conservadores, no
estaban dispuestos a tolerar más a Lula, los Kirchner o quien sea que no
venga de su riñón. Un claro odio de clase recorre el continente y
destila su veneno sobre los pueblos.
Pero también en este período se han
producido dos procesos que tienen sus peculiaridades en este marco: el
venezolano y el boliviano. En Venezuela, impulsadas en su momento por
Chávez, se han desarrollado múltiples «comunas», que según dicen algunas
notas de prensa, tienen hoy en día un volumen nada desdeñable de pueblo
involucrado y cierto desarrollo en actividades económicas, culturales y
sociales, sin vinculación alguna con el Estado. Se ha dado una ruptura
allí comparando con el período anterior, donde incluso los militares,
burócratas y bolirricos querían controlar este proceso y tomar a manos
llenas el dinero que se había invertido en esta experiencia.
En Bolivia, un «Estado plurinacional»
a medias pero donde cuenta con influencia el movimiento indígena y
campesino, ese mismo que protagonizó en 2000 y 2003 las insurrecciones
de la «guerra del gas» y «la guerra del agua», tirando abajo gobiernos y
poniendo freno al neoliberalismo. Es esa movilización la que imprime un
carácter diferente a los procesos históricos que viven los pueblos.
Recordemos que en el período anterior, el continente estuvo sacudido por
amplias movilizaciones populares que hicieron caer a más de un
gobierno.
Merecería un especial capítulo la
situación de Colombia, donde luego de firmados los «acuerdos de paz» han
sido asesinados más de 570 militantes sociales. Un sector de las FARC
ha vuelto a la lucha armada, lo cual demuestra que no hay garantías ni
posibilidad de pacificación en el país. Los paramilitares, grupos de
narcotraficantes y el Ejército continúan articulados incrementando la
violencia hacia los de abajo. Colombia vive en guerra constante; sin
embargo, los medios muestran a su gobierno como «democrático», siendo el
país latinoamericano que más apoyo militar recibe de EEUU, y que es
vital para sus intereses. Incluso en la posibilidad de una escalada o
conflicto en la frontera con Venezuela.
En los últimos años el movimiento
popular colombiano ha venido protagonizando importantes luchas,
especialmente las organizaciones campesinas e indígenas, donde los
procesos de tomas y recuperación de tierras han sido más que relevantes
junto a los paros agrarios.
Hoy la derecha arremete con todo
directamente contra la vida. Prueba de ello, son los incendios en la
Amazonia, donde gobiernos como el de Bolsonaro dan «carta blanca» para
depredar la naturaleza y promover el genocidio indígena en beneficio del
gran capital agrario. Es una expresión de un proto-fascismo agresivo en
grado extremo, que no repara en medios para ampliar el despliegue del
sistema capitalista. Es el neoliberalismo impuesto con total agresividad
y aplicando la máxima del imperio Británico ,»cagándose en todas las
consecuencias».
Un ajuste de tuercas fuerte
La burguesía latinoamericana necesita
retomar el timón del gobierno en todo el continente. Lo necesita para
imponer un ajuste mayor, un ajuste duro como el que ha impuesto Macri
desde 2015. Pero pensemos que esa derecha ya contaba con fuertes bases
de apoyo: en Perú no han perdido el gobierno en ningún momento,
incluyendo todos los escándalos de corrupción posibles; en Colombia la
ultra derecha controla el gobierno con Iván Duque (gobierna el uribismo)
y en Chile la ya disuelta «Concertación» ha gobernado bajo la lógica
pinochetista y neoliberal. Plataforma de lanzamiento nada desdeñable.
Muchos de los giros vinieron desde el
propio progresismo o sus aliados. Lenin Moreno en Ecuador era el
sucesor de Rafael Correa y dio un giro importante a nivel político tanto
interno como en la región. Michel Temer dio un «golpe blando»
parlamentario siendo el Vicepresidente del gobierno de Dilma Roussef.
En Uruguay diversos referentes del
Frente Amplio se desmarcan ahora de Venezuela y califican al gobierno de
ese país de «dictadura», en sintonía con el Grupo de Lima y con la OEA.
Algunos de ellos como José Mujica, que hasta ayer recibía dinero a
manos llenas de Venezuela, hoy se muestra como lo que es: un oportunista
que cambia de posición según como venga el viento. Ahora Venezuela no
envía más dinero debido al bloqueo económico y la crisis que vive el
país, generada y profundizada entre otros organismos por la OEA, cuyo
Secretario General Luis Almagro, fue colocado allí con gran ayuda del
propio Mujica. Se puede decir que entre los «progresismos» se encuentran
personajes de toda laya, dignos de una crónica de las mayores infamias
de la humanidad.
En Uruguay hay elecciones en
octubre-noviembre, como en Argentina. La disputa es el grado de ajuste y
garrote: si el Frente Amplio logra su cuarto gobierno habrá un ajuste y
giro a la derecha de menor grado que si gana la oposición, pero la
discusión es el grado del ajuste. Y va a ir acompañado de represión;
ello ya se está viendo en las movilizaciones contra la instalación de la
tercer pastera en el país, donde la policía sale a defender los
intereses del capital multinacional bajo un gobierno progresista. La
derecha lisa y llanamente, viene con el libreto neoliberal duro y puro.
Las alianzas tejidas en muchos casos
por dichos «partidos progresistas» son propias de una película de
terror: el PT se alió hasta con la derecha más rancia y reaccionaria con
tal de tener los votos en el parlamento… comprando los mismos con
dinero también, como se ha demostrado en las dos tramas tanto del
Mensalao como del Lava Jato.
Pero es aquí donde la derecha pone a
funcionar a pleno mecanismos del sistema que en otros momentos no
cobraban esta relevancia: el sistema judicial ha sido utilizado como un
dispositivo de poder señalador per se de corruptos, y varios jueces son
los nuevos «cruzados» por la austeridad y la justicia. Justo en estos
momentos se viene demostrando que la trama de corrupción es más amplia
de lo que podemos imaginar y que el juego de la derecha para quitar a
cualquiera del camino no repara en los mecanismos a utilizar.
La derecha quiere el control político
total. Y retomar los negociados que permite la conducción del Estado:
licitaciones, coimas, compras, negocios varios, de los cuales nunca
estuvo ausente, pero su voracidad no tiene límites. Hay una especie de
«genética» que le indica que por más que los «gobiernos progresistas»
gobiernen para ellos, protejan sus negocios y sus intereses de clase,
que le contengan al pobrerío y refuercen el aparato represivo, esos
«progres» no provienen de su cuna, no son burgueses de pura cepa. Para
la burguesía, no son confiables en el fondo, aunque hayan hecho muy bien
los deberes. Hay un instinto de clase que esta burguesía industrial-
rural – financiera- comercial latinoamericana expresa allí; un claro
odio de clase han lanzado en las calles con inusitada fuerza. No
quieren perder ni pizca de su poder. No están dispuestas siquiera a
tolerar medidas paliativas, ya ni hablemos de reformas de cierto calado
como ocurrió en décadas pasadas con los populismos o los gobiernos
desarrollistas o liberal – reformistas. Son neoliberales de pura cepa;
en su sangre circula el odio a los de abajo y la constante sed de
convertir al mundo en un negocio.
Y para que ese negocio funcione para
ellos, es necesario más y más terror de Estado. Los ataques vienen de
todos lados, con reformas laborales y de pensiones, cortes de
presupuestos en educación, vista gorda para quemadas, deforestación y
asesinatos de indígenas y pobres. De otra parte, la izquierda electoral
sigue con su discurso institucionalista y desmovilizador de las bases.
En Brasil, las centrales sindicales llaman paros de un día de «huelga
general» y no parecen conseguir disociarse del llamado «Lula libre». Sin
embargo, nuestros esfuerzos siguen siendo fomentar la organización
desde la base y apoyar luchas con acción directa, como las sentadas de
indígenas en la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI), contra
los despidos en masa en ese órgano de salud pública y las sentadas en
universidades, como el ejemplo de la Universidad Federal de la Frontera
Sur (UFFS) contra la intervención federal que colocó ahí a un rector
bolsonarista en vez del rector electo por la comunidad académica.
Mientras los palacios están
formulando leyes y proyectos de crisis, más liberalización económica,
menos derechos para la gente y más ganancias para los explotadores, la
represión en las calles de las ciudades reprime a los descontentos y
trata de mantener a la gente en el silencio de la bala.
En el campo y los bosques, la raíz de
una América Latina que no ha disfrutado de la bonanza de la «izquierda»
en el gobierno, no solo la quema y el avance ecocida de los
terratenientes hacen víctimas, sino también el genocidio sistemático de
los pueblos rurales y poblaciones nativas, cuyos cuerpos continúan
acumulándose como resultado directo del avance de la ultraderecha en el
continente.
Argentina: Cuidarles la gobernabilidad o defender nuestro salario
Los números arrojados en las últimas
elecciones no evidenciaron otra cosa que lo que se viene viviendo en la
calle, en los barrios, en los lugares de trabajo. Hasta en esta
instancia legitimadora del sistema –como es la democracia
representativa- se ha expresado la desesperación de las masas populares
ante el desguace del país. Podemos comenzar argumentando que el mal
cálculo –tanto de las consultoras como de la clase política- del
resultado electoral, guarda relación con el poco nivel de conocimiento
de éstos de lo que se vive en el abajo, del rechazo de los sectores
populares a las escalofriantes políticas de hambre, desocupación y
exclusión de Macri y el FMI. El panorama social, económico y político,
que venimos viviendo los oprimidos, es cada vez más complejo y
acuciante. En un contexto recesivo, en medio de una espiral
inflacionaria y un endeudamiento sin precedentes, el peso se devaluó
inmediatamente después de los comicios en un 25%. Esto se trasladó
inmediatamente al precio de la canasta básica y los combustibles, en un
deliberado lapso de tiempo otorgado por el Gobierno nacional, antes de
lanzar 10 medidas como aliciente, en un intento de engrupir nuevamente a
las clases populares. El resultado: una estrepitosa reducción salarial.
Pero, no es nuestra intención extendernos demasiado en los números,
para describir la proporción del daño hecho en la última jugada
especulativa de los sectores financieros y el Gobierno.
Pero este período de ajuste que ya
lleva casi una década, profundizado por el macrismo a niveles
descomunales, sabemos va a exceder al propio “fin de ciclo” de
Cambiemos. Entre los candidatos, en el fondo, se discuten modalidades de
ajuste. Es por esto que es coherente el aval de Alberto Fernández a
llevar el dólar a $60. Tampoco debemos desconocer que nos encontramos ya
en un contexto de cruda avanzada neoliberal en toda la región, en un
continente donde el imperialismo norteamericano intenta retomar el
control hegemónico.
En este dramático escenario, debemos
analizar que a las claras se explicitan dos salidas institucionales
concretas en lo inmediato. Una es la que proponen los dirigentes del
Frente de Todos, que consiste concretamente en no hacer nada, esperar
sentados hasta diciembre, cuidar el caudal de votos y resguardar la
gobernabilidad (así implique esto bancar las medidas antipopulares de
Macri). Como venimos sosteniendo, la crisis social provocada por la
avanzada neoliberal, fue directamente proporcional a la crisis de falta
de participación política de la clase oprimida durante un largo período.
Recordemos que venimos de décadas de restricción por arriba a la
participación popular, a través de mecanismos de cooptación,
clientelismo y burocratización, cuando no deslegitimación y represión de
la protesta social. Este “paradigma de la No participación”, pudo
evidenciarse allá a inicios de 2016, cuando en pleno conflicto por
despidos en el sector público y en Cresta Roja, la cúpula kirchnerista
llamaba a matear en las plazas (el “resistiendo con aguante”). En
definitiva, este exacerbado llamado a “no cacerolear” –intentando
incluso el freno de medidas de fuerza desde los gremios- no esconde otra
cosa que el cuidado del porcentaje electoral, en detrimento de impedir
mayores niveles de pobreza y desocupación para el pueblo.
La otra salida a este golpe contra el
bolsillo de los de abajo, tiene que ver con lo que se propone desde los
sectores combativos del movimiento obrero y las organizaciones
populares, como la posibilidad de una resistencia organizada desde la
calle. Apenas sucedida la devaluación, pudimos ver la respuesta de
algunos de estos sectores, como fue la movilización de ATE Capital y el
paro de los Metrodelegados en CABA, así como los cortes de Empleados de
Comercio en Rosario. El plan de lucha extendido de los estatales en
Chubut, sin dudas, es un ejemplo de resistencia organizada al guadañazo
del Gobierno. Los movimientos sociales, urgidos por el hambre en los
barrios, también salieron con ollas populares en todo el país, en el
marco de un operativo policial de gran envergadura.
Desde el anarquismo organizado somos
conscientes que no hay un clima generalizado de efervescencia popular, y
mucho menos de rebeldía profunda. Hay lucha, descontento y expresiones
altas de rechazo a la situación social, pero sabemos bien que estamos
lejos de un “que se vayan todos”, y que los sindicatos y movimientos
sociales carecemos de un programa de clase representativo. Sin embargo,
se hace evidente que el humor social no tiene los mismos tiempos que el
calendario electoral. Está claro que a la clase política en su conjunto,
le asusta más la idea de un estallido social que la de un 10% más de
pobres. Incluso, ante el inminente triunfo de Alberto Fernández, la
dirigencia kirchnerista prefiere un triunfo con poco margen y
descreimiento social a un desborde popular con la presión en las calles.
En este punto debemos ser cautelosos. Sabiendo que hay sectores
populares que han depositado esperanzas en el voto y en propuestas
electorales progresistas–y que anhelan al igual que nosotros una
sociedad sin explotación- es necesario interpelarlos e instar a la
resistencia inmediata a través de la movilización popular. Desbordar y
trascender el planteo de «solución por arriba», es una cuestión vital
para devolver la confianza en la propia fuerza y organización de los/as
de abajo, para que se exprese con vigor esa resistencia que da muestra
de estar allí. La respuesta popular al saqueo del Gobierno y el capital
financiero no puede hacerse esperar. Ante la disyuntiva de cuidarles la
gobernabilidad o defender nuestro salario siempre iremos por la segunda y
procurando que estén presentes los métodos que fortalecen a los de
abajo.
Chile: el «modelo» neoliberal funciona… para los de arriba
En la región chilena el sistema de
dominación gestionado por el bloque dominante ha recrudecido y
profundizado su política neoliberal. En estos dos años de gobierno de
Piñera se ha desmantelado lo poco y nada de derechos sociales que poseía
la clase dominada, y a su vez ha recrudecido su represión en contra de
los sectores en lucha.
En el mundo del trabajo asalariado, los
instrumentos de flexibilización laboral se han fortalecido, expresión de
ello: el Estatuto Laboral Juvenil, y la Iniciativa de Ley que ha
buscado aumentar la precarización del trabajo bajo el falso discurso de
reducción de horas de explotación, anulando la posibilidad de
negociación colectiva con la patronal y flexibilizando aún más las
condiciones del trabajo. Por otro lado, la Reforma Tributaria, asegura
el resguardo de las tasas de ganancias para el empresariado local y las
transnacionales, en un contexto de crisis y desaceleración de la
economía, perjudicando considerablemente a las clases dominadas.
En los territorios, la Ley de Integración
Social ha consolidado el monopolio de acceso del suelo al mundo
inmobiliario, erradicando a las comunidades de la producción y gestión
de la ciudad y sus territorios, imposibilitando la concreción de
proyectos autogestionados y participativos. El extractivismo y la
mercantilización de la tierra y el agua, hoy tienen nuestros territorios
con una grave situación ecológica, con una crisis hídrica cada día más
compleja, expandiendo las zonas de sacrificio y la alteración de los
ecosistemas, como lo acontecido con la contaminación del agua potable en
Osorno, donde se visibiliza la mercantilización de las fuentes hídricas
a través de las empresas sanitarias; la situación de
Puchuncaví-Quintero que no ha sido resuelta; la muerte de la vida
campesina, la flora y la fauna en las zonas devastadas por la sequía, y
las falsas salidas que plantea el bloque dominante a través de la COP
25, y los tratados económicos como el TPP-11 y la APEC, que vienen a
reforzar el saqueo de los cuerpos y territorios.
Actualmente asistimos a un
recrudecimiento del aparato represivo y la criminalización de la
protesta social. Ley aula segura, Agenda Corta Antiterrorista, Ley
Migrante, son muestras claras de que el aparato estatal actualiza y
profundiza su herramienta de control y disciplinamiento. Golpeando
fuertemente a la clase oprimida: ambulantes, hortaliceras, migrantes,
comunidades mapuche en resistencia y estudiantes secundarios. Sumado a
lo anterior, el asesinato de luchadoras y luchadores sociales tales
como: Macarena Valdés, Camilo Catrillanca, Alejandro Castro, y los
feminicidios cada día más frecuentes en espacios públicos, la
homo-lesbo-transfobia y el racismo, nos evidencia el Estado de
Excepción permanente en el que habitamos.
Se abre un nuevo período de lucha y resistencia
A los pueblos nadie les ha regalado
nada. Todos los tiempos son de lucha, todos los períodos revisten sus
complejidades. Ahora que la derecha y ultraderecha viene retomando el
control de los gobiernos y los «progresismos» giren en esa dirección en
mayor o menor grado (caso de la rearticulación peronista en Argentina o
un eventual triunfo del FA con minoría parlamentaria en Uruguay, por
ejemplo), se abre una nueva etapa de luchas, de Resistencias variadas y
complejas. Porque todos los gobiernos vendrán por el recorte de
derechos, por algún grado o plan de ajuste. Ya no hay crecimiento para
repartir, solo miseria y garrote. Por lo tanto, los gobiernos y las
clases dominantes graduarán los niveles de ajuste y represión: los habrá
más intensos, otros más suaves, y otros descaradamente de extrema
violencia de clase. Todos estos regímenes tienen y tendrán en común la
defensa del interés de las clases dominantes latinoamericanas y
extranjeras.
Es por eso mismo que se
intensificarán los niveles de lucha popular. El neoliberalismo trae
resistencia. Lo saben, por ello apuestan con fuerza a la milicada. Pero
los pueblos también saben, intuyen y anhelan una sociedad diferente. Los
pueblos saben que un freno debe tener tanto despojo, que hay frenar
tanta arbitrariedad. Ahí está toda una historia de luchas de nuestros
pueblos indígenas, negros quilombolas, los trabajadores de la ciudad y
el campo, los estudiantes, las diferentes expresiones y niveles de
acción directa que se han dado en el continente. Gestas heroicas que
marcan un camino; luchas actuales, recientes, que convocan a amplios
sectores de pueblo, a seguir bajando a las calles, a ocupar y recuperar
tierras, a defender la vida.
Estos tiempos que vienen nos exigen a
los militantes anarquistas organizados políticamente intensificar el
esfuerzo militante y tratar de brindar las herramientas necesarias al
campo popular para resistir y avanzar en una perspectiva de largo plazo.
Un largo proceso de lucha nos
convoca. Un largo camino de anhelos y esperanzas, de experiencias
compartidas, de dolores pero también de victorias, de avances. El
Anarquismo Especifista tiene mucho para decir y un papel que jugar en la
construcción de esa sociedad diferente. En nuestras organizaciones y
espacios militantes hay lugar y espacio para todos aquellos que busquen
mayores niveles de militancia y compromiso, para todos aquellos que
pongan lo mejor de sí al servicio de la causa de los de abajo.
Es en ese abajo que el Socialismo
encontrará sus militantes y constructores. Podemos decir que la única
alternativa a este mundo de barbarie es el Socialismo, y que el
Socialismo será Libertario o no será!!!
POR LA CONSTRUCCIÓN DE PODER POPULAR!!!
FORTALECER LA RESISTENCIA!!
ARRIBA LOS QUE LUCHAN!!
FEDERACIÓN ANARQUISTA URUGUAYA (FAU)
COORDINACIÓN ANARQUISTA BRASILERA (CAB)
FEDERACIÓN ANARQUISTA DE ROSARIO (FAR) -ARGENTINA
FEDERACIÓN ANARQUISTA DE SANTIAGO (FAS)- CHILE
GRUPO LIBERTARIO VÍA LIBRE -COLOMBIA
ROJA Y NEGRA ORGANIZACIÓN POLÍTICA ANARQUISTA (RYN OPA) -BUENOS AIRES, ARGENTINA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario